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18 de abril de 2019

¨... habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo¨.


Jueves Santo – Misa Vespertina de la Cena del Señor


Del Santo Evangelio según San Juan (Jn 13: 1- 15)

1 Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. 2 Durante la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle,3 sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía, 4 se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó. 5 Luego echa agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido.

6 Llega a Simón Pedro; éste le dice: «Señor, ¿tú lavarme a mí los pies?» 7 Jesús le respondió: «Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora: lo comprenderás más tarde.» 8 Le dice Pedro: «No me lavarás los pies jamás.» Jesús le respondió: «Si no te lavo, no tienes parte conmigo.» 9 Le dice Simón Pedro: «Señor, no sólo los pies, sino hasta las manos y la cabeza.» 10 Jesús le dice: «El que se ha bañado, no necesita lavarse; está del todo limpio. Y vosotros estáis limpios, aunque no todos.» 11 Sabía quién le iba a entregar, y por eso dijo: «No estáis limpios todos.»


12 Después que les lavó los pies, tomó sus vestidos, volvió a la mesa, y les dijo: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? 13 Vosotros me llamáis "el Maestro" y "el Señor", y decís bien, porque lo soy. 14 Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. 15 Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros.

(Aciprensa.com)




S.S Francisco

Homilía

2 de abril de 2015


Este jueves, Jesús estaba en la mesa con los discípulos, celebrando la fiesta de la Pascua. Y el pasaje del Evangelio que hemos escuchado contiene una frase que es precisamente el centro de lo que hizo Jesús por todos nosotros: «Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo» (Jn 13, 1). Jesús nos amó. Jesús nos ama. Sin límites, siempre, hasta el extremo. El amor de Jesús por nosotros no tiene límites: cada vez más, cada vez más. No se cansa de amar. A ninguno. Nos ama a todos nosotros, hasta el punto de dar la vida por nosotros. Sí, dar la vida por nosotros; sí, dar la vida por todos nosotros, dar la vida por cada uno de nosotros. Y cada uno puede decir: «Dio la vida por mí». Por cada uno. Ha dado la vida por ti, por ti, por ti, por mí, por él… por cada uno, con nombre y apellido. Su amor es así: personal. El amor de Jesús nunca defrauda, porque Él no se cansa de amar, como no se cansa de perdonar, no se cansa de abrazarnos. Esta es la primera cosa que quería deciros: Jesús nos amó, a cada uno de nosotros, hasta el extremo.

Y luego, hizo lo que los discípulos no comprendieron: lavar los pies. En ese tiempo era habitual, era una costumbre, porque cuando la gente llegaba a una casa tenía los pies sucios por el polvo del camino; no existían los adoquines en ese tiempo… Había polvo por el camino. Y en el ingreso de la casa se lavaban los pies. Pero esto no lo hacía el dueño de casa, lo hacían los esclavos. Era un trabajo de esclavos. Y Jesús lava como esclavo nuestros pies, los pies de los discípulos, y por eso dice: «Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora —dice a Pedro—, pero lo comprenderás más tarde» (Jn 13, 7). Es tan grande el amor de Jesús que se hizo esclavo para servirnos, para curarnos, para limpiarnos.

Y hoy, en esta misa, la Iglesia quiere que el sacerdote lave los pies de doce personas, en memoria de los doce apóstoles. Pero en nuestro corazón debemos tener la certeza, debemos estar seguros de que el Señor, cuando nos lava los pies, nos lava todo, nos purifica, nos hace sentir de nuevo su amor. En la Biblia hay una frase, del profeta Isaías, muy bella, que dice: «¿Puede una madre olvidar a su hijo? Aunque ella se olvidara de su hijo, yo nunca me olvidaré de ti» (cf. 49, 15). Así es el amor de Dios por nosotros.

Y yo lavaré hoy los pies de doce de vosotros, pero en estos hermanos y hermanas estáis todos vosotros, todos, todos. Todos los que viven aquí. Vosotros los representáis a ellos. Y también yo necesito ser lavado por el Señor, y por eso rezad durante esta misa para que el Señor lave también mis suciedades, para que yo llegue a ser un mejor siervo vuestro, un mejor siervo al servicio de la gente, como lo fue Jesús.

Ahora comenzaremos esta parte de la celebración.

