
Con el Salmista nos preguntamos: "¿Por qué, alma mía, desfalleces, y te agitas por mí? Espera en Dios" (Salmo 42, 6). Renovemos y reforcemos nuestra fe, y sigamos confiando en el Señor. Porque él salva a aquellos que han perdido toda esperanza (Salmo 34, 19). Y ésta al final no defrauda (Romanos 5, 5). Es verdaderamente en Cristo en quien comprendemos el pleno significado del sufrimiento. Durante esta meditación, mientras contemplemos con angustia el aspecto doloroso del sufrimiento de Jesús, pondremos también atención a su valor redentor. Según el proyecto de Dios, el "Mesías tendría que sufrir (Hechos 3,18; 26, 23), y estos sufrimientos deberían ser por nosotros (1 Pedro 2, 21). La conciencia de esto nos llena de una viva esperanza (1 Pedro 1, 3). Y esta esperanza nos mantiene alegres y constantes en la tribulación (Romanos 12, 12). Un camino de fe y esperanza es un largo camino espiritual, atento al más profundo diseño de Dios en los procesos cósmicos y en los acontecimientos de la historia humana. Porque bajo la superficie de calamidades naturales, guerras, revoluciones y conflictos de todo tipo, hay una presencia silenciosa, hay una acción divina dirigida. Él permanece escondido en el mundo, en la sociedad, en el universo. La ciencia y la tecnología revelan que las maravillas de su grandeza y de su amor: "sin lenguaje, sin palabras, sin que se oiga su voz, a toda la tierra alcanza su pregón, y hasta los límites del orbe su lenguaje" (Salmo 19, 3). Él respira esperanza. Revela sus planes a través de su "Palabra", mostrando cómo saca el bien del mal, sea en los pequeños acontecimientos de nuestras vidas personales, sea en los grandes acontecimientos de la historia humana. Su "Palabra" muestra la "gloriosa riqueza" del plan de Dios, que dice que él nos libra de nuestros pecados y que Cristo es en vosotros, esperanza de la gloria (Colosenses 1, 27). Que este mensaje de esperanza pueda resonar desde Huang-Ho a Colorado, desde el Himalaya a los Alpes y a los Andes, desde el Mississippi al Brahmaputra. Dice: ‘‘Sed fuertes, mantened firme el corazón, vosotros que esperáis en el Señor" (Salmo 31, 25).(...)
Mira, Dios omnipotente,
a la humanidad agotada por su debilidad mortal,
y haz que recobre la vida por la pasión de tu único Hijo.
Él es Dios y vive y reina contigo,
en la unidad del Espíritu Santo,
por los siglos de los siglos.
Amén.
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