"Subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios"
En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: "Id al mundo
entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se
bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado. A los que
crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre,
hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un
veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y
quedarán sanos." Después de hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y
se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a pregonar el Evangelio
por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las
señales que los acompañaban.
Meditación de San Agustín, obispo
"Hoy nuestro Señor Jesucristo ha subido al cielo; suba también con él nuestro corazón. Oigamos lo que nos dice el Apóstol: Si habéis
sido resucitados con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde Cristo
está sentado a la diestra de Dios. Poned vuestro corazón en las cosas
del cielo, no en las de la tierra. Pues, del mismo modo que él
subió sin alejarse por ello de nosotros, así también nosotros estamos
ya con él allí, aunque todavía no se haya realizado en nuestro cuerpo
lo que se nos promete.
Él ha
sido elevado ya a lo más alto de los cielos; sin embargo, continúa
sufriendo en la tierra a través de las fatigas que experimentan sus
miembros. Así lo atestiguó con aquella voz bajada del cielo: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Y también: Tuve hambre y me disteis de comer. ¿Por
qué no trabajamos nosotros también aquí en la tierra, de manera que,
por la fe, la esperanza y la caridad que nos unen a él, descansemos ya
con él en los cielos? Él está allí, pero continúa estando con nosotros;
asimismo, nosotros, estando aquí, estamos también con él. Él está con
nosotros por su divinidad, por su poder, por su amor; nosotros, aunque
no podemos realizar esto como él por la divinidad, lo podemos sin
embargo por el amor hacia él.
Él, cuando bajó a nosotros,
no dejó el cielo; tampoco nos ha dejado a nosotros, al volver al
cielo. Él mismo asegura que no dejó el cielo mientras estaba con
nosotros, pues que afirma: Nadie ha subido al cielo sino aquel que ha bajado del cielo, el Hijo del hombre, que está en el cielo. Esto
lo dice en razón de la unidad que existe entre él, nuestra cabeza, y
nosotros, su cuerpo. Y nadie, excepto él, podría decirlo, ya que
nosotros estamos identificados con él, en virtud de que él, por nuestra
causa, se hizo Hijo del hombre, y nosotros, por él, hemos sido hechos
hijos de Dios.
En este sentido dice el Apóstol: Lo mismo
que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del
cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también
Cristo. No dice: «Así es Cristo», sino: Así es también Cristo. Por
tanto, Cristo es un solo cuerpo formado por muchos miembros. Bajó,
pues, del cielo, por su misericordia, pero ya no subió él solo, puesto
que nosotros subimos también en él por la gracia. Así, pues, Cristo
descendió él solo, pero ya no ascendió él solo; no es que queramos
confundir la divinidad de la cabeza con la del cuerpo, pero sí
afirmamos que la unidad de todo el cuerpo pide que éste no sea separado
de su cabeza."
Sermón Mai 98, Sobre la Ascensión del Señor, 1-2; PLS 2, 494-495.
Veáse en: http://www.vatican.va/spirit/documents/spirit_20010525_agostino_sp.html
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