En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo Jesús preguntó a sus discípulos: "¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?" Ellos contestaron: "Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas." Él les preguntó: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?" Simón Pedro tomó la palabra y dijo: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo." Jesús le respondió: "¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará.. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo".
Meditación de Juan Pablo II
¨
Volvamos a examinar el texto y el contexto de ese importante diálogo, que nos
transmite el evangelista Mateo. Después de haber preguntado: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo
del hombre?» (Mt 16, 13), Jesús hace una pregunta más directa a sus
Apóstoles: «Y vosotros ¿quién decís que
soy yo? «(Mt 16, 15). Ya es significativo el hecho de que sea
precisamente Simón el que responda en nombre de los Doce: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16, 16). Se
podría pensar que Simón actúa como portavoz de los Doce, por estar dotado de
una personalidad más vigorosa e impulsiva. Tal vez, de alguna manera, también
ese factor influyó algo. Pero Jesús
atribuye la respuesta a una revelación especial hecha por el Padre celeste:
«Bienaventurado eres Simón, hijo de
Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que
está en los cielos (Mt 16, 17). Más allá y por encima de todos los
elementos vinculados al temperamento, al carácter, al origen étnico o a la
condición social («la carne y la sangre»),
Simón recibe una iluminación e inspiración de lo alto, que Jesús califica como
«revelación». Y precisamente en virtud de esta revelación Simón hace la
profesión de fe en nombre de los Doce.
Entonces se produce la declaración de Jesús
que, ya con la solemnidad de la forma, deja traslucir el significado
comprometedor y constitutivo que el Maestro pretende darle: «Y yo te digo que tú eres Pedro» (Mt
16, 18). Sí, la declaración es solemne: «Yo te digo»; compromete la autoridad soberana de Jesús. Es una
palabra de revelación, y de revelación eficaz, que realiza lo que dice.
Simón recibe un nombre nuevo,
signo de una nueva misión. San Marcos (3, 16) y san Lucas (6, 14), en el relato
de la elección de los Doce, nos confirman el hecho de la imposición de este
nombre. También Juan nos lo refiere, precisando que Jesús hizo uso de la
palabra aramaica [del arameo, lengua de
Jesús] «Kefas», que en griego se traduce por Petros (cf. Jn 1, 42).
Tengamos presente que el término
aramaico Kefas (Cefas), usado
por Jesús, así como el término griego petra
que lo traduce, significan «roca».
En el sermón de la montaña Jesús puso el ejemplo del «hombre prudente que edificó su casa sobre roca» (Mt 7,
24). Dirigiéndose ahora a Simón, Jesús le declara que, gracias a su fe, don
de Dios, él tiene la solidez de la roca sobre la cual es posible construir un
edificio, indestructible. Jesús manifiesta, también, su decisión de construir
sobre esa roca un edificio indestructible, a saber, su Iglesia.
(…)
Jesús afirma a continuación: «Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y
las puertas del infierno no prevalecerán contra ella» (Mt 16, 18).
Estas palabras atestiguan la voluntad de Jesús de edificar su Iglesia, con una
referencia esencial a la misión y al poder específicos que él, a su tiempo,
conferiría a Simón. Jesús define a Simón Pedro como cimiento sobre el que
construirá su Iglesia. La relación Cristo-Pedro se refleja, así, en la relación
Pedro-Iglesia. (…)
Por otra parte, también los otros
evangelistas confirman el «nuevo nombre» de Pedro, que dio Jesús a Simón, sin
ninguna discrepancia con el significado del nombre que explica Mateo. Y, por lo
demás, tampoco se ve qué otro significado podría tener.
(…) En
efecto, a ningún jefe religioso del judaísmo de la época se le atribuye la
cualidad de piedra fundamental. Jesús, en cambio, la atribuye a Pedro.
Ésta es la gran novedad introducida por Jesús. No podía ser el fruto de una
invención humana, ni en Mateo, ni en autores posteriores.
