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10 de julio de 2012

Al ver a las gentes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas

Del Santo Evangelio Según San Mateo 9, 32-38
En aquel tiempo llevaron a Jesús un endemoniado mudo. Echó el demonio, y el mudo habló. La gente decía admirada: "Nunca se había visto en Israel cosa igual". En cambio, los fariseos decían: "Este echa los demonios con el poder del jefe de los demonios". Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando el evangelio del Reino y curando todas las enfermedades y todas las dolencias. Al ver a las gentes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, "como ovejas que no tienen pastor". Entonces dijo a sus discípulos: "La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies". 

 
Meditación de San Juan Crisóstomo
 

(…)
 
Salidos aquéllos, le presentaron a un hombre mudo endemoniado. Su enfermedad no era cosa natural, sino perversidad del demonio. Por esto tuvo necesidad de que otros lo llevaran a Jesús. El no podía suplicarle, pues estaba mudo; ni suplicar a otros, pues el demonio le tenía atada la lengua, y juntamente con la lengua, el alma. Por esto Jesús no le exige testificar su fe, sino que al punto lo cura. Pues dice el evangelista: Y, arrojado el demonio, habló el mudo, y se admiraron las turbas diciendo: Jamás se vio tal cosa en Israel. Y era cosa que mucho dolía a los fariseos que las turbas antepusieran a Jesús a todos: no sólo a los vivos, sino aun a los antepasados. Y lo anteponían no únicamente porque curaba, sino porque curaba fácil y rápidamente, y enfermedades sin cuento e incurables.

Por su parte los fariseos no sólo falsean los hechos, sino que, contradiciéndose a sí mismos, no se avergüenzan de ello. Así es la maldad.

 
-¿Qué es lo que dicen?- 

 
Arroja los demonios en virtud del príncipe de los demonios. 

 
-Pero ¿qué cosa hay más necia? -

 
Pues como más tarde dijo Jesús, no puede un demonio arrojar a otro demonio, porque suele el demonio conservar y consolidar lo suyo y no destruirlo. Pero él no sólo arrojaba los demonios, sino que limpiaba a los leprosos, resucitaba a los muertos, reprimía el mar, perdonaba los pecados, predicaba el reino de los cielos, conducía hacia el Padre: cosas todas que el demonio jamás querrá hacer ni puede hacerlas. Los demonios llevan a los ídolos y apartan de Dios y quitan la fe en la vida futura. El demonio, cuando es injuriado, no paga con beneficios; y al contrario, a quien se le entrega y lo honra, ni aunque éste lo injurie, lo daña.

 
Jesús, en cambio, tras de infinitas injurias y querellas: recorría las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, predicando el evangelio del reino de Dios y curando toda enfermedad y toda dolencia. Y no sólo no los castiga por ingratos, pero ni siquiera los reprende. Manifestaba así su mansedumbre, y luego a los fariseos los refutaba con palabras. Recorría así las ciudades y aldeas y sinagogas, enseñándonos a rechazar las injurias, no con injurias, sino con beneficios mayores. Si tú haces los beneficios por Dios y no por los hombres, hagan lo que hagan tus consiervos, no dejarás de beneficiarlos, para que sea mayor tu recompensa. De modo que quien tras de recibir una injuria, cesa de hacer beneficios, manifiesta que andaba ejercitando la virtud no por Dios, sino por las humanas alabanzas.


Cristo, para enseñarnos que procedía por pura benignidad, no sólo no esperaba a que los enfermos fueran a él, sino que iba en busca de ellos y les hacía un doble beneficio: el del reino de los cielos y el de la curación de todo género de enfermedades. No desdeñaba ninguna ciudad, no pasaba de largo por ninguna aldea, iba por todos los sitios. Y no se contentaba con esto sino que tomó otra providencia además. Pues dice el evangelista: Viendo a la muchedumbre, se enterneció de compasión por ella, porque estaban fatigados y decaídos, como ovejas sin pastor. Entonces dijo a los discípulos: La mies es mucha, pero pocos los obreros. Rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies.


-Considera de nuevo cuan ajeno está a la vanagloria.-

 
Para no atraerlos todos personalmente hacia sí, manda a sus discípulos. Pero no únicamente por eso, sino además para adiestrarlos, a fin de que, ejercitándose en Palestina, como en una palestra, se preparen de este modo para las luchas en todo el orbe. Y les propone ejercicios de más fuertes combates, todo en cuanto lo puede sobrellevar la virtud de ellos, para que con mayor facilidad puedan soportar las batallas que luego vendrán: los ejercita en el vuelo como a tiernas avecillas. Por de pronto los gradúa como médicos de las enfermedades corporales y les reserva para más tarde la curación de las almas, que es la principal.


-Advierte en qué forma les hace ver ser esto cosa fácil y necesaria. ¿Qué les dice?-
¨La mies es mucha y los obreros pocos¨. Como si les dijera: ¨mirad que no os envío a la siembra, sino a la cosecha¨. Como lo dijo en el evangelio de Juan: ¨Otros lo trabajaron y vosotros os aprovechasteis de su trabajo¨. Les decía esto para reprimirles sus altos sentires e instruyéndolos al mismo tiempo para que tuvieran gran confianza y demostrándoles que ya había precedido el mayor trabajo.

