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27 de julio de 2014

¨El Evangelio te hace conocer a Jesús verdadero, te hace conocer a Jesús vivo; te habla al corazón y te cambia la vida. Y entonces sí, dejas todo. Puede cambiar efectivamente el tipo de vida, o continuar a hacer lo que hacía antes pero tú eres otro, has renacido: has encontrado lo que da sentido, sabor, luz a todo, también a las fatigas, también a los sufrimientos, también a la muerte.¨

Fuente: Camino Católico







Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!:

Las breves semejanzas propuestas por la liturgia de hoy son la conclusión del capítulo del Evangelio de Mateo dedicado a las parábolas de Reino de Dios.Entre estas hay dos pequeñas obras maestras: la parábola del tesoro escondido en el campo y la de la perla de gran valor. Éstas nos dicen que el descubrimiento del Reino de Dios puede llegar de repente como al campesino que arando, encuentra el tesoro inesperado; o después de una larga búsqueda, como para el comerciante de perlas, que finalmente encontró la perla preciosa soñada durante mucho tiempo. Pero en los dos casos queda el dato primario que el tesoro y la perla valen más que los otros bienes, y por tanto, el campesino y el comerciante, cuando lo encuentran, renuncian a todo lo demás para poder conseguirlo. No necesitan hacer razonamientos, pensar, reflexionar: se dan cuenta en seguida del valor incomparable de lo que han encontrado, y están dispuestos a perder todo para tenerlo.

Así es el Reino de Dios: quien lo encuentra no tiene dudas, siente que es lo que buscaba, que esperaba y que responde a sus aspiraciones más auténticas. Y es realmente así: quien conoce a Jesús, quien lo encuentra personalmente, se queda fascinado, atraído por tanta bondad, tanta verdad, tanta belleza, y todo en una gran humildad y sencillez. Buscar a Jesús, encontrar a Jesús. Este es el gran tesoro. Cuántas personas, cuántos santas y santos, leyendo a corazón abierto el Evangelio, han sido tan tocados por Jesús, hasta convertirse en Él. Pensemos en san Francisco de Asís: él era ya un cristiano, pero de "agua de rosas". Cuando lee el Evangelio, en un momento decisivo de su juventud, encontró a Jesús y descubrió el Reino de Dios, y entonces todos sus sueños de gloria terrena se desvanecieron. El Evangelio te hace conocer a Jesús verdadero, te hace conocer a Jesús vivo; te habla al corazón y te cambia la vida. Y entonces sí, dejas todo. Puede cambiar efectivamente el tipo de vida, o continuar a hacer lo que hacía antes pero tú eres otro, has renacido: has encontrado lo que da sentido, sabor, luz a todo, también a las fatigas, también a los sufrimientos, también a la muerte. Leer el Evangelio, leer el Evangelio. Lo hemos hablado, ¿lo recordáis? Cada día leer un fragmento del Evangelio. Y también llevar un pequeño Evangelio con nosotros, en el bolsillo, en el bolso, es decir, a mano. Y allí, leyendo un fragmento, encontraremos a Jesús.

Todo adquiere sentido cuando encuentras este tesoro, que Jesús llama "el Reino de Dios", es decir, Dios que reina en tu vida, en nuestra vida; Dios que es amor, paz y alegría en cada hombre y en todos los hombres. Esto es lo que Dios quiere, es por lo que Jesús se ha donado a sí mismo hasta morir en la cruz, para liberarnos del poder de las tinieblas y llevarnos al reino de la vida, de la belleza, la bondad, la alegría. Leer el Evangelio es encontrar Jesús y tener esta alegría cristiana que es un don del Espíritu Santo.

Queridos hermanos y hermanas, la alegría de haber encontrado el tesoro del Reino de Dios transpira, se ve. El cristiano no pude esconder su fe, porque transpira en cada palabra, en cada gesto, también en los más sencillos y cotidianos: transpira el amor que Dios nos ha donado mediante Jesús. Recemos, por intercesión de la Virgen María, para que venga a nosotros y en el mundo entero su Reino de amor, de justicia y de paz.

(Después de la oración mariana del Ángelus el Papa ha hecho un nuevo llamamiento por ala paz en Irak, Oriente Medio y Ucrania –momento que puede visualizarse y escucharse en el vídeo debajo de estas líneas- y ha dicho:)

Queridos hermanos y hermanas:
Mañana se cumple el centésimo aniversario del estallido de la Primera Guerra Mundial, que causó millones de víctimas e inmensas destrucciones. Este conflicto, que el Papa Benedicto XV calificó como ‘inútil masacre’, desembocó, después de cuatro largos años, en una paz que resultó más frágil. Al tiempo que recordamos este trágico suceso, expreso el anhelo de que no se repitan los errores del pasado, sino que se recuerden las lecciones de la historia, haciendo que prevalezcan siempre las razones de la paz, mediante un diálogo paciente y valiente. Mañana será una jornada de luto en recuerdo de este drama.

En particular, hoy mi pensamiento se dirige hacia tres áreas de crisis: la de Oriente Medio, la iraquí y la ucraniana. Les pido que sigan uniéndose a mi oración para que el Señor conceda a las poblaciones y a las autoridades de esas áreas la sabiduría y la fuerza necesarias para llevar adelante con determinación el camino de la paz, afrontando toda contienda con la tenacidad del diálogo y de la negociación y con la fuerza de la reconciliación. Que no se pongan en el centro de cada decisión los intereses particulares, sino el bien común y el respeto de cada persona.

Recordemos que todo se pierde con la guerra y nada se pierde con la paz!

Hermanos y hermanas ¡nunca la guerra! ¡nunca la guerra!. Pienso sobre todo en los niños a los que se les arrebata la esperanza de una vida digna, de un futuro: niños muertos, niños heridos, niños mutilados, niños huérfanos, niños que tienen como juguetes residuos bélicos, niños que no saben sonreír ¡Deténgase por favor! ¡Se lo pido con todo el corazón! ¡Es hora de detenerse! ¡Deténgase por favor!

(Luego, el Papa Francisco ha saludado y ha añadido:)

Dirijo un cordial saludo a todos vosotros, peregrinos procedentes de Italia y de otros países. Saludo al grupo de brasileños, las parroquias de la diócesis de Cartagena (España), los scouts de Gavião (Portugal), los jóvenes de Madrid, Asidonia-Jerez (España) y los de Monteolimpino (Como), los monaguillos de Conselve y Ronchi Casalserugo, los lupetti de Catania y los fieles de Acerra.

A todos les deseo buen domingo, no os olvidéis de rezar por mí. . ¡Buen almuerzo y hasta pronto!

Papa Francisco

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