"Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo"
Al
anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los
discípulos en su casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y
en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: "Paz a vosotros." Y,
diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se
llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: "Paz a vosotros.
Como el Padre me ha enviado, así también os envió yo." Y, dicho esto,
exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo; a
quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se
los retengáis, les quedan retenidos."
Meditación de su S.S Benedicto XVI
Queridos hermanos y hermanas:
(…)
En la liturgia de Pentecostés, a la narración de los Hechos de los Apóstoles sobre el nacimiento de la Iglesia (cf. Hch 2,
1-11) corresponde el salmo 103 que hemos escuchado: una alabanza de
toda la creación, que exalta [aclama] al Espíritu Creador que lo hizo
todo con sabiduría: «¡Cuántas son tus obras, Señor, y todas las hiciste
con sabiduría! La tierra está llena de tus criaturas... ¡Gloria a Dios
para siempre, goce el Señor con sus obras!» (Sal 103, 24.31).
Lo que quiere decirnos la Iglesia es esto: el Espíritu creador de todas
las cosas y el Espíritu Santo que Cristo hizo descender desde el Padre
sobre la comunidad de los discípulos son uno y el mismo: creación y
redención se pertenecen mutuamente y constituyen, en el fondo, un único
misterio de amor y de salvación. El Espíritu Santo es ante todo Espíritu
Creador y por tanto Pentecostés es también fiesta de la creación. Para
nosotros, los cristianos, el mundo es fruto de un acto de amor de Dios,
que hizo todas las cosas y del que él se alegra porque es «algo bueno»,
«algo muy bueno», como nos recuerda el relato de la Creación (cf. Gn 1, 1-31). (…)
La
segunda lectura y el Evangelio de hoy nos muestran esta conexión. El
Espíritu Santo es Aquel que nos hace reconocer en Cristo al Señor, y nos
hace pronunciar la profesión de fe de la Iglesia: «Jesús es el Señor»
(cf. 1 Co 12, 3b). (…) La expresión «Jesús es Señor» se puede
leer en los dos sentidos. Significa: Jesús es Dios y, al mismo tiempo,
Dios es Jesús. El Espíritu Santo ilumina esta reciprocidad: Jesús tiene
dignidad divina, y Dios tiene el rostro humano de Jesús. Dios se muestra
en Jesús, y con ello nos da la verdad sobre nosotros mismos. Dejarse
iluminar en lo más profundo por esta palabra es el acontecimiento de
Pentecostés. (…)En el Credo, que nos une desde todos los
lugares de la Tierra, se forma la nueva comunidad de la Iglesia de Dios,
que, mediante el Espíritu Santo, hace que nos comprendamos aun en la
diversidad de las lenguas, a través de la fe, la esperanza y el amor.
El
pasaje evangélico nos ofrece, después, una imagen maravillosa para
aclarar la conexión entre Jesús, el Espíritu Santo y el Padre: el
Espíritu Santo se presenta como el soplo de Jesucristo resucitado (cf. Jn 20,
22). El evangelista san Juan retoma aquí una imagen del relato de la
creación, donde se dice que Dios sopló en la nariz del hombre un aliento
de vida (cf. Gn 2, 7). El soplo de Dios es vida. Ahora, el
Señor sopla en nuestra alma un nuevo aliento de vida, el Espíritu Santo,
su más íntima esencia, y de este modo nos acoge en la familia de Dios.
Con el Bautismo y la Confirmación se nos hace este don de modo
específico, y con los sacramentos de la Eucaristía y de la Penitencia se
repite continuamente: el Señor sopla en nuestra alma un aliento de
vida. Todos los sacramentos, cada uno a su manera, comunican al hombre
la vida divina, gracias al Espíritu Santo que actúa en ellos.
En
la liturgia de hoy vemos también una conexión ulterior [posterior]. El
Espíritu Santo es Creador, es al mismo tiempo Espíritu de Jesucristo,
pero de modo que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son un solo y
único Dios. Y a la luz de la primera lectura podemos añadir: el Espíritu
Santo anima a la Iglesia. Esta no procede de la voluntad humana, de la
reflexión, de la habilidad del hombre o de su capacidad organizativa,
pues, si fuese así, ya se habría extinguido desde hace mucho tiempo,
como sucede con todo lo humano. La Iglesia, en cambio, es el Cuerpo de
Cristo, animado por el Espíritu Santo (…). Así el acontecimiento de
Pentecostés se representa como un nuevo Sinaí, como el don de un nuevo
Pacto en el que la alianza con Israel se extiende a todos los pueblos de
la Tierra, en el que caen todas las barreras de la antigua Ley y
aparece su corazón más santo e inmutable, es decir, el amor, que
precisamente el Espíritu Santo comunica y difunde, el amor que lo abraza
todo (…). De hecho, desde el primer instante, el Espíritu Santo la creó
como Iglesia de todos los pueblos; abraza al mundo entero, supera todas
las fronteras de raza, clase, nación; abate todas las barreras y une a
los hombres en la profesión del Dios uno y trino. Desde el principio la
Iglesia es una, católica y apostólica: esta es su verdadera naturaleza y
como tal debe ser reconocida. Es santa no gracias a la capacidad de sus
miembros, sino porque Dios mismo, con su Espíritu, la crea, la purifica
y la santifica siempre.
Por último, el Evangelio de hoy nos entrega esta bellísima expresión: «Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor» (Jn
20, 20). Estas palabras son profundamente humanas. El Amigo perdido
está presente de nuevo, y quien antes estaba turbado se alegra. Pero
dicen mucho más. Porque el Amigo perdido no viene de un lugar
cualquiera, sino de la noche de la muerte; ¡y él la ha atravesado! Él no
es uno cualquiera, sino que es el Amigo y al mismo tiempo Aquel que es
la Verdad que da vida a los hombres; y lo que da no es una alegría
cualquiera, sino la alegría misma, don del Espíritu Santo. Sí, es
hermoso vivir porque soy amado, y es la Verdad la que me ama. Se
alegraron los discípulos al ver al Señor. Hoy, en Pentecostés, esta
expresión está destinada también a nosotros, porque en la fe podemos
verlo; en la fe viene a nosotros, y también a nosotros nos enseña las
manos y el costado, y nosotros nos alegramos. Por ello queremos rezar:
¡Señor, muéstrate! Haznos el don de tu presencia y tendremos el don más
bello: tu alegría.
Amén.
Homilía Domingo 12 de junio de 2011
Veáse en: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/homilies/2010/documents/hf_ben-xvi_hom_20100523_pentecoste_sp.html
Lecturas tomadas de: http://www.aciprensa.com/calendario/calendario.php?dia=27&mes=5&ano=2012
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