Tomado de la Santa Sede
La edición y el subrayado son nuestros

9 de mayo de 2015

¨Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando¨.

Domingo 6 del Tiempo Pascual
Del Santo Evangelio Según San Juan 15,9-17

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud. Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros." (aciprensa.com)

Comentario:
Este pasaje ocurre en la última cena. El ambiente está lleno de dramatismo, ansias, miedo, confusión y expectativa. En plena celebración de la Pascua, de la liberación de Israel, Jesús tiene un gesto que sorprende y casi escandaliza a sus discípulos: El lavado de pies. Gesto que sólo era para los esclavos, por eso Pedro se rehúsa a recibirlo, pero Jesús lo reprende pues quiere enseñarle el corazón de su mensaje: El Amor. 

Los judíos piadosos, los que amaban a Dios, eran muy estrictos con el cumplimiento de los mandamientos. Ellos creían que Dios era un celoso juez que exigía que se cumplan al pie de la letra todos los mandamientos y preceptos que el pueblo judío había ¨reconocido¨ como que venían de Dios. 

Jesús rompe con todo eso, primero enseña que Dios es un padre amoroso que exige sí, pero que no fuerza en contra de la libertad que dio a sus hijos. El lo enseña con su propia persona, con sus palabras y sus gestos. 

El amor no sólo es un sentimiento que nos une entre las personas, sino es algo mucho mas profundo y mucho más grande. Es una persona Dios mismo, Dios mismo que se entrega a nosotros en la persona de su Hijo. 

Jesús, el Hijo y el Creador, nos ¨exige¨ con todo derecho por el amor que nos tiene: ¨Ármense unos a otros como yo los he amado¨. Cada uno en su propia vida debe aplicar el mandamiento, pero siempre cuidando de seguir los pasos de Jesús. Hay que preguntarse: ¿Que haría Jesús si estuviera en mi lugar?.  Gracias 



Para Profundizar:

Lectura:
El contexto de estos versículos del Evangelio de Juan contribuye a determinar el tono: nos encontramos ante el largo discurso de Jesús a los discípulos en la última cena, tras haber cumplido aquel gesto que, según el relato de Juan, califica el ministerio de Jesús como amor hasta el fin: lavar los pies a sus discípulos (Jn 13,1-15). Mirando estos intensos capítulos podemos reconocer en ellos un dinamismo que va desde el gesto como tal, el lavatorio de los pies, - un gesto en línea con las obras que Jesús ha realizado como signo que expresa su identidad y que llama a la fe a quien ve y escucha, - al largo discurso dirigido a los discípulos, expresión de despedida pero también indicación de posturas que hay que asumir y realidades que hay que atender, hasta la oración “sacerdotal” de Jesús al Padre (Jn 17), oración que supera los confines del grupo de sus discípulos para dirigirse en beneficio de todos los creyentes de todos los tiempos. Un movimiento ascensional del relato con el enaltecimiento de Jesús sobre la cruz, enaltecimiento percibido y puesto en evidencia por Juan como glorificación salvífica de Jesús y que califica ulteriormente la Pascua como paso del Verbo que desde los hombres vuelve al Padre.

En el discurso de Jesús las frases se subsiguen, se concadenan en un vértigo comunicativo que sin embargo no oprime con su ritmo, no cansa. Cada una de las expresiones es completa e incisiva en sí, y se inserta en el mundo expresivo de Jesús según Juan, en la continuidad de los temas y de los términos preferentemente usados.

En el contexto inmediatamente previo Jesús ha hablado de sí mismo como vid verdadera (Jn 15,1); esta imagen tiene como marco dos relaciones: el Padre es el viñador y los discípulos son los sarmientos. Es una imagen reveladora: antes de ser una exhortación dirigida a sus discípulos, es expresión de un hecho: el Padre cuida de la planta preciosa, de la relación instaurada entre Jesús y los suyos, así como los discípulos viven una realidad de comunión que los califica desde ahora. La exhortación se expresa con las palabras mismas que explicitan la imagen y se centra en el verbo “permanecer”; los discípulos están llamados a permanecer en Jesús así como lo hacen los sarmientos en la vid, para tener vida y dar fruto. El tema de dar fruto, pero también el tema de pedir y obtener que vamos a encontrar en los versículos que comentamos, ha sido anticipado aquí, ofreciéndonos un ejemplo del estilo de Juan, que retoma los temas profundizándolos.

