Este es un espacio de catequesis en el que encontrarás enseñanzas, noticias, mensajes, y reflexiones que te permitirán conocer la verdadera doctrina y te serán útiles en tu camino de fe.


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29 de junio de 2009

Sólo los enamorados enamoran (Fin del Año Paulino).

(...)

He aquí una de las intuiciones que más ha sido subrayada en este Año Paulino que llega a su fin: La Nueva Evangelización sólo podrá ser acometida con éxito por quienes estén “enamorados de Cristo”. Las características del momento en que vivimos acentúan más, si cabe, esta convicción. La secularización interna de la Iglesia se caracteriza por un estilo de vida relajada, “alérgico” a cualquier sacrificio y renuncia, que se expresa con un discurso plano, en el que sólo se desarrollan los puntos de consenso con la cultura dominante. La experiencia nos demuestra que por este camino, todos los proyectos pastorales están condenados a la esterilidad.

San Pablo no buscó gratuitamente conflictos, pero tampoco los rehuyó cuando se presentaron. Nunca cedió a la tentación de procurar una falsa armonía con su entorno, sino que “combatió” decididamente con la espada de la palabra. En su ministerio apostólico no faltaron incomprensiones y disputas, tal y como él mismo reconoce: "Tuvimos la valentía de predicaros el Evangelio de Dios entre frecuentes luchas... Como sabéis, nunca nos presentamos con palabras aduladoras" (1 Ts 2, 2. 5).

Sin embargo, no podemos olvidar que la clave del ministerio [servicio en la Iglesia] de San Pablo no está en su espíritu combativo; sino que, más bien hemos de decir que, la clave del espíritu combativo de Pablo se explica por su “encuentro” con el Resucitado: “Todo lo juzgo como pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús. Por Él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo” (Flp 3, 8). Lo que motiva a San Pablo es el hecho de ser amado por Cristo, de donde se deriva un celo apostólico inagotable. El espíritu de lucha que muestra [Pablo] el Apóstol de los gentiles en sus Cartas, así como su capacidad de sufrimiento, es proporcional a su amor por Cristo.

La sabiduría de la cruz, cumbre del amor.

La vida de San Pablo es un ejemplo práctico del mensaje evangélico que nos introduce en la sabiduría de la cruz: “Nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; mas para nosotros (…), fuerza de Dios y sabiduría de Dios” (1 Co 11, 23). Aunque pueda parecer paradójico, la cruz es “sabiduría” para los judíos, porque revela el auténtico rostro de Dios, que el Antiguo Testamento sólo había podido mostrar parcialmente. Al mismo tiempo, la cruz es “sabiduría” frente a la filosofía griega, demasiado segura de sí misma y de su lógica.

Gracias a Jesucristo, la cruz se ha convertido en la llave humilde que nos abre al misterio de la gracia divina. Así lo ha experimentado San Pablo a lo largo de toda su vida: “«Te basta mi gracia, porque mi fuerza se manifiesta en la flaqueza». Por tanto, con sumo gusto seguiré gloriándome en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo (…) porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Co 12, 10).

Este es el regalo que nos da San Pablo como conclusión de su Año Jubilar: la sabiduría de la cruz, reveladora del amor. La cruz es el camino que certifica y autentifica el amor… ¡No le tengamos miedo a la cruz, porque sería tanto como tenerle miedo al amor! Es imposible acercarse a la figura de San Pablo sin recibir una invitación a la conversión. ¡Glorifiquemos a Dios por la vida de Saulo de Tarso, testigo del amor apasionado de Dios por cada uno de nosotros y de la respuesta ardiente de quienes se dejan alcanzar por la llamada divina!

Os bendice con todo cariño,

+ José Ignacio

(El subrayado es mío).



27 de junio de 2009

El Resucitado tiene poder sobre la muerte. (Domingo 13 del Tiempo Ordinario).

Sab 1, 13-15; 2, 23-24; Cor 8,7.9. 13-15; Mc 5, 21-43.