(…)
Es verdad que Simón es llamado Piedra
después de la profesión de fe, y que ello implica una relación entre la fe
y la misión de piedra, conferida a Simón. Pero la cualidad de piedra
se atribuye a la persona de Simón, y no a un acto suyo, por más
noble y grato que fuera para Jesús. La palabra piedra expresa un ser
permanente, subsistente; por consiguiente, se aplica a la persona, más
que a un acto suyo, necesariamente pasajero. Lo confirman las palabras
sucesivas de Jesús, que proclama que las puertas del infierno, o sea, las
potencias de muerte, no prevalecerán «contra
ella».
(…)La
relación Pedro-Iglesia repite en sí el vínculo entre la Iglesia y Cristo.
Jesús, en efecto, dice: «Mi
Iglesia». Eso significa que la Iglesia será siempre Iglesia de Cristo,
Iglesia que pertenece a Cristo. No se convierte en la Iglesia de Pedro,
sino, como Iglesia de Cristo, está construida sobre Pedro, que es Kefas
en el nombre y por virtud de Cristo.
El evangelista Mateo refiere otra
metáfora a la que recurre Jesús para explicar a Simón Pedro ―y a los demás Apóstoles― lo que quiere hacer de el: «A ti
te daré las llaves del reino de los cielos» (Mt
16, 19). También aquí notamos en seguida que, según la tradición
bíblica, es el Mesías quien posee las llaves del reino. En efecto, el
Apocalipsis, recogiendo expresiones del profeta Isaías, presenta a Cristo como «el Santo, el Veraz, el que tiene la
llave de David: si él abre, nadie puede cerrar; si él cierra, nadie puede
abrir» (Ap 3, 7). (…)
En efecto, Jesús es quien, según
la carta a los Hebreos, con su sacrificio «penetró en el santuario celeste» (cf. 9, 24): posee sus llaves y
abre su puerta. Estas llaves Jesús las entrega a Pedro, quien, por
consiguiente, recibe el poder sobre el reino, poder que ejercerá en nombre de
Cristo, como su mayordomo y jefe de la Iglesia, casa que recoge a los creyentes
en Cristo, los hijos de Dios.
Jesús dice a Pedro: «lo que ates en la tierra quedará atado en
los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos» (Mt
16, 19). Es otra comparación utilizada por Jesús para manifestar su
voluntad de conferir a Simón Pedro un poder universal y completo, garantizado y
autenticado por una aprobación celeste. No se trata sólo del poder enunciar
afirmaciones doctrinales o dar directrices generales de acción: según Jesús, es
poder «de desatar y de atar», o sea, de tomar todas las medidas que exija la
vida y el desarrollo de la Iglesia. La contraposición «atar-desatar» sirve para mostrar la totalidad del poder.
Ahora bien, es preciso añadir
enseguida que la finalidad de este poder consiste en abrir el acceso al reino,
no en cerrarlo: «abrir», esto es,
hacer posible el ingreso al reino de los cielos, y no ponerle obstáculos, que
equivaldrían a «cerrar». Esa es la finalidad propia del ministerio petrino, enraizado
en el sacrificio redentor de Cristo, que vino para salvar y ser puerta y pastor
de todos en la comunión del único redil (cf. Jn 10, 7. 11. 16). Mediante
su sacrificio, Cristo se ha convertido en «la puerta de las ovejas», cuya
figura era la puerta construida por Elyasib, sumo sacerdote, con sus hermanos
sacerdotes, que se encargaron de reconstruir las murallas de Jerusalén, a
mediados del siglo V antes de Cristo (cf. Ne 3, 1). El Mesías es la
verdadera puerta de la nueva Jerusalén, construida con su sangre derramada en
la cruz. Y precisamente las llaves de esta puerta son las que Jesús confía a
Pedro, para que sea el ministro de su poder salvífico en la Iglesia.¨
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