Este es un espacio de catequesis en el que encontrarás enseñanzas, noticias, mensajes, y reflexiones que te permitirán conocer la verdadera doctrina y te serán útiles en tu camino de fe.


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25 de mayo de 2009

Fiesta de la Ascención del Señor. (Domingo 7 de Pascua)

Cristo se ha quedado con nosotros.

Hechos 1, 1-11 Efesios 1, 17-23, Marcos 16, 15-20
(...)
En la vida humana tenemos necesidad de una presencia amiga, incluso cuando estamos solos.

Una presencia real: la esposa, los hijos, un pariente, un compañero de trabajo, un vecino de casa...O al menos una presencia soñada, imaginaria: el recuerdo de la madre, la imagen del amigo del alma, el pensamiento del hijo que vive en otra ciudad o en otro país...

Esa presencia real o soñada nos conforta, nos consuela, nos da paz, nos motiva. Cristo se ha quedado con cada uno y con todos nosotros. La suya es una presencia real y eficaz, bien que no es visible y palpable.

Una presencia de amigo que sabe escuchar nuestros secretos e intimidades con cariño, con paciencia, con bondad, co
n misericordia y con amor; que sabe igualmente escuchar nuestras pequeñas cosas de cada día, aunque sean las mismas, aunque sean cosas sin importancia; que sabe incluso escuchar nuestras rebeliones interiores, nuestros desahogos de ira, nuestras lágrimas de orgullo, nuestros desatinos en momentos de pasión...

Cristo se ha quedado contigo, a tu lado, para escucharte. La presencia de Cristo es también una presencia de Redentor, que busca por todos los medios nuestra salvación. Está a nuestro lado en la tentación, para darnos fuerza y ayudarnos a vencerla.

Es nuestro compañero de camino cuando todo marcha bien, cuando el triunfo corona nuestro esfuerzo, cuando la gracia va ganando terreno en nuestra alma. Está con nosotros en el momento de la caída, en la desgracia del pecado, para ayudarnos a recapacitar, para echarnos una mano al momento de alzarnos.

Cristo se ha quedado contigo para salvarte. ¿Piensas de vez en cuando en esa p
resencia estupenda de Cristo amigo y Redentor?

(...)


Solemnidad de la Ascensión del Señor
P. Antonio Izquierdo
Catholic.net


¨Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los que creemos, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro.¨
(Ef 1, 17-21)

Lun.: Hch 19, 1-8;Sal 67;Jn 16, 19-23
Mar.: Ap 2, 1-5 (o bien: Flp 4, 4-9); Sal 44; Mt 11, 25-30
Mié.: Hch 20, 28-38; sal 67; Jn 17, 11b-19
Jue.: Hch 22, 30; 23, 6-11;Sal 15;Jn 17, 20-26
Vie.: Hch 25, 13-21;Sal 102;Jn 21, 15-19
Sáb.: Hch 28, 16-20.30-31;Sal 10; Jn 21, 20-25


Mayo, Mes de María.


21 de mayo de 2009

17 de mayo de 2009

¿Puedo amar a quien no me agrada? (Domingo 6 de Pascua).

Imagen de Flickr.

Hechos 10, 25-26. 34-35. 44-48,
1 Juan 4, 7-10,

Juan 15, 9-17

(...)
De este modo se ve que es posible el amor al prójimo en el sentido enunciado por la Biblia, por Jesús.

Consiste justamente en que, en Dios y con Dios, amo también a la persona que no me agrada o ni siquiera conozco. Esto sólo puede llevarse a cabo a partir del encuentro íntimo con Dios, un encuentro que se ha convertido en comunión de voluntad, llegando a implicar el sentimiento.

Entonces aprendo a mirar a esta otra persona no ya sólo con mis ojos y sentimientos, sino desde la perspectiva de Jesucristo. Su amigo es mi amigo. Más allá de la apariencia exterior del otro descubro su anhelo interior de un gesto de amor, de atención, que no le hago llegar solamente a través de las organizaciones encargadas de ello, y aceptándolo tal vez por exigencias políticas. Al verlo con los ojos de Cristo, puedo dar al otro mucho más que cosas externas necesarias: puedo ofrecerle la mirada de amor que él necesita.