Ciertamente en el verso n. 9 en el tono del discurso se percibe un cambio: no hay imágenes, sino la referencia directa a una relación: “Como el Padre me amó, yo también os he amado”. Jesús se pone en medio de un recorrido descendiente que va de Dios a los hombres. El verbo “amar” lo habíamos encontrado ya en el capítulo 14 al hablar de la observancia de los mandamientos; y ahora despunta de nuevo para llevar a una nueva síntesis en nuestro relato allí donde los “mandamientos” dejan paso al “mandamiento” que es el de Jesús: “Esto es lo que os mando: que os améis unos a otros” (Jn 15,17). La relación de reciprocidad se retoma inmediatamente tras un imperativo: “Permaneced en mi amor”; se pasa del verbo “amar” al sustantivo “amor” para indicar que la acción procedente del Padre y que pasa por el Hijo a los hombres ha creado y crea un nuevo estado de cosas, una posibilidad que era impensable hasta ese momento. Y en el verso 10 la reciprocidad se realiza en sentido contrario: la observancia de los mandamientos de Jesús es para los discípulos la manera de responder a su amor, en analogía y en continuidad real con la actitud del Hijo que ha observado los mandamientos del Padre y por esto él también permanece en su amor. Entonces, la perspectiva es muy distinta de aquel legalismo que había monopolizado los conceptos de “ley” y “mandamientos”: Jesús vuelve a colocar todo en su perspectiva más verdadera: una respuesta de amor al amor recibido, el anuncio de la posibilidad de estabilidad en la presencia de Dios. También la frase en el v. 11 se convierte en una salida ulterior de la perspectiva legalista: el fin es el gozo, un gozo, eso sí, de relación; el gozo de Jesús en sus discípulos, su gozo presente en plenitud.

En el v. 12, como ya se ha dicho, el discurso se hace más apremiante: Jesús afirma que sus mandamientos se reducen a uno sólo: “que os améis unos a otros como yo os he amado”; notamos como la línea relacional sea la misma, siempre en clave de respuesta: los discípulos se amarán como Jesús los ha amado. Pero lo que sigue restablece en términos absolutos el primado del don de Jesús: “Nadie tiene mayor amor que éste: dar la vida para los amigos” (v. 13). Es ésta la obra insuperable de su amor, una acción que levanta a su nivel más alto el grado de implicación: el don de la vida. De aquí una importante digresión sobre este nuevo nombre dado a los discípulos: “amigos”; un término que se ve ulteriormente circunstanciado en contraposición con otra categoría, la de los “siervos”; la diferencia está en la falta de conocimiento del siervo respecto de los proyectos de su señor: el siervo es llamado a ejecutar y basta. El discurso de Jesús sigue su lógica: justamente porque ha amado a sus discípulos y está a punto de dar la vida por ellos, él les ha revelado el proyecto suyo y de su Padre, lo ha hecho mediante signos y obras, lo hará en su obra más grande, su muerte en la cruz. Una vez más Jesús señala su íntima relación con el Padre: “Os he dado a conocer todo lo que he oído de mi Padre” (v. 15). Y sin embargo, en el corazón de la afirmación de Jesús sobre los discípulos como amigos no se olvida lo que se ha expresado antes: “Sois mis amigos si hacéis lo que os mando” (v. 14).

Los últimos versículos de nuestro texto vuelven a lanzar la imagen de la vid, con además lo que ha sido afirmado: es Jesús que ha elegido a sus discípulos, no el contrario, la iniciativa sale de él. Sin embargo la imagen se ha dinamizado un poco: al contrario de una vid plantada en tierra, los discípulos están llamados para que vayan y para que en este ir den fruto; el fruto está destinado a permanecer (mismo verbo usado para invitar a permanecer en el amor de Jesús), otra calificación de estabilidad que vuelve a dar equilibrio al dinamismo.