(...)
Jesús se conmueve ante la muerte que acaba de segar la vida a una niña de doce años, y la devuelve viva a sus padres, pidiéndoles que le den de comer, para que vean que realmente ha vuelto a la vida.

Pero ¿qué es la resurrección de una sola niña, frente a millones de niños, jóvenes, adultos y ancianos que mueren o son eliminados cada día sin compasión alguna? Mas Jesús resucita a esa niña para darnos a entender que él tiene poder para resucitar a los muertos, gracias a su dominio absoluto sobre la muerte, y que son multitud inmensa los que él resucita cada día para la vida eterna.

La resurrección de la hija de Jairo, igual que la de Lázaro y del hijo de la viuda de Naín, y sobre todo la resurrección de Jesús, demuestran que la muerte no es el final de vida humana, sino el principio de la vida sin final; que el Resucitado tiene poder sobre la muerte; que Dios nos ha creado [para ser] inmortales; que la muerte del cuerpo no es la muerte de la persona, sino que, al despojarse ésta del cuerpo corruptible, atraviesa la muerte y Cristo la llama: “¡Levántate!”, para darle un cuerpo glorioso como el suyo. De la semilla que se pudre surge una planta nueva.

San Pablo asegura que Jesús “transformará nuestro pobre cuerpo mortal y lo hará semejante a su cuerpo glorioso” (Flp 3, 21), “Lo que es corruptible debe revestirse de incorruptibilidad y lo que es mortal debe revestirse de inmortalidad” (1Cor 15, 53). La muerte, por lo tanto, no es una desgracia, sino la ardua puerta de la máxima gracia y máxima felicidad: la resurrección y la gloria eterna.

El mismo Apóstol nos legó su convicción de fe: “Para mí es con mucho lo mejor el morirme para estar con Cristo”; “Para mí la vida es Cristo y una ganancia el morir”; “Pongan su corazón en los bienes del cielo, donde está Cristo”.

No podemos, pues, pensar nunca en la muerte sin pensar a la vez, y sobre todo, en la resurrección; de lo contrario viviremos como esclavos del temor a la muerte, en lugar de vivir en la alegría pascual del esfuerzo por conquistar la resurrección a través de la muerte, decidiéndonos a pasar porla vida haciendo el bien en unión con Cristo.

La fe verdadera no se rinde ante el poder de la muerte. ¿De qué nos valdría la fe si no nos llevara a la vida eternamente feliz, más allá de la muerte? Si no se cree en la resurrección, la fe resulta un engaño y la predicación un fracaso total.
(...)
P. Jesús Álvarez ssp.
Conferencia Episcopal Peruana


Lun.: Hch 12, 1-11; Sal 33; 2TM 4, 6-8. 17-18; Mt 16, 13-19
Mar.: Gn 19, 15-29; Sal 25; Mt 8, 23-27
Mié.: AGn 21, 5.8-20; Sal 33; Mt 8, 28-34 14-17
Jue.: Gn 22, 1-9; Sal 114; Mt 9,1-8
Vie.: Ef 2, 19-22; Sal 116; Jn 20, 24-29
Sáb.: Gn 27, 1-5. 15-29; Sal 134; Mt 9, 14-17

21 de junio de 2009

Después de la tormenta... llega la Verdadera Calma. (Domingo 12 del Tiempo Ordinario).

Job 38, 1. 8-11; Corintios 5, 14-17; Marcos 4, 35-40

(...)

A veces nuestro Salvador parece dormido, ausente, indiferente..., cuando sólo él puede salvarnos en medio de esa horrible tormenta. Jesús parecía dormir indiferente ante la angustia de los discípulos que esperaban lo peor: ser tragados por las olas. Y también el Padre parecía dormido ante los sufrimientos de su Hijo, cuando las fuerzas del mal se ensañaron contra él hasta asesinarlo. El mismo Jesús llegó a quejarse: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”

Pero la victoria del mal fue, es y será sólo temporal y aparente: el Padre le respondió a Jesús dándole la razón al devolverle la vida mediante la resurrección, que es la victoria total sobre las fuerzas del mal y sobre la muerte. Victoria total de Jesús y sus seguidores, y de todos los que, aunque no lo conozcan, lo imitan pasando por la vida haciendo el bien.