En esto se manifiesta la imprescindible interacción entre amor a Dios y amor al prójimo, de la que habla con tanta insistencia la Primera carta de Juan. Si en mi vida falta completamente el contacto con Dios, podré ver siempre en el prójimo solamente al otro, sin conseguir reconocer en él la imagen divina. Por el contrario, si en mi vida omito del todo la atención al otro, queriendo ser sólo « piadoso » y cumplir con mis « deberes religiosos », se marchita también la relación con Dios.

Será únicamente una relación « correcta », pero sin amor. Sólo mi disponibilidad para ayudar al prójimo, para manifestarle amor, me hace sensible también ante Dios. Sólo el servicio al prójimo abre mis ojos a lo que Dios hace por mí y a lo mucho que me ama. Los Santos —pensemos por ejemplo en la beata Teresa de Calcuta— han adquirido su capacidad de amar al prójimo de manera siempre renovada gracias a su encuentro con el Señor eucarístico y, viceversa, este encuentro ha adquirido realismo y profundidad precisamente en su servicio a los demás.

Amor a Dios y amor al prójimo son inseparables, son un único mandamiento. Pero ambos viven del amor que viene de Dios, que nos ha amado primero. Así, pues, no se trata ya de un « mandamiento » externo que nos impone lo imposible, sino de una experiencia de amor nacida desde dentro, un amor que por su propia naturaleza ha de ser ulteriormente comunicado a otros.

El amor crece a través del amor. El amor es « divino » porque proviene de Dios y a Dios nos une y, mediante este proceso unificador, nos transforma en un Nosotros, que supera nuestras divisiones y nos convierte en una sola cosa, hasta que al final Dios sea « todo par
a todos » (cf. 1 Co 15, 28).

(El subrayado es nuestro).

Carta encíclica ¨Dios es Amor¨.18.
SS. Benecito XVI


¨Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor.
Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.¨
(Jn 15, 9-10)



Lun.: Hch 16, 11-15; Sal 149; Jn 15, 26 ---- 16, 4a
Mar.: Hch 16, 22-34; Sal 137; Jn 16, 5-11
Mié.: Hch 17, 15.22 -18, 1; Sal 148; Jn 16, 12-15
Jue.: Hch 18, 1-8; Sal 97; Jn 16, 16-20
Vie.: Hch 18, 9-18; Sal 46; Jn 16, 20-23a
Sáb.: Hch 18, 23-28; Sal 46; Jn 16, 23b-28

13 de mayo de 2009

El verdadero Secreto de Fátima

(...)

«Hemos visto al lado izquierdo de Nuestra Señora, un poco más en lo alto, a un Ángel con una espada de fuego en la mano izquierda; centelleando emitía llamas que parecía iban a incendiar el mundo; pero se apagaban al contacto con el esplendor que Nuestra Señora irradiaba con su mano derecha dirigida hacia él; el Ángel señalando la tierra con su mano derecha, dijo con fuerte voz: “¡Penitencia, penitencia, penitencia!” Y vimos en una inmensa luz qué es Dios (…) a un Obispo vestido de Blanco (…) subir una montaña empinada, en cuya cumbre había una gran Cruz de maderos toscos, como si fueran de alcornoque con la corteza; (…) llegado a la cima del monte, postrado de rodillas a los pies de la gran Cruz, fue muerto por un grupo de soldados que le dispararon varios tiros de arma de fuego y flechas; y del mismo modo murieron unos tras otros los obispos sacerdotes, religiosos y religiosas y diversas personas seglares, hombres y mujeres de diversas clases y posiciones».

El sentido de la visión no es el de mostrar una película sobre el futuro ya fijado de forma irremediable; es exactamente el contrario: movilizar las fuerzas del cambio hacia el bien. En estas imágenes el Cardenal Ratzinger encontró representada la historia de todo el siglo XX. Siglo de mártires, de sufrimiento y de persecución; siglo de guerras mundiales. En este “vía crucis” del siglo la figura del Papa adquiere un papel especial. Desde Pío X hasta Juan Pablo II, todos los Papas han compartido los dolores de este mundo. Pero en la visión el Papa muere...