Su identidad de discípulos se fundamenta en la elección hecha por Jesús y presenta un camino que recorrer, un fruto que dar. Entre el pasado de la llamada, el presente de la escucha y el futuro de la fructificación, el cuadro del discípulo parece completo. Sin embargo, hay que arrojar luz sobre Alguien, hay todavía una actitud que proponer. “Dar fruto” puede llevar a los discípulos a un actuar unilateral; la partícula “para que” enlaza el fruto con lo que sigue: pedir y recibir, experimentar la indigencia y el don dado con abundancia (“todo lo que pediréis”) y gratuitamente. Aquel Alguien que Jesús revela es el Padre, fuente del amor y de la misión del Hijo, el Padre al cual es posible dirigirse en nombre del Hijo ya que hemos permanecido en su amor. Y la conclusión se plantea de manera solemne y lapidaria: “Esto os mando: que os améis unos a otros”.

Meditación:
Las palabras de Jesús poco antes de su glorificación indican a la Iglesia el sentido del seguimiento y sus exigencias. Son palabras fuertes, que reflejan la gloria de Aquel que se entregará y dará su vida, libremente, para la salvación del mundo (cfr. Jv 10,17-18); pero al mismo tiempo son palabras íntimas, y por esto mismo sencillas, esenciales, cercanas, concadenadas, típicas de un discurso de despedida donde la repetición se convierte en llamada apremiante. Ser discípulos de Cristo es ante todo un don: es El que ha elegido a los suyos, es El que les ha revelado su misión y está revelando el gran “trasfondo” del proyecto de salvación: el querer del Padre, el amor entre el Padre y el Hijo que ahora se comunica a los hombres. Los discípulos ahora conocen, a diferencia del pasado de los primeros pasos de la historia de salvación y del presente de los que se han encerrado en si mismos optando por no comprender el valor de las obras realizadas por el Hijo por voluntad del Padre; este conocimiento pide e pedirá opciones coherentes para no quedarse en una pretensión vacía y estéril (cfr. 1Jn 4,8.20). “Permanecer” en el amor de Jesús y observar sus “mandamientos” es ante todo una revelación, el don de una suprema posibilidad que libera al hombre de la condición servil respecto de Dios mismo para ponerlo en una nueva relación con El, marcada por la reciprocidad, la relación típica de la amistad. “Permanecer en su amor” es lo que los Sinópticos llamarían el reino de Dios”, nueva situación en la historia antes herida por el pecado y ahora liberada.

En la cultura hebrea la observancia de los mandamientos iba unida a unos preceptos que iban hasta los más nimios particulares; todo esto tenía y tiene su valor, testimoniando así el esfuerzo de fidelidad a Dios de parte de los israelitas, llenos de celo; el riesgo, común a todas las realidades humanas, era el de perder de vista la iniciativa de Dios enfatizando la respuesta humana. En el evangelio de Juan Jesús restaura y por lo tanto renueva el campo semántico de la “ley” y de los “mandamientos” con el concepto de “permanecer”. Renueva y personaliza, ya que anuncia y muestra el amor del Padre dando su vida para salvar el mundo; es amor que revela la calidad no en abstracto, sino en el rostro concreto y cercano de Cristo que ama “hasta el fin” y vive en primera persona el amor más grande. Más de una vez Jesús ha descrito su relación con el Padre; el hecho que el se ponga bajo la señal de la obediencia al Padre califica la obediencia misma; no es la obediencia de un siervo, sino la del Hijo; es la obra que realizar, los “mandamientos de mi Padre”, no son algo exterior a Jesús, sino lo que El conoce y desea con todo su ser. El Verbo, que estaba con el Padre, está siempre con él haciendo lo que le complace en una comunión de operatividad que engendra vida. Y es justamente esto que Jesús pide a sus discípulos, teniendo en cuenta que aquel “como el Padre me amó... como yo os he amado” no queda a nivel de ejemplo, sino que se pone a nivel generativo, originario: es el amor del Padre la fuente de amor expresado por el Hijo, es el amor del Hijo la fuente de amor que los discípulos podrán dar al mundo.

Conocimiento y praxis están pues íntimamente enlazados en perspectiva del “Evangelio espiritual”, así como ha sido definido el Evangelio de Juan desde los tiempos de los Padres de la Iglesia. La fe misma, cuando es auténtica, no soporta dicotomías ante la vida.