Vivir en medio de este mar tempestuoso exige valentía, fe, amor, esperanza, y optimismo indomable. Exige confiar ciegamente en la palabra infalible de Jesús: “No teman; yo he vencido el mal”. “No teman: yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. Sólo unidos a Cristo superamos las cobardías.

Es necesario el trato asiduo con Cristo resucitado presente, pues sólo él da sentido victorioso y pascual al sufrimiento, a las contradicciones y a la misma muerte. Sólo en la unión con él puede experimentarse su presencia amorosa y victoriosa, reconocer y apoyar su acción misteriosa como guía invencible de la Iglesia, de la humanidad y de la creación hacia su destino glorioso a través del calvario de las tormentas, con destino de resurrección y gloria eterna.

El naufragio total y definitivo sucedería si no vivimos la vida desde la fe en Jesús presente; si vamos tras otros salvadores en quienes ponemos más confianza que en él. “Quien se resiste a creer, ya se ha condenado a sí mismo”, nos advierte.

Es inútil, pues, perder el tiempo lamentado las crisis religiosas, las tragedias humanas, morales... Lo que procede es encender la luz de la fe, del amor y de las buenas obras frente a la oscuridad del mal, en lugar de quejarse.

No tenerlo en cuenta a Cristo, el único que puede salvarnos, o considerarlo responsable de la tormenta, sería una fatal necedad.

(...)

La Victoria de la Fe
P. Jesús Álvarez, SSP
Conferencia Episcopal Peruana.

Lun.: Gn 12, 1-9; Sal 32; Mt 7,1-5
Mar.: Gn 13, 2.5-18; Sal 14; Mt 7,6.12-14
Mié.: Is 49, 1-6; Sal 138; Hch 13, 22-26; Lc 1, 57-66.80
Jue.: Gn 16, 1-12.15-16; sal 105; Mt 7,21-29
Vie.: Gn 17, 1.9-10.15-22; Sal 127; Mt 8,1-4
Sáb.: Lm 2,2.10-14,18-19; Sal 73; Mt 8,5-17

13 de junio de 2009

Corpus Christi (Domingo 11 del Tiempo Ordinario)

Ex 24, 3-8; Heb 91 11-15; Mc 14-12-16. 22-26.

Corpus Christi:
“Toda rodilla se doble…”


En la homilía que Benedicto XVI pronunciaba en el Corpus del año pasado, realizaba una hermosa catequesis [enseñanza] sobre el significado de esta postura corporal en la oración y en la liturgia: "Arrodillarse en adoración ante el Señor (...) es el remedio más válido y radical contra las idolatrías de ayer y hoy. Arrodillarse ante la Eucaristía es una profesión de libertad: quien se inclina ante Jesús no puede y no debe postrarse ante ningún poder terreno, por más fuerte que sea. Nosotros los cristianos, sólo nos arrodillamos ante el Santísimo Sacramento".

En su obra "El espíritu de la liturgia", el entonces Cardenal Ratzinger daba respuesta a la objeción que juzga que la cultura moderna es refractaria [opuesta, rebelde] al gesto de "arrodillarse". Con clarividencia y profunda convicción afirmaba que "quien aprende a creer, aprende también a arrodillarse. Una fe o una liturgia que no conociese el acto de arrodillarse estaría enferma en un punto central".