¿No podía el Santo Padre, después del atentado del 13 de mayo de 1981, reconocer en el tercer secreto su propio destino? Había estado muy cerca de las puertas de la muerte, pero él mismo explicó porqué se salvó: «Fue una mano materna la que guió la trayectoria de la bala y el Papa agonizante se detuvo ante el umbral de la muerte».


La visión se concluye con unos ángeles que recogen de la cruz la sangre de los mártires. Con ella riegan las almas que se acercan a Dios. De esta forma, se entiende que todo sufrimiento es útil. A pesar de nuestros males, la Señora de Fátima nos recuerda que el destino puede cambiar. La fe, la penitencia y la oración son armas poderosísimas para transformar la historia. El mensaje de Fátima es una llamada de alerta, porque la meta última del hombre sigue siendo el cielo, su verdadera patria. Dios quiere que todos los hombres y mujeres se salven. Y esta sí que es una buena noticia.

11 de mayo de 2009

Para dar fruto...(Domingo 5 de Pascua).

En nuestra vida queremos dar fruto, es decir, sentirnos realizados y fecundos; hoy como verdaderos hijos de Dios, como discípulos de Jesús y con la alegoría de la vid, tenemos la respuesta a ese buen deseo, La clave en dos palabras: permanecer y dar frutos, convertirnos como Jesús en nueva vid que realiza las promesas del Padre.

Debemos comprender que en la vida nuestra, sólo podremos dar frutos reales si permanecemos en Jesús como los sarmientos. Debe brotar en nosotros la relación vid-sarmientos como la de Jesús-discípulos, para acentuar precisamente: el permanecer.


Lo primero es permanecer, los frutos vendrán más tarde. Nuestra experiencia vocacional cristiana será auténtica si permanecemos en el Señor. El permanecer nos sugiere estar, persistir, mantenerse, continuar, quedarse, residir etc. que exige una actitud contemplativa ante el misterio de Cristo. Esta contemplación que nos lleva a la acción se basa en lo que hoy claramente Jesús nos dice: sin mí no podéis hacer nada”. En la propia vida, en nuestro trabajo, en el apostolado siempre se corre el riesgo de hacer grandes programas, buenos análisis, tener un buen organigrama, etc. pero sin Jesús, no haremos nada que valga la pena.


Como verdaderos discípulos debemos permanecer y estar unidos a Jesús, mantener sus enseñanzas, dar frutos de amor y de unidad de tal manera que se puedan superar todas las dificultades. Pablo en su misión, sufre tensiones dentro y fuera de la primera comunidad debido a su conversión, pero no se sentía solo porque la comunidad lo acoge y lo protege.


Para dar frutos, necesitamos acrecentar nuestra fe, creer en Nuestro Señor Jesucristo, amar de verdad, como Él, con palabras y con obras, “no amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad”. Como elegidos no debemos perder el sentido de nuestra identidad, de ser auténticos discípulos; para ello se requiere mirarnos con sinceridad y honestidad, siempre hay algo que hacer con nosotros, como por ejemplo cortar elementos que perjudican el amar de verdad.

Jesús nos dice, que la vida podada da frutos: “Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta y todo el que da fruto lo limpia para que de más fruto”; por eso debemos exigirnos que en todo el curso de la vida, en nuestro itinerario vocacional cristiano, tengamos que purificarnos, redescubrir en nuestro corazón los sarmientos débiles, secos, cortar todo lo que se nos ha ido acumulando o pegando. Pues, en el desarrollo de nuestra vida, con las vanidades que hoy existen, la poda es necesaria, no tengamos miedo e incluso si llevamos muchos años queriendo así lograr la gloria de Dios. El Señor nos llama a dar fruto abundante como condición para ser discípulos, por ello debemos superar todas las dificultades.


Hch 9,26-31; Sal 21; 1Jn 3,18-24; Jn 15, 1-8.


(Artículo editado).

P.Jorge E. Campos Huamán.
Comisión Episcopal de Seminarios y Vocaciones.