Los discípulos aparecen en estos versículos como objeto del amor entrañable de su maestro; él no los olvidará ni siquiera al acercarse de la prueba, cuando rezará al Padre por ellos y “por todos aquellos que por su palabra creerán...” (Jn 17,20). En el horizonte de la escucha, de la acogida y del compromiso está su gozo, que es el mismo que el del maestro. Es El quien los ha elegido, con los criterios que sólo Dios conoce, una elección que recuerda la opción de Israel, el más pequeño de todos los pueblos. Es Jesús quien los ha constituido, instruido, fortalecido. Todo esto asume un significado todavía más intenso si leído a la luz de Pascua y de Pentecostés. Parece una paradoja, pero es justamente a esto a lo que están llamados: ser firmes/permanecer, y sin embargo ir. Firmeza y dinamismo cuya fuente sigue siendo el misterio de Dios, por el cual el Verbo estaba con el Padre, y sin embargo puso su morada entre nosotros (cfr. Jn 1,2.14).

Ser constituidos en esta solidez, ir y dar fruto define así el cometido de los discípulos después de la Pascua del Señor Jesús. Pero todo esto lo tenemos en los versículos unido a la invitación a pedir al Padre, en nombre de Jesús. Del Padre, en Cristo y con la fuerza del Consolador se espera, pues, la gracia para amar y, amando, testimoniar.



 La edición y el subrayado son nuestros


Que la misericordia y la confianza en el Señor no te falte

Gracias

17 de abril de 2014

"Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis."

La Santa Cena del Señor
Del Santo evangelio Según San  Juan 13,1-15 

Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Estaban cenando, ya el diablo le había metido en la cabeza a Judas Iscariote, el de Simón, que lo entregara, y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido. Llegó a Simón Pedro, y éste le dijo: "Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?" Jesús le replicó: "Lo que yo hago tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde." Pedro le dijo: "No me lavarás los pies jamás." Jesús le contestó: "Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo." Simón Pedro le dijo: "Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza." Jesús le dijo: "Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos." Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: "No todos estáis limpios."

Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo: "¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis "el Maestro" y "el Señor", y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis."   (Aciprensa.com)

Comentario:

a) Preámbulo a la Pascua de Jesús:

El pasaje del evangelio de este día está inserto en un conjunto literario que comprende los capítulos 13-17. El comienzo está constituido por la narración de la última cena que Jesús comparte con sus discípulos, durante la cuál realiza el gesto del lavatorio de los pies (13,1-10). Después, Jesús pronuncia un largo discurso de despedida con sus discípulos (13, 31-14,31), los capítulos 15 -17 tienen la función de profundizar algo más el precedente discurso del Maestro. Inmediatamente sigue, el hecho del prendimiento de Jesús (18, 1-11). De todos modos, los sucesos narrados en 13-17,26 están conectados desde el 13,1 con la Pascua de Jesús. Es interesante anotar este punto: desde el 12,1 la Pascua no se llama ya la pascua de los judíos, sino la Pascua de Jesús. Es Él, de ahora en adelante, el Cordero de Dios que librará al hombre de su pecado. La Pascua de Jesús es una Pascua que mira a la liberación del hombre: un nuevo éxodo que permite pasar de las tinieblas a la luz (8,12) y que llevará vida y fiesta a la humanidad (7,37).

Jesús es consciente de que está por terminarse su camino hacia el Padre, y por tanto dispuesto a llevar a término su éxodo personal y definitivo. Tal pasaje al Padre se realiza mediante la Cruz, momento nuclear en el que Jesús entregará su vida en provecho del hombre.

Llama la atención del lector el constatar cómo el evangelista Juan sepa representar muy bien la figura de Jesús siendo consciente de los últimos acontecimientos de su vida y, por tanto, de su misión. Y a probar que Jesús no es arrastrado por los acontecimientos que amenazan su existencia, sino que está preparado para dar su vida. Precedentemente el evangelista había anotado que todavía no había llegado su hora; pero ahora en la narración del lavatorio de los pies dice, que Jesús es consciente de que se aproxima su hora. Tal conciencia está a la base de la expresión juanista: “después de haber amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin” (v.1) El amor “por los suyos”, aquéllos que forman la nueva comunidad, ha sido evidente mientras ha estado con ellos, pero resplandecerá de modo eminente en su muerte. Tal amor viene mostrado por Jesús en el gesto del lavatorio de pies que , en su valor simbólico, muestra el amor continuo que se expresa en el servicio.

b) Lavatorio de los pies:

Jesús se encuentra en una cena ordinaria con los suyos. Tiene plena conciencia de la misión que el Padre le ha confiado: de Él depende la salvación de la humanidad. Con tal conocimiento quiere mostrar a “los suyos”, mediante el lavatorio de los pies, cómo se lleva a cumplimiento la obra salvífica del Padre e indicar con tal gesto la entrega de su vida para la salvación del hombre. 

