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27 de julio de 2012

La Palabra de Dios necesita un corazón libre.

Buen día en el Señor, a partir del cap.12, nos muestra la oposición con las autoridades religiosas de Israel, los escribas y fariseos, por una parte, mientras por otra, en las multitudes que escuchan a Jesús, se va formando poco a poco un grupo de discípulos de características aún no definidas pero que tienen perseverancia. A doce de estos discípulos les entrega Jesús el don de su autoridad y de sus poderes; los envía como mensajeros del reino (10,5-39). En el momento en que se desenlaza la controversia con sus opositores, Jesús reconoce su verdadera parentela no en la línea de la carne (madre, hermanos), sino en los que lo siguen, lo escuchan y cumplen la voluntad del Padre (12,46-50).

El auditorio al que Jesús dirige la palabra es doble: por un lado los discípulos a los que se les concede conocer los misterios del reino (13,11) y que están en condiciones de entenderlos (13,50), y por otro lado, la muchedumbre que parece estar privada de esta comprensión profunda (13,11.34-36). A estos últimos, les es presentada en primer lugar las parábolas. Como dijimos ayer: ¨son comparaciones sacadas de la vida cotidiana que Jesús usaba para revelar el misterio del Reino de Dios presente en la vida del Pueblo¨.

La parábola del Sembrador. Jesús habla de una semilla que cae o no cae en la tierra. El qué crezca depende del lugar en que cae y hasta es posible que no de fruto, como acontece en las tres primeras categorías de terreno: “el camino” (lugar duro por el paso de los hombres y de los animales), “el terreno pedregoso” (formado por rocas), “los abrojos” (terreno cubierto de espinas). Sin embargo, la que cae sobre “tierra buena” da un fruto excelente aunque en cantidad diversa. Se orienta al lector a prestar más atención al fruto del grano que a la acción del sembrador.

“El que tenga oídos, que oiga” (v.9). Es una llamada a la libertad de escuchar. Para el que se deja llevar por su fuerza, puede revelar “los misterios del reino de los cielos”. El acoger la palabra de Jesús es lo que distingue a los discípulos y a la muchedumbre anónima.

Escuchar y comprender. Siempre es Jesús el que conduce a los discípulos a la pista correcta para la comprensión de la parábola. En el futuro será la Iglesia. “Lo sembrado en tierra buena es el que escucha la Palabra y la comprende”. Es en la comprensión donde el discípulo que escucha cada día la Palabra de Jesús se distingue de las multitudes que sólo la escuchan ocasionalmente.

La Palabra de Dios necesita un corazón libre. Ante todo está la responsabilidad personal del individuo: acoger la Palabra de Dios en el propio corazón; si por el contrario cae en un corazón “endurecido”, obstinado en las propias convicciones y en la indiferencia, se ofrece campo al maligno que acaba por completar esta actitud persistente de cerrazón a la Palabra de Dios.

¨El terreno pedregoso¨. Si el primer impedimento es un corazón insensible e indiferente, la imagen de la semilla que cae sobre piedras, sobre rocas y entre espinos, indica el corazón inmerso en una vida superficial y mundana. Estos estilos de vida son energías que impiden que la Palabra dé fruto. Se da un atisbo de escucha, pero pronto queda bloqueado, no sólo por las tribulaciones y las pruebas inevitables, sino también por la implicación del corazón en las preocupaciones y en las riquezas. Una vida no profunda y superficial tendrá inestabilidad.

¨La tierra buena¨: es el corazón que escucha y comprende la palabra; esta da fruto. Este rendimiento es obra de la Palabra en un corazón acogedor. Se trata de una comprensión dinámica, que se deja envolver por la acción de Dios presente en la Palabra de Jesús. La comprensión de su Palabra permanecerá inaccesible si descuidamos el encuentro con él y no le dejamos que dialogue con nosotros.

En el día de hoy no sólo acojamos lo que nos dice el Señor sino que fijémonos en la libertad de corazón que tenemos para acogerla.

Que la misericordia y la confianza en el Señor no les falte.

Gracias

Tomado de:
El sitio oficial de los carmelitas

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