Queridos hermanos y hermanas:
El
miércoles pasado mostré como San Pablo dice que el Espíritu Santo, el
gran maestro de la oración, nos enseña a dirigirnos a Dios con
palabras de hijos afectuosos, llamándolo "¡Abbá, Padre." Así hizo
Jesús, incluso en el momento más dramático de su vida terrena, Él
nunca perdió la fe en el Padre y siempre lo invocó con la intimidad
del Hijo amado. (...)
El cristianismo no es una religión del miedo, sino de la confianza y del amor al Padre que nos ama. (...)
Podríamos
decir que en Dios el ser Padre asume dos dimensiones. En primer
lugar, Dios es nuestro Padre, porque Él es nuestro Creador. Cada uno
de nosotros, cada hombre y cada mujer es un milagro de Dios, es
querido por Él, y es conocido personalmente por Él. (...)
Ciertamente,
nuestro ser hijos de Dios no tiene la plenitud de Jesús: nosotros
tenemos que volvernos hijos de Dios cada vez más, a los largo del
camino de toda nuestra existencia cristiana, creciendo en el
seguimiento de Cristo, en la comunión con Él, para entrar cada vez más
íntimamente en la relación de amor con Dios Padre, que sostiene
nuestra vida. Ésta es la realidad fundamental que se nos abre cuando
nosotros nos abrimos al Espíritu Santo y Él hace que nos dirijamos a
Dios diciéndole «Abbá!», Padre. (...)
San Pablo quiere
hacernos comprender que la oración cristiana no se realiza nunca en
sentido único, de nosotros a Dios, no es sólo una acción nuestra, sino
que es expresión de una relación recíproca, en la que Dios actúa
primero: es el Espíritu Santo que clama en nosotros, y nosotros
podemos clamar porque el impulso proviene del Espíritu Santo. Nosotros
no podríamos rezar si no estuviera inscrito en lo profundo de nuestro
corazón el anhelo de Dios, el ser hijos de Dios. (...)
Además,
comprendemos que la oración del Espíritu de Cristo en nosotros y la
nuestra en Él no es sólo un acto individual, sino de la Iglesia
entera. Cuando rezamos se abre nuestro corazón, entramos en comunión
no sólo con Dios, sino con todos los hijos de Dios, que somos una cosa
sola.
(,,,) El que habla con Dios nunca está solo.
Estamos en la gran oración de la Iglesia, formamos parte de una gran
sinfonía que la comunidad cristiana esparcida en cada parte de la
tierra y en todo tiempo eleva a Dios; ciertamente los músicos y los
instrumentos son distintos – y éste es un elemento de riqueza -, pero
la melodía de alabanza es única y armoniosa. Por lo que cada vez que
clamamos y decimos «¡Abbá! ¡Padre!» es la Iglesia - toda la comunión
de los hombres en oración - la que sostiene nuestra invocación y
nuestra invocación es la invocación de la Iglesia.
(...).
La
oración guiada por el Espíritu Santo, que nos hace clamar «¡Abbá!
¡Padre!» con Cristo y en Cristo, nos inserta en el único gran mosaico
de la familia de Dios, en la que cada uno tiene un lugar y un rol
importante, en profunda unidad con todo el conjunto.
Una
nota más para terminar: nosotros aprendemos a clamar «¡Abbá!,
¡Padre!» también con María, la Madre del Hijo de Dios. El cumplimiento
de la plenitud del tiempo, de la que habla San Pablo en la Carta a
los Gálatas, sucede en el momento del «sí» de María, de su adhesión
plena a la voluntad de Dios: «Heme aquí, soy la sierva del Señor» (Lc
1,38).
Queridos hermanos y
hermanas, aprendamos a saborear en nuestra oración la belleza de ser
amigos, aún más hijos de Dios, de poderlo invocar con la familiaridad y
la confianza que tiene un niño hacia sus padres que lo aman. Abramos
nuestra oración a la acción del Espíritu Santo, para que clame en
nosotros «¡Abbá! ¡Padre!» y para que nuestra oración cambie, convierta
constantemente nuestro pensar y nuestro actuar, para hacerlo cada vez
más conforme al del Hijo Unigénito, Jesucristo.
Gracias.
(Traducción del italiano: Eduardo Rubió y Cecilia de Malak – Radio Vaticana)
El Subrayado es nuestro.
Audiencia General , Miércoles 23 de mayo de 2012.
Veáse completo en: http://www.radiovaticana.org/spa/Articolo.asp?c=590239
Anteriores Audiencias :
http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/audiences/2012/index_sp.htm
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