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17 de mayo de 2012

San Pablo nos enseña que en nuestra oración, tenemos que adherirnos a Dios con todo nuestro corazón y con todo nuestro ser

Autor: S.S Benedicto XVI

Queridos hermanos y hermanas:

En la última catequesis hemos reflexionado sobre la oración en los Hechos de los Apóstoles, hoy me gustaría empezar a hablar acerca de la oración en las Cartas de San Pablo, el Apóstol de los gentiles. (...)

Un primer elemento que el Apóstol nos quiere hacer entender es que la oración no debe ser vista simplemente como una obra buena hecha por nosotros a Dios, como una propia acción. Ésta es ante todo un don, fruto de la presencia viva, vivificante del Padre y de Cristo Jesús en nosotros. (...)

En la oración, nosotros experimentamos, más que en otras dimensiones de la existencia, nuestra debilidad, nuestra pobreza, nuestro ser criaturas, porque nos encontramos ante la omnipotencia y la trascendencia de Dios. (...)

Crece entonces en nosotros la necesidad de confiarnos y depender cada vez más a Él; comprendemos que "no sabemos… cómo orar de manera conveniente" (Rom. 8,26). Es el Espíritu Santo que ayuda esta nuestra incapacidad, ilumina nuestra mente y calienta nuestros corazones, guiando nuestro dirigirnos a Dios. Para san Pablo la oración es sobre todo obra del Espíritu Santo en nuestra humanidad, para hacerse cargo de nuestra debilidad y transformarnos de hombres vinculados a la realidad material en hombres espirituales (...)
Con esta presencia del Espíritu Santo se realiza nuestra unión con Cristo, ya que es el Espíritu del Hijo de Dios, en el cual somos hijos. (...)

Ahora, me gustaría destacar tres consecuencias en nuestra vida cristiana cuando dejamos que obre en nosotros no el espíritu del mundo, sino el Espíritu de Cristo como principio interior de todas nuestras acciones.

En primer lugar, con la oración animada por el Espíritu se nos da la posibilidad de abandonar y de superar toda forma de miedo o de esclavitud, viviendo la auténtica libertad de los hijos de Dios. (...) Ésta es la verdadera libertad, poder seguir el anhelo del bien, de la verdadera alegría, de la comunión con Dios y no quedar oprimidos por las circunstancias que nos conducen hacia direcciones distintas.

Una segunda consecuencia, que se verifica en nuestras vidas, cuando dejamos obrar en nosotros al Espíritu de Cristo, es que la misma relación con Dios llega a ser tan profunda, que nunca se ve afectada por cualquier hecho o situación. Entonces comprendemos que con la oración no quedamos liberados de pruebas o de sufrimientos, sino que podemos vivirlos en unión con Cristo, con sus sufrimientos, con la perspectiva de participar también en su gloria (cf. Rm 8,17).(...)

Y la tercera consecuencia es que la oración del creyente se abre también a las dimensiones de la humanidad y de la creación entera, (…)De forma que me libera y ayuda a redimir al mundo.

Queridos hermanos y hermanas, san Pablo nos enseña que en nuestra oración, tenemos que abrirnos a la presencia del Espíritu Santo, que ora en nosotros con gemidos inefables, para llevarnos a adherirnos a Dios con todo nuestro corazón y con todo nuestro ser. El Espíritu de Cristo se vuelve la fuerza de nuestra oración "débil", la luz de nuestra oración, "apagada", el fuego de nuestra oración "árida", donándonos la verdadera libertad interior, enseñándonos a vivir afrontando las pruebas de la existencia, con la certeza de que no estamos solos, y abriéndonos a los horizontes de la humanidad y de la creación que "gime y sufre dolores de parto " (Romanos 8, 22).

Gracias

(Traducción del italiano: Eduardo Rubió y Cecilia de Malak – Radio Vaticana)
El Subrayado es nuestro.

Audiencia General , Miércoles 16 de mayo de 2012.
Veáse completo en: http://www.radiovaticana.org/spa/Articolo.asp?c=588366
Anteriores Audiencias :
http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/audiences/2012/index_sp.htm

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