Es voluntad de Jesús que el hombre se salve y un consumidor deseo lo guía a dar su vida y entregarse. Es consciente de que “el Padre había puesto todo en sus manos” (v. 3a); tal expresión deja entrever que el Padre deja a Jesús la completa libertad de acción.

Jesús, además, sabe que su origen y la meta de su itinerario es Dios; sabe que su muerte en la cruz, expresión máxima de su amor, es el último momento de su camino salvador. Su muerte es un “éxodo”: el ápice de su victoria sobre la muerte; en el dar su vida, Jesús nos revela la presencia de Dios como vida plena y ausente de muerte.

Con esta plena conciencia de su identidad y de su completa libertad Jesús se dispone a cumplir el grande y humilde gesto del lavatorio. Tal gesto de amor se describe con un cúmulo de verbos (ocho) que convierten la escena complicada y henchida de significado. El evangelista presentando la última acción de Jesús sobre los suyos, usa esta figura retórica de acumulación de verbos sin repetirse para que tal gesto permanezca impreso en el corazón y en la mente de sus discípulos y de cualquier lector y para que se retenga un mandamiento que no debe olvidarse. El gesto cumplido por Jesús intenta mostrar que el verdadero amor se traduce en acción tangible de servicio. Jesús se despoja de sus vestidos se ciñe un delantal símbolo de servicio. El despojarse de sus vestidos es una expresión que tiene la función de expresar el significado del don de la vida. ¿Qué enseñanza quiere Jesús transmitir a sus discípulos con este gesto? Les muestra que el amor se expresa en el servicio, en dar la vida por los demás como Él lo ha hecho.

En tiempos de Jesús el lavado de los pies era un gesto que expresaba hospitalidad y acogida con los huéspedes. De ordinario era hecho por un esclavo con los huéspedes o por una mujer o hijas a su padre. Además era costumbre que el rito del lavado de pies fuese siempre antes de sentarse a la mesa y no durante la comida. Esta forma de obrar de Jesús intenta subrayar la singularidad de su gesto.

Y así Jesús se pone a lavar los pies a sus discípulos. El reiterado uso del delantal con el que Jesús se ha ceñido subraya que la actitud de servicio es un atributo permanente de la persona de Jesús. De hecho, cuando acaba el lavatorio, Jesús no se quita el paño que hace de delantal. Este particular intenta subrayar que el servicio-amor no termina con la muerte. La minuciosidad de tantos detalles muestra la intención del evangelista de querer poner de relieve la importancia y singularidad del gesto de Jesús. Lavando los pies de sus discípulos Jesús intenta mostrarles su amor, que es un todo con el del Padre (10,30.38). Es realmente impresionante esta imagen que Jesús nos revela de Dios: no es un soberano que reside sólo en el cielo, sino que se presenta como siervo de la humanidad. De este servicio divino brota para la comunidad de los creyentes aquella libertad que nace del amor y que vuelve a todos su miembros “señores” (libres) en tanto que servidores. Es como decir que sólo la libertad crea el verdadero amor. De ahora en adelante el servicio que los creyentes darán al hombre tendrá como finalidad el de instaurar relaciones entre los hombres en el que la igualdad y la libertad sean una consecuencia de la práctica del servicio recíproco. Jesús con su gesto intenta demostrar que cualquier asomo de dominio o prepotencia sobre el hombre no está de acuerdo con el modo de obrar de Dios, quien, por el contrario, sirve al hombre para atraerlo hacia Sí. Además no tienen sentido las pretensiones de superioridad de un hombre sobre otro, porque la comunidad fundada por Jesús no tiene forma piramidal sino horizontal, en la que cada uno está al servicio del otro, siguiendo el ejemplo de Dios y de Jesús.