¨Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada.¨
(Jn, 15,5-6).


Lun.
: Hch 14, 5-18; Sal 113; Jn 14, 21-26
Mar.: Hch 14, 19-28; Sal 144; Jn 14, 27-31a
Mié.: Hch 15, 1-6; sal 121; Jn 15, 1-8
Jue.: Hch 15, 7-21; Sal 95; Jn 15, 9-11
Vie.: Hch 15, 22-31; Sal 56; Jn 15, 12-17
Sáb.: Hch 16, 1-10; Sal 99; Jn 15, 18-21

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Ver también:

Programa de vida. (Sentimos la necesidad de hacer algo para cambiar, el problema es que no sabemos por dónde comenzar.)

8 de mayo de 2009

Mi legado espiritual a mi hijo sacerdote...

¨He tenido, a lo largo de mi vida, momentos de intensa emoción: el día de mi entrega en matrimonio a la que hoy es mi mujer, hace ya 40 años; los nacimientos de mis cuatro extraordinarios hijos; sus Primeras Comuniones; la boda del mayor de ellos; el nacimiento de mis nietas, la visita a los Santos Lugares; y un largo etc., que espero continúe. Pero, ¿hay algo que pueda compararse a la emoción de contemplar cómo uno de mis hijos ha bajado de los cielos al Señor, por primera vez en su vida, para mostrarlo, hoy, entre sus manos, a todos los que estamos compartiendo con él estos momentos? ¿Puede haber, para unos padres, algo más emocionante que esta consagración? ¡Bendito seas, Señor, por habernos concedido la dicha de darnos la paternidad de uno de tus ministros!

Me dirijo a ti, sacerdote Emilio, que vas a ejercer como tal porque Dios te ha concedido esa dignidad, la misma que, hace 2.000 años, otorgó a sus Apóstoles. Yo te admiro, y te tengo en la más alta estima, como lo que eres, porque has tenido la gran valentía de seguir a Jesús, renunciando a una serie de cosas que, como humano, podrías haber sentido igual que nosotros tus semejantes; a una vida normal de familia, a un hogar, dinero, lugares, honores, cargos..., y todo ello para servir a Dios y a los hombres. Esta renuncia a las cosas terrenas te da la plena libertad para aceptar cualquier tarea o destino. ¡Benditas sean tus renuncias!

Que tu ímpetu juvenil no te conduzca al gravísimo error de pensar que vas a intentar cambiar el mundo o la Iglesia. Éstos han sido y seguirán siendo como desde el principio de sus tiempos. Que tu ímpetu te impulse a cambiar el entorno en el que te vas a desarrollar. Jesucristo te dio otro mandato más concreto: el de predicar la Buena Nueva e impartir los sacramentos.

Verás a tu alrededor, mientras les acercas a Dios en tus Misas, parejas de jóvenes matrimonios con sus hijos pequeños de la mano, que tú también podrías haber tenido. Y les dirás cosas bonitas en tu inspirada plática, mientras soportas, con admirable entereza, la ausencia de eso que sabes que nunca podrás tener. Pero tú, padre Emilio, tendrás muchos más hijos que cualquier matrimonio, y de todas las edades, con los que vas a poder ejercer ampliamente tu magistral ministerio. A los que nacen, les abrirás la puerta de la Iglesia, para que sigan, si quieren, dentro de ella, el camino que les lleve a la eterna salvación. Luego les confirmarás en su fe, para otorgarles después el perdón del arrepentimiento, en su reconciliación con Dios. Tendrás la facultad de darles de comer al mismo Jesús, que solamente tú, como sacerdote, puedes bajar de los cielos, y sellarás con el bendito signo de la cruz la unión, para siempre, en cuerpo y alma, del hombre y la mujer que se entregan en santo matrimonio. Consolarás al moribundo en los últimos instantes de su vida, abriéndole la puerta de la eterna felicidad, con el sacramento de la Unción, y luego sellarás con tu postrera bendición la losa de su sepulcro. ¿No te parece todo esto una sublime tarea? Y por si fuera poco, Jesús te ha prometido, a cambio de ello, el ciento por uno. ¡Qué maravilloso tu ministerio! ¡Cuán extraordinaria tu vocación!

