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14 de julio de 2009

Actitud positiva.

He recibido un e-mail, de esos envíos masivos que se mueven a diario por el ciberespacio, que habla de un tal Jerry. Tiene su gracia, y es breve, así que lo copio a continuación.

Jerry era director de un restaurante en una pequeña ciudad de Estados Unidos. Siempre estaba de buen humor y tenía algo positivo que decir.

Era un motivador nato. Por dos veces, cuando cambió de trabajo, varios de sus empleados se empeñaron en seguirle a donde él fuera a trabajar. Si un trabajador tenía un día malo, Jerry siempre estaba allí, haciéndole ver el lado positivo de la situación.

Su manera de ser provocó mi curiosidad, así que un día le pregunté: «No me lo explico. No se puede ser positivo siempre, sin interrupción. ¿Cómo lo haces?». Jerry me contestó: «Cada mañana me levanto y me digo, tengo dos opciones, puedo elegir estar de buen humor o de mal humor. Y siempre elijo estar de buen humor. Cada vez que ocurre algo malo, puedo elegir entre el papel de víctima o el de aprender algo de aquello. Y procuro elegir lo de aprender algo. Cada vez que le oigo a alguien quejarse, puedo elegir entre sumarme a sus lamentos o fijarme en el lado positivo de la vida, y siempre escojo el lado positivo de la vida.»

«Pero no siempre es tan fácil», protesté. «Tampoco es tan difícil», contestó Jerry. «La vida es una elección constante. Cada situación es una elección. Eliges cómo reaccionar ante las situaciones. Eliges cómo va a afectar la gente a tu humor. Eliges estar de buen o de mal humor. Es elección tuya decidir cómo vives tu vida.»

Tiempo después, Jerry fue víctima de un atraco. Había olvidado cerrar con llave la puerta trasera del restaurante mientras hacía el balance de caja del día, y entraron dos hombres armados. Trató de abrir la caja fuerte, pero con el nerviosismo fallaba la combinación. Los atracadores se pusieron más nerviosos aún que él, y acabaron por dispararle. Afortunadamente, le llevaron enseguida al hospital, y después de una larga operación y varias semanas de convalecencia, Jerry recibió el alta.

Vi a Jerry unos meses después. Le pregunté qué le había venido a la mente cuando ocurrió el atraco. «La primera cosa en que pensé es que debía haber cerrado bien la puerta. Luego, después de que me disparasen, cuando estaba tendido en el suelo, recordé que tenía dos opciones: podía elegir vivir, o podía elegir morir. Y escogí vivir.»

«Los camilleros eran unos tíos simpáticos. Me animaban. Me decían que me iba a poner bien. Pero cuando me metieron en la sala de urgencias y vi las caras de los médicos y enfermeras, mientras me exploraban, me asusté realmente. En sus ojos se leía "es hombre muerto". Entonces vi que tenía que pasar a la acción.»

«¿Qué hiciste?», pregunté. «Bueno, había una enfermera que me preguntaba a gritos si era alérgico a algo. "¡Sí!", le contesté. Se hizo un silencio grande. Esperaban que continuara. Yo cogí aire y dije: "Sí, tengo alergia... ¡a las balas!". Después de las risas de todos, les dije: "Quiero vivir. Así que, por favor, opérenme cuanto antes".»

Jerry piensa que vivió gracias a los médicos y enfermeras, pero también gracias a su actitud. Yo aprendí de él que cada día puedes elegir si vas a encarar la vida con ganas o te vas a amargar. La única cosa enteramente tuya, que nadie puede controlar o asumir en tu lugar, es tu actitud. De modo que si tú te das cuenta de esto, todo lo demás de la vida se hace bastante más fácil.

La historia de Jerry concluye aquí. Es quizá un tanto simple, pero apunta una idea importante. Todos conocemos personas que, con su sola presencia, irradian sentido positivo. Su actitud es optimista, animosa, esperanzada. Poseen como una especie de campo magnético que orienta los de los que le rodean, que quizá son más débiles o más negativos. Son desactivadores de crispaciones y rencillas. Cuando afrontan una situación difícil, suelen ser serenos, conciliadores, armonizadores.

Suelen ser personas que han conseguido aprender de sus propias experiencias, tanto de las negativas como de las positivas. Creen en los demás. No reaccionan desproporcionadamente ante sus defectos, ni ante la crítica o las dificultades. No se sienten satisfechos cuando descubren