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27 de junio de 2009

El Resucitado tiene poder sobre la muerte. (Domingo 13 del Tiempo Ordinario).

Sab 1, 13-15; 2, 23-24; Cor 8,7.9. 13-15; Mc 5, 21-43.

(...)
Jesús se conmueve ante la muerte que acaba de segar la vida a una niña de doce años, y la devuelve viva a sus padres, pidiéndoles que le den de comer, para que vean que realmente ha vuelto a la vida.

Pero ¿qué es la resurrección de una sola niña, frente a millones de niños, jóvenes, adultos y ancianos que mueren o son eliminados cada día sin compasión alguna? Mas Jesús resucita a esa niña para darnos a entender que él tiene poder para resucitar a los muertos, gracias a su dominio absoluto sobre la muerte, y que son multitud inmensa los que él resucita cada día para la vida eterna.

La resurrección de la hija de Jairo, igual que la de Lázaro y del hijo de la viuda de Naín, y sobre todo la resurrección de Jesús, demuestran que la muerte no es el final de vida humana, sino el principio de la vida sin final; que el Resucitado tiene poder sobre la muerte; que Dios nos ha creado [para ser] inmortales; que la muerte del cuerpo no es la muerte de la persona, sino que, al despojarse ésta del cuerpo corruptible, atraviesa la muerte y Cristo la llama: “¡Levántate!”, para darle un cuerpo glorioso como el suyo. De la semilla que se pudre surge una planta nueva.

San Pablo asegura que Jesús “transformará nuestro pobre cuerpo mortal y lo hará semejante a su cuerpo glorioso” (Flp 3, 21), “Lo que es corruptible debe revestirse de incorruptibilidad y lo que es mortal debe revestirse de inmortalidad” (1Cor 15, 53). La muerte, por lo tanto, no es una desgracia, sino la ardua puerta de la máxima gracia y máxima felicidad: la resurrección y la gloria eterna.

El mismo Apóstol nos legó su convicción de fe: “Para mí es con mucho lo mejor el morirme para estar con Cristo”; “Para mí la vida es Cristo y una ganancia el morir”; “Pongan su corazón en los bienes del cielo, donde está Cristo”.

No podemos, pues, pensar nunca en la muerte sin pensar a la vez, y sobre todo, en la resurrección; de lo contrario viviremos como esclavos del temor a la muerte, en lugar de vivir en la alegría pascual del esfuerzo por conquistar la resurrección a través de la muerte, decidiéndonos a pasar porla vida haciendo el bien en unión con Cristo.

La fe verdadera no se rinde ante el poder de la muerte. ¿De qué nos valdría la fe si no nos llevara a la vida eternamente feliz, más allá de la muerte? Si no se cree en la resurrección, la fe resulta un engaño y la predicación un fracaso total.
(...)
P. Jesús Álvarez ssp.
Conferencia Episcopal Peruana


Lun.: Hch 12, 1-11; Sal 33; 2TM 4, 6-8. 17-18; Mt 16, 13-19
Mar.: Gn 19, 15-29; Sal 25; Mt 8, 23-27
Mié.: AGn 21, 5.8-20; Sal 33; Mt 8, 28-34 14-17
Jue.: Gn 22, 1-9; Sal 114; Mt 9,1-8
Vie.: Ef 2, 19-22; Sal 116; Jn 20, 24-29
Sáb.: Gn 27, 1-5. 15-29; Sal 134; Mt 9, 14-17

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