 
-Advierte cómo empieza por la misericordia y con la esperanza de la recompensa.-
Pues dice: ¨Se enterneció de compasión, porque estaban fatigados y decaídos, como ovejas sin pastor¨. Lo cual es una acusación contra los jefes de los judíos que siendo pastores se mostraban lobos. Pues no sólo no corregían a la plebe, sino que aún le estorbaban que adelantara en la virtud.
Admirándose pues las turbas y exclamando: Jamás se vio tal en Israel, ellos, al contrario, exclamaban: Es por virtud del príncipe de los demonios como arroja los demonios.

 
-Pero ¿a quiénes llama aquí obreros?-

 
A los doce discípulos.

 
-¿Acaso al decir los operarios son pocos, añadió algunos más?-

 
De ninguna manera, sino que envió a los doce. 

 
-Entonces ¿por qué añade: ¨Rogad, pues, al dueño de la mies que envíe operarios a su tmies, y no añade a ellos ninguno otro?- 

 
Porque, siendo ellos doce en número, los multiplicó no aumentando el número, sino dándoles virtud y poder. Y luego, para demostrarles cuan grandes los hacía, añade: ¨Rogad, pues, al dueño de la mies¨, con lo que deja entender que El tiene potestad para enviar. 

 
Porque al decir: ¨Rogad al dueño de la mies¨, al punto los ordena predicadores, ya haya acontecido que ellos nada le suplicaran o que inmediatamente se lo pidieran; y les recuerda las palabras del Bautista, o sea la era, el bieldo, la paja y el grano. Por donde se ve que es El el agrícola, el Señor de la mies y aun de los profetas. Si los envía a la siega, claro está que no los envía a lo ajeno, sino a lo que El mismo sembró por mano de los profetas. Y no por sólo este capítulo les infundió confianza, al llamar a su ministerio una siega, sino con darles potestad para que ejerzan el dicho ministerio.

 
(…)

 
Apliquémonos, pues, a la virtud, [hábito del bien]. pues muchas riquezas contiene y es grandemente admirada. Ella engendra la verdadera libertad, de tal manera que aún en la esclavitud se hace notar. 

Y esto, no porque saque de la esclavitud sino porque hace a los esclavos más excelentes que a los libres, cosa de mayor precio que la libertad material. No hace rico al pobre; pero aunque éste permanezca pobre, lo hace más opulento que al rico. Si quieres hacer milagros, líbrate del pecado y ya los habrás hecho. Por que, carísimo, gran demonio es el pecado y si lo echas fuera, habrás hecho una obra más eximia que quien expulsa a mil demonios.

Oye á Pablo que dice, anteponiendo la virtud a los milagros: Aspirad a los dones mejores; y todavía os demuestro un caminó mejor. Y al exponer este camino, no habla de muertos resucitados ni de leprosos limpiados ni de alguna otra cosa semejante, sitio que en lugar de todo eso, habla de la caridad. Oye también a Cristo que dice: no os alegréis de que los espíritus os estén sometidos, sino de que vuestros nombres están es-critos en los cielos! Y ya antes había dicho: Muchos me dirán en aquel día: ¡Señor, Señor! ¿no profetizamos en tu nombre y en nombre tuyo atrojamos los demonios y en nombre tuyo hicimos muchos milagros? Y yo entonces les diré: Nunca os conocí.

Y cuando iba hacia la cruz, llamó a sus discípulos y les dijo: En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si tenéis caridad los unos para con los otros; y no en sí arrojáis demonios. Y también: En esto conocerán todos que tú me enviaste: no en sí resucitan muertos, sino si son uno.

Con frecuencia los milagros han ayudado para esto y han ayudado a otros, pero han dañado al que los hace arrojándolo a la vanagloria y a la hinchazón, o en fin de algún otro modo. Pero en las buenas obras no cabe esta sospecha, pues ayudan a quien las ejercita y a otros muchos. Practiquémoslas con gran diligencia. Si de tu inhumanidad te conviertes a dar limosna, ya habrás extendido la mano seca. Si absteniéndote del teatro entras en la iglesia, ya habrás sanado a un cojo. Si apartas tus ojos de una meretriz y de la belleza ajena, los ojos que antes estaban ciegos los habrás abierto. Si en vez de las canciones diabólicas aprendes los salmos, habiendo sido antes mudo por fin hablas. Milagros grandísimos son éstos y potentes y eximios. Perseveremos en hacer estos milagros y ellos son los que nos harán grandes y admirables y atraeremos a la virtud a todos los perversos y gozaremos de la gloria futura. Ojalá que todos la consigamos, por gracia y misericordia de nuestro Señor Jesucristo a quien sea la gloria por infinitos siglos de los siglos. 

Amén.


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