El hecho de que en nuestros días se esté extendiendo la costumbre de permanecer de pie en el momento de la consagración en la Santa Misa, o de que se suprima alegremente la genuflexión [acción de doblar la rodilla en señal de adoración a Dios] al pasar ante el sagrario [lugar donde se deposita y guarda a Jesús sacramentado, las ho
stias coisagradas], no parece que sea algo casual o insignificante. La "herejía" más extendida en nuestro tiempo -la secularización- no se caracteriza tanto por negar verdades concretas del Credo, cuanto por debilitar la firmeza de nuestra adhesión a la fe. Da la impresión de que lo políticamente correcto fuese creer a "cierta distancia", sin entregar plenamente nuestro corazón. En el fondo, estamos ante el olvido de aquellas palabras de Jesús: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. Este mandamiento es el principal y primero" (Mt 22, 37-38).

No podemos olvidar que la adoración es el mejor antídoto frente al relativismo y que, por lo demás, es indudable que la genuflexión está estrechamente ligada al acto de adoración: Es el reconocimiento que la creatura hace del Creador, es la manifestación humilde de nuestra sumisión ante un Dios todopoderoso que, paradójicamente, también "se ha arrodillado" ante nosotros en la encarnación, en su muerte redentora, y en su decisión de permanecer entre nosotros en la Sagrada Eucaristía.


Mención aparte merecen tantas personas que bien quisieran poder expresar de rodillas su adoración a Cristo, y que por limitaciones físicas se han de contentar con hacerlo con una inclinación u otros gestos de fervor y cariño. ¡Cuántas lecciones nos dan con su valiente perseverancia, sin rendirse a sus "achaques"!

Comulgar "a Cristo" y comulgar "con Cristo".

"El segundo mandamiento es semejante a éste: 'Amarás a tu prójimo como a ti mismo'. Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas" (Mt 22, 39-40). En efecto, el acto de adoración a Dios es consecuentemente seguido del ejercicio de la caridad con todos los necesitados. Éste es el motivo por el que la Iglesia ha unido los dos días "más eucarísticos" del año (Jueves Santo y Corpus Christi), a nuestro compromiso con los pobres, ejercido especialmente a través de Cáritas. El acto de comulgar no termina con la recepción del sacramento. Recurro de nuevo a otras palabras del Cardenal Ratzinger recogidas en el citado libro: "Comer a Cristo es un proceso espiritual que abarca toda la realidad humana. Comerlo significa adorarle. Comerlo significa dejar que entre en mí, de modo que mi yo sea transformado y se abra al gran 'nosotros', de manera que lleguemos a ser uno solo con Él".

Por lo tanto, comulgar "a Cristo" supone también comulgar "con Cristo", es decir, comulgar con todo lo que Él ama, con sus preocupaciones, alegrías, esperanzas y sufrimientos... de una forma especial, con sus predilectos, los pobres. Ciertamente, estamos ante dos señales determinantes para evaluar la calidad de nuestra participación en la Sagrada Eucaristía: la actitud de adoración y -fruto de ésta- nuestro compromiso con los necesitados.


La fiesta del Corpus Christi (Historia, fines del culto, celebración y exposiciones eucarísticas).
El Sacramento de la Eucaristía (Catecismo).
Catecismo para descargar.
La Eucaristía según Juan PabloII (
Ecclesia De Eucharistia).
Lun.: 2Co 6, 1-10; Sal 97; Mt 5, 38-42
Mar.:
2Co 8, 1-9; Sal 145; Mt 5,43-48
Mié.: 2Co 9, 6-11; Sal 111; Mt 6,1-6,16-18
Jue.: 2Co 11,1-11; Sal 110; Mt 6,7-15
Vie.: Os 11,1b.3-4,8c-9; Sal:1s 12,2-6; Ef 3,8-12.14-19; Jn 19,31-37
Sáb.: Is 61, 9-11;Sal IS 2.4-8; Lc 2,41-51


8 de junio de 2009

Fiesta de la Santísima Trinidad ( Domingo después de Pentecostés)

Dt 4, 32-34. 39-40; Rom 8, 14-17; Mt 28, 16-20

Queridos hermanos y hermanas:


Tras el tiempo pascual, culminado en la fiesta de Pentecostés, la liturgia prevé estas tres solemnidades del Señor: hoy la Santísima Trinidad; el jueves próximo la del Corpus Christi, que en muchos países, entre ellos Italia, se celebra el domingo próximo; y, por último, el viernes sucesivo, la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. Cada una de estas celebraciones litúrgicas subraya una perspectiva desde la que se abarca todo el misterio de la fe cristiana: respectivamente, la realidad de Dios Uno y Trino, el Sacramento de la Eucaristía y el centro divino-humano de la Persona de Cristo. En verdad, se trata de aspectos del único misterio de la salvación, que en cierto sentido resumen todo el itinerario de la revelación de Jesús, desde la encarnación a la muerte y resurrección hasta la ascensión y el don del Espíritu Santo.

Hoy contemplamos la Santísima Trinidad, tal y como nos la ha hecho conocer Jesús. Él nos reveló que Dios es amor "no en la unidad de una sola persona, sino en la Trinidad de una sola sustancia" (Prefacio de la misa de la Santísima Trinidad): es Creador y Padre misericordioso; es Hijo unigénito [único], eterna Sabiduría encarnada, muerto y resucitado por nosotros; por último, es Espíritu Santo que todo lo mueve, el cosmos y la historia, hacia la plena recapitulación final.

Tres personas que son un solo Dios, pues el Padre es amor, el Hijo es amor, el Espíritu es amor. Dios es todo amor y sólo amor, amor purísimo, infinito y eterno. No vive en una espléndida soledad, sino que más bien es fuente inagotable de vida que incesantemente se entrega y comunica. Lo podemos intuir en cierto sentido al observar tanto el macro-universo: nuestra tierra, los planetas, las estrellas, las galaxias; como el micro-universo: las células, los átomos, las partículas elementales. En todo lo que existe se encuentra, en cierto sentido, impreso el "nombre" de la Santísima Trinidad, pues todo el ser hasta las últimas partículas es ser en relación, y de este modo se trasluce el Dios-relación, se trasluce en última instancia el Amor creador.

Todo procede del amor, tiende al amor, y se mueve empujado por el amor, naturalmente, según diferentes niveles de consciencia y de libertad.
"¡Señor Dios nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra!" (Salmo 8, 2), exclama el salmista. Hablando del "nombre" la Biblia indica al mismo Dios, su identidad más verdadera; identidad que resplandece en toda la creación, en la que todo ser, por el hecho de ser y por el "tejido" del que está hecho hace referencia a un Principio trascendente, a la Vida eterna e infinita que se entrega, en una palabra, al Amor. "En Él --dijo el apóstol en el Areópago de Atenas-- vivimos, nos movemos y existimos" (Hechos 17, 28). La prueba más fuerte de que estamos hechos a imagen de la Trinidad es ésta: sólo el amor nos hace felices, pues vivimos en relación, y vivimos para amar y para ser amados. Utilizando una analogía sugerida por la biología, diríamos que el ser humano lleva en el propio "genoma" la huella profunda de la Trinidad, de Dios-Amor.


La Virgen María, en su dócil humildad, se hizo esclava del Amor divino: acogió la voluntad del Padre y concibió al Hijo por obra del Espíritu Santo. En ella, el Omnipotente se construyó un templo digno de Él, e hizo de ella el modelo y la imagen de la Iglesia, misterio y casa de comunión para todos los hombres. Que María, espejo de la Trinidad Santísima, nos ayude a crecer en la fe en el misterio trinitario.

(...)

Lun.: 2Co 1, 1-7; Sal 33; Mt 5, 1-12
Mar.:
2Co 1, 18-22; Sal 118; Mt 5, 13-16
Mié.:
2Co 3, 4-11; Sal 98; Mt 5, 17-19
Jue.:
Hch 11, 21b-26; 13, 1-3; Sal 97; Mt 10, 7-13
Vie.:
2Co 4, 7-15; Sal 115; Mt 5, 27-32
Sáb.:
2 Co 5, 14-21; Sal 102; Mt 5, 33-37


1 de junio de 2009

Hagamos Oración...

(Secuencia de Pentecostés)



Fiesta de Pentecostés (cincuenta diás después de la Pascua).

Hechos 2, 1-11, Cor. 12, 3b-7. 12-13, Jn. 20, 19-23

La acción del Espíritu Santo

¿Quién, habiendo oído los nombres que se dan al Espíritu, no siente levantado su ánimo y no eleva su pensamiento hacia la naturaleza divina? Ya que es llamado Espíritu de Dios y Espíritu de verdad que procede del Padre; Espíritu firme, Espíritu generoso, Espíritu Santo son sus apelativos propios y peculiares.

Hacia él dirigen su mirada todos los que sienten necesidad de santificación; hacia él tiende el deseo de todos los que llevan una vida virtuosa, y su soplo es para ellos a manera de riego que los ayuda en la consecución de su fin propio y natural.

Él es fuente de santidad, luz para la inteligencia; él da a todo ser racional como una luz para entender la verdad.

Aunque inaccesible por naturaleza, se deja comprender por su bondad; con su acción lo llena todo, pero se comunica solamente a los que encuentra dignos, no ciertamente de manera idéntica ni con la misma plenitud, sino distribuyendo su energía según la proporción de la fe.

Simple en su esencia y variado en sus dones, está íntegro en cada uno e íntegro en todas partes. Se reparte sin sufrir división, deja que participen en él, pero él permanece íntegro, a semejanza del rayo solar cuyos beneficios llegan a quien disfrute de él como si fuera único, pero, mezclado con el aire, ilumina la tierra entera y el mar.

Así el Espíritu Santo está presente en cada hombre capaz de recibirlo, como si sólo él existiera y, no obstante, distribuye a todos gracia [manifestación gratuita de la bondad de Dios] abundante y completa; todo disfrutan de él en la medida en que lo requiere la naturaleza de la criatura, pero no en la proporción con que él podría darse.

Por él los corazones se elevan a lo alto, por su mano son conducidos los débiles, por él los que caminan tras la virtud, llegan a la perfección. Es él quien ilumina a los que se han purificado de sus culpas y al comunicarse a ellos los vuelve espirituales.

Como los cuerpos limpios y transparentes se vuelven brillantes cuando reciben un rayo de sol y despiden de ellos mismos como una nueva luz, del mismo modo las almas portadoras del Espíritu Santo se vuelven plenamente espirituales y transmiten la gracia a los demás.

De esta comunión con el Espíritu procede la presciencia [conocimiento] de lo futuro, la penetración de los misterios, la comprensión de lo oculto, la distribución de los dones, la vida sobrenatural, el consorcio [participación y comunicación] con los ángeles; de aquí proviene aquel gozo que nunca terminará, de aquí la permanencia en la vida divina, de aquí el ser semejantes a Dios, de aquí, finalmente lo más sublime que se puede desear: que el hombre llegue a ser como Dios.

Del libro de san Basilio Magno, obispo, sobre el Espíritu Santo
Cap 9, núms 22-23

Corazones.org
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Ver también:
Pentecostés: Comienzo de la misión de la Iglesia (por Juan Pablo II).
Los Carismas (por el P. Jordi Rivero)
Los dones del Espiritu.
Los frutos del Espíritu.
Oraciones al Espiritu Santo (incluye la consagración).



Lun.: Tb 1,3;2, 1b-8; Sal 111; Mc 12, 1-12
Mar.: Tb 2, 9-14; Sal 111; Mc 12, 13-17
Mié.: Tb 3, 1-11a. 16-17a; Sal 24; Mc 12, 18-27
Jue.: Is 52,13---53,12 (o bien: Hb 10, 12-23);Sal 39;Lc 22, 14-20
Vie.: Tb 11, 5-17; Sal 145; Mc 12, 35-37
Sáb.: Tb 12, 1.5-15.20; Sal: Tb 13, 2-8; Mc 12, 38-44