Hay una grandísima cantidad de predecesores tuyos de los que podrás copiar muchas cosas buenas: esa constante alegría de san Pablo, a pesar de sus muchas tribulaciones por el mero hecho de ser cristiano; san Agustín, que nos dejó, para pensarla en profundidad, esa maravillosa frase de que «el placer de morir sin pena, bien vale la pena de vivir sin placer»; las extraordinarias ansias de san Francisco de Asís, que tantas veces has leído en la pared de tu alcoba: «Donde haya tristeza ponga yo alegría, donde guerra, traiga yo la paz, sea yo la luz que alumbre las tinieblas, concordia en medio del rencor, etc.» Y, últimamente, el imponente magisterio de Juan Pablo II, el Grande, que, entre otras muchas enseñanzas, siempre nos inculcó ese pensamiento tan suyo y tan bonito de «No tengáis miedo. Abrid, de par en par, las puertas a Cristo».

Éste ha de ser tu magisterio, Emilio: el amor y la desinteresada conducción a Dios, de todos aquellos que te rodeen, y hecho siempre con humildad, sumisión, alegría y confianza. Que digan de ti lo que dijeron del Maestro: Pasó por el mundo haciendo el bien. Ése es nuestro deseo.

Mucho he pedido a Dios, en estos últimos años, por que así sea, muchos Rosarios han subido a la Virgen María, precedidos de tu nombre, y ten la completa seguridad de que lo mismo seguiré haciendo hasta el último instante de mi vida. ¡Que Dios te bendiga, hijo mío, y que siempre te acompañe! Y tennos siempre a nosotros presentes delante del Él.
¨

Las palabras de esta carta-testimonio, de fecha 21 de abril de 2005, dirigida a su hijo Emilio, sacerdote, –confiesa el autor– «están en perfecta sintonía con el sentir de su madre, mi esposa»



2 de mayo de 2009

Recobremos la calma y demos sentido a nuestras vidas...(Domingo 4 de Pascua).

(...)
Quizás las palabras de Santa María de Guadalupe, nos suenen distantes y nos cueste trabajo darles sentido:


Escucha, ponlo en tu corazón, Hijo mío, el menor, que nos es nada lo que te espantó, lo que te afligió, que no se turbe tu rostro, tu corazón, no temas esta enfermedad, ni ninguna otra enfermedad….. (Nican Mopohua 118).

Debemos regresar a lo fundamental, a lo básico de nuestra fe, para recobrar la calma y recomenzar a dar sentido a nuestras vidas. Recordemos que estamos llamados a convivir en lo íntimo de la relación con Dios. No olvidemos que, Jesús ha venido a estar entre nosotros, no tanto para indicarnos el modo de vivir felices aquí en esta tierra, sino que ha de transformarnos en nuevas criaturas disponibles para vivir con Dios y en Dios: "Yo soy la puerta, el que entra por mi se salvará.... Yo vine para que tengan vida y la tengan abundante” (Jn 10,9-10).

En esta Pascua 2009, tan especial que estamos viviendo, siempre mantengamos la firme esperanza de que si somos seres nuevos, es no tanto porque vivimos por nuestras obras una conversión personal, familiar, o social, sino porque participamos del misterio pascual de Cristo, de forma que en él y por él somos personas resucitadas. Es necesario que el misterio pascual de Cristo sea trasladado a lo íntimo de cada momento tan difícil por el que estamos viviendo; que impregne, renueve radicalmente, toda carne humana; que vivifique transformando cuanto florece entre las fragilidades y enfermedades terrenas.

(...)¿Cómo manifestar lo absoluto de la consagración a Dios en momentos en los que la vida humana peligra? ¿Cómo mostrar que el cristiano se siente inmerso en la compleja situación de salud pública e intenta vivir según Jesús y el Evangelio? ¿Cómo contemplar a Dios en la ¨noche oscura¨ cuando no sabemos que sucederá mañana?.

