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10 de febrero de 2009

¿La enfermedad tiene sentido?

La enfermedad cuando nos toca
Casada y madre de un hijo, Sylvie Menard, dirige el Departamento de Oncología Experimental del Instituto de Tumores de Milán (Italia), donde trabaja desde 1969. Se describe como laica no creyente.

El 26 de abril de 2005 «la mujer que había sido hasta entonces había muerto. El examen mostraba un tumor en la médula, un tumor incurable. Me miré en el espejo de casa: "imposible", me decía; me encuentro muy bien. Logré dormir sólo cuando me convencí de que se trataba de un error», cuenta la especialista.

«Conocí la imposibilidad, de golpe, de trazar cualquier proyecto. Era como tener delante un muro --reconoce la oncóloga--. El futuro sencillamente ya no existía» y «descubrí que existe todavía una palabra tabú, la palabra cáncer», pues «hay quien te teme, como si fuera contagioso».

Vaciló en someterse a terapia, consciente de que no habría curación. «Quería permanecer todavía entre los sanos», dice. Se sucedían las noches difíciles, pues, como alerta, «cuando tienes un cáncer lo que cuenta son las noches». Finalmente eligió la terapia.

«Algo en mí reaccionó. Aún sin meta de curación, prolongar la vida algunos años, de improviso, se convirtió en mí en algo fundamental; quería vivir hasta el final», relata.

«Cambió la conciencia de la vida misma. Cuando estás sano, piensas que eres inmortal. Cuando en cambio tu final ya no es virtual, la perspectiva se da la vuelta», expresa.

«También yo, antes, hablaba de "dignidad de la vida", una dignidad que me parecía mellada en ciertas condiciones de enfermedad. Como sano se piensa que pasar por que te laven o te den de comer es intolerable, "indigno". Cuando llega la enfermedad, se acepta hasta vivir en un pulmón de acero. Lo que se quiere es vivir. No hay nada de indigno en una vida totalmente dependiente de los demás. Es indigno más bien quien no logra ver en ello la dignidad», subraya.

En su itinerario por la quimioterapia, la doctora Menard reflexiona sobre el debate de la eutanasia y sobre el caso de Eluana, la joven italiana en estado vegetativo cuyo padre quiere dejar morir.

«¿Pero sabemos que esa joven no tiene ningún cable que desconectar? --advierte la oncóloga--. ¿Que la hipótesis es la de dejarla morir de hambre y sed? ¿Sabemos que "estado vegetativo permanente" no quiere decir que no exista ninguna actividad cerebral? En un reciente trabajo científico se ha demostrado que si se pone ante los ojos de uno de estos enfermos una fotografía de personas queridas, y se hace una resonancia magnética, se ve la puesta en marcha de una actividad cerebral. ¿Cómo se puede decidir suspender la alimentación?».

Insiste en que la verdadera petición de los enfermos es la de no sufrir: «Debe hacerse todo lo posible contra el dolor», pide.
«La verdadera batalla, dice, es contra el dolor. No [una batalla] por una muerte que, en la experiencia amplísima del Instituto de los Tumores, los "verdaderos" enfermos no piden. Reclaman, en cambio, no ser abandonados», escribe .

Jesús y los enfermos
Si uno lee con detención los Santos Evangelios descubre todo un mundo, un océano de dolor que parece rodear a Jesús. Parece un imán que atrae a cuanto enfermo encuentra en su paso por la vida. Él mismo se dijo Médico que vino a sanar a los que estaban enfermos. No puede decir 'no' cuando clama el dolor. El amor de Jesús a los hombres es, en su última esencia, amor a los que sufren, a los oprimidos. El prójimo para Él es aquel que yace en la miseria y el sufrimiento (cf. Lc 10, 29 ss). La buena nueva que vino a predicar alcanzaba sobre todo a los enfermos.

El dolor y el sufrimiento no son una maldición, sino que tienen su sentido hondo. El sufrimiento humano suscita compasión, respeto; pero también atemoriza. El sufrimiento físico se da cuando duele el cuerpo, mientras que el sufrimiento moral es dolor del alma. Para poder vislumbrar un poco el sentido del dolor tenemos que asomarnos a la Sagrada Escritura que es un gran libro sobre el sufrimiento. El sufrimiento es un misterio que el hombre no puede comprender a fondo con su inteligencia. Sólo a la luz de Cristo se ilumina este misterio. Desde que Cristo asumió el dolor en todas sus facetas, el sufrimiento tiene valor salvífico y redentor, si se ofrece con amor. Además, todo sufrimiento madura humanamente, expía nuestros pecados y nos une al sacrificio redentor de Cristo



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