En síntesis, el gesto que Jesús cumple expresa los siguientes valores: el amor hacia los hermanos exige un cambio en acogida fraterna, hospitalidad, o sea, servicio permanente.

c) Resistencia de Pedro:

La reacción de Pedro al gesto de Jesús es de estupor y protesta. También hay cambio en el modo de dirigirse a Jesús: Pedro lo llama “Señor” (13,6). Tal título reconoce en Jesús un nivel de superioridad que choca con el “lavar” los pies, una acción que compete, en verdad, a un sujeto inferior. La protesta es enérgicamente expresada por las palabras: “¿Tú lavarme a mí los pies?” A los ojos de Pedro este humillante gesto del lavatorio de los pies parece una inversión de valores que regulan las relaciones entre Jesús y los hombres: el primero es el Mesías, Pedro es un súbdito. Pedro no aprueba la igualdad que Jesús quiere establecer entre los hombres.

A tal incomprensión Jesús responde a Pedro invitándolo a acoger el sentido de lavar los pies como un testimonio de su afecto hacia él. Más precisamente: le quiere ofrecer una prueba concreta de cómo Él y el Padre le aman.

Pero la reacción de Pedro no cesa: rechaza categóricamente que Jesús se ponga a sus pies. Para Pedro cada uno debe cumplir su papel, no es posible una comunidad o una sociedad basada en la igualdad. No es aceptable que Jesús abandone su posición de superioridad para hacerse igual a sus discípulos. Tal idea del Maestro desorienta a Pedro y lo lleva a protestar. No aceptando el servicio de amor de su Maestro, no acepta ni siquiera que muera en la cruz por él (12,34;13,37). 

Es como decir, que Pedro está lejos de comprender qué cosa es el verdadero amor y tal obstáculo sirve de impedimento para que Jesús se lo muestre con la acción.

Mientras que Pedro no esté dispuesto a compartir la dinámica del amor que se manifiesta en el servicio recíproco no puede compartir la amistad con Jesús, y se arriesga, realmente, a autoexcluirse.

A continuación de la advertencia de Jesús: “Si no te lavo, no tendrás parte conmigo” (v.8), Pedro consiente a las amenazantes palabras del Maestro, pero sin aceptar el sentido profundo de la acción de Jesús. Se muestra abierto, dispuesto a dejarse lavar, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza. Parece que Pedro admite mejor el gesto de Jesús como una acción de purificación o ablución, más que como servicio. Pero Jesús responde que los discípulos están purificados (“limpios”) desde el momento en que han aceptado dejarse guiar por la Palabra del Maestro, rechazando la del mundo. Pedro y los discípulos no tienen necesidad del rito judaico de la purificación, sino de dejarse lavar los pies por Jesús; o mejor, de dejarse amar por él , que les da dignidad y libertad.

d) El memorial del amor:

Al término del lavatorio de los pies, Jesús intenta dar a su acción una validez permanente para su comunidad y al mismo tiempo dejar en ella un memorial o mandamiento que deberá regular para siempre las relaciones fraternas.

Jesús es el Señor, no en la línea de dominio, sino en cuanto comunica el amor del Padre (su Espíritu) que nos hace hijos de Dios y aptos para imitar a Jesús, que libremente da su amor a los suyos. Esta actitud interior de Jesús lo ha querido comunicar a los suyos, un amor que no excluye a ninguno, ni siquiera a Judas que lo va a traicionar. Por tanto si los discípulos lo llaman Señor, deben imitarlo; si lo consideran Maestro deben escucharlo.

  
La edición y el subrayado son nuestros

Jesús es el nuevo cordero pascual, aquel que se ofrece así mismo  para liberarnos del pecado y de la muerte.  El  conscientemente hace su propia entrega por amarnos al extremo.  Jesús  ya había tenido otras cenas de Pascua con sus discípulos  pero esta sería una alianza nueva y definitiva. 

El ¨lavatorio de pies¨, gesto que sólo lo realizaban los de condición inferior, se vuelve un gesto de Vida, en el que nos muestra que el amor verdadero es visible en acciones concretas como dar la vida por otros y el servicio mutuo, sincero y desinteresado. 

Que la misericordia y la confianza en el Señor no les falte. 

Gracias