Semejantes preguntas nos hacen reflexionar de que no es posible entender una espiritualidad personal fuera del contexto social, cultural, eclesial, existente. ¿Cómo se puede ser cristiano tomando en serio el valor de la vida humana? ¿Cómo tener espíritu pascual buscando el bien común y no solo el bienestar personal? ¿Cómo descubrir la voluntad de Dios, no huyendo del mundo, sino situándose en lo íntimo de él? ¿Se puede encontrar la gracia del Señor en el fondo de las vicisitudes y fragilidades humanas, invocando el Espíritu del Resucitado para que germine en medio de las preocupaciones terrenas?

Hoy más que nunca debemos hablar de cómo sentir el Espíritu de Jesús Resucitado, dentro de nosotros, de la experiencia espiritual en comunión con el Espíritu del Señor. El momento de crisis que hemos atravesado por la epidemia es el momento óptimo para aspirar a tener el coloquio confidencial con el Espíritu que nos descubre que estamos terriblemente rodeados por el límite, por lo precario, por lo frágil de nuestra existencia, por situaciones incontrolables.

La Pascua no se vive únicamente, como nacer a una vida según el espíritu, sino de modo particular también la Pascua debe vivirse como liberación de lo que nos hace pobres, incomprendidos, marginados, incapaces de comunicarnos. Más, ¿cómo vivir esta liberación pascual? La respuesta a esta inquietud espiritual podemos obtenerla solamente en Jesucristo y operante en figuras espirituales admirables, como la Virgen María, San Pablo, Madre Teresa de Calcuta o S..S. Juan Pablo II, que de modo singular y de una manera auténtica nos iluminan y ayudan a vivir según el Espíritu del Resucitado.

(...)
Precisamente porque la Espiritualidad de la Virgen María se centró de modo singular en la participación de la existencia pascual de Cristo, es "evidentemente maestra de vida espiritual para cada uno de los cristianos" (Marialis Cultus 21). Vida espiritual significa dejar que el Misterio Pascual nos impregne hasta hacernos seres renovarnos desde el Espíritu del Resucitado. Si nos transformamos así, somos incorporados el Espíritu de Cristo y nos hacemos dóciles a sus carismas. La Virgen María, por el hecho de estar inmersa en el misterio pascual del Señor, fue enteramente, totalmente disponible para ser del todo poseída en su ser humano por el Espíritu Santo. Aquí nace la fuente la una vida espiritual plena, un claro ejemplo para vivir una espiritualidad en tiempos de crisis. Solo así podremos comprender como desde el Tepeyac Santa María de Guadalupe es una luz que ilumina nuestras tinieblas y nuestros miedos:

"Escucha, ponlo en tu corazón, Hijo mío, el menor, que nos es nada lo que te espantó, lo que te afligió, que no se turbe tu rostro, tu corazón, no temas esta enfermedad, ni ninguna otra enfermedad, ni cosa punzante aflictiva. ¿NO ESTOY AQUI, YO, QUE SOY TU MADRE? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo? ¿NO SOY, YO LA FUENTE DE TU ALEGRÍA? ¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos? ¿Tienes necesidad de alguna otra cosa?
(Nican Mopohua 118-119).


Tepeyac, Abril, 2009.

Nuestra espiritualidad guadalupana en tiempos de crisis por la epidemia de influenza
Monseñor Jorge Palencia Ramírez de Arellano
Coordinación General de la Pastoral del Santuario


Ver también:
Nican Mopohua (relato de las apariciones de la virgen de Guadalupe a San Juan Diego)
El Tiempo Pascual (En qué consiste, y sus tradiciones).
Mayo, mes de María (Contenidos para niños y adultos).

Lun.: Is 6, 1-8; o Co 4, 1-5; Sal 116; Mt 28,16-20, Santo Toribio de Mogrovejo
Mar.: Hch 7, 51-8, 1a; Sal 30; Jn 6, 30-35
Mié.: Hch 8, 1b-8; Sal 65; Jn 6, 35-40
Jue.: Hch 8, 26-40; Sal 65; Jn 6, 44-51
Vie.: Hch 9, 1-20; Sal 116; Jn 6, 52-59
Sáb.: Hch 9, 31-42; Sal 115; Jn 6, 60-69