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10 de abril de 2009

Meditaciones del Vía Crucis del Viernes Santo en el Coliseo

Queridos hermanos y hermanas, hemos venido a cantar juntos un "himno de esperanza". Queremos decirnos a nosotros mismos que todo no está perdido en los momentos de dificultad. Cuando las malas noticias se suceden, nos oprime la ansiedad. Cuando la desgracia nos afecta más de cerca, nos desanimamos. Cuando una calamidad hace de nosotros sus víctimas, la confianza en nosotros mismos se tambalea y nuestra fe es puesta a prueba. Pero todo no está perdido aún. Como Job, estamos en búsqueda de sentido (Cf. 1, 13 - 2, 10). En este esfuerzo tenemos un ejemplo: "Abraham creyó contra toda esperanza" (Romanos 4, 18). En verdad, en tiempos difíciles no vemos ningún motivo para creer y esperar. Y sin embargo creemos. Y sin embargo esperamos. Esto puede suceder en la vida de cada uno de nosotros. Esto sucede en el más amplio contexto social.

Con el Salmista nos preguntamos: "¿Por qué, alma mía, desfalleces, y te agitas por mí? Espera en Dios" (Salmo 42, 6). Renovemos y reforcemos nuestra fe, y sigamos confiando en el Señor. Porque él salva a aquellos que han perdido toda esperanza (Salmo 34, 19). Y ésta al final no defrauda (Romanos 5, 5). Es verdaderamente en Cristo en quien comprendemos el pleno significado del sufrimiento. Durante esta meditación, mientras contemplemos con angustia el aspecto doloroso del sufrimiento de Jesús, pondremos también atención a su valor redentor. Según el proyecto de Dios, el "Mesías tendría que sufrir (Hechos 3,18; 26, 23), y estos sufrimientos deberían ser por nosotros (1 Pedro 2, 21). La conciencia de esto nos llena de una viva esperanza (1 Pedro 1, 3). Y esta esperanza nos mantiene alegres y constantes en la tribulación (Romanos 12, 12). Un camino de fe y esperanza es un largo camino espiritual, atento al más profundo diseño de Dios en los procesos cósmicos y en los acontecimientos de la historia humana. Porque bajo la superficie de calamidades naturales, guerras, revoluciones y conflictos de todo tipo, hay una presencia silenciosa, hay una acción divina dirigida. Él permanece escondido en el mundo, en la sociedad, en el universo. La ciencia y la tecnología revelan que las maravillas de su grandeza y de su amor: "sin lenguaje, sin palabras, sin que se oiga su voz, a toda la tierra alcanza su pregón, y hasta los límites del orbe su lenguaje" (Salmo 19, 3). Él respira esperanza. Revela sus planes a través de su "Palabra", mostrando cómo saca el bien del mal, sea en los pequeños acontecimientos de nuestras vidas personales, sea en los grandes acontecimientos de la historia humana. Su "Palabra" muestra la "gloriosa riqueza" del plan de Dios, que dice que él nos libra de nuestros pecados y que Cristo es en vosotros, esperanza de la gloria (Colosenses 1, 27). Que este mensaje de esperanza pueda resonar desde Huang-Ho a Colorado, desde el Himalaya a los Alpes y a los Andes, desde el Mississippi al Brahmaputra. Dice: ‘‘Sed fuertes, mantened firme el corazón, vosotros que esperáis en el Señor" (Salmo 31, 25).(...)

ORACIÓN:

Mira, Dios omnipotente,

a la humanidad agotada por su debilidad mortal,

y haz que recobre la vida por la pasión de tu único Hijo.

Él es Dios y vive y reina contigo,

en la unidad del Espíritu Santo,

por los siglos de los siglos.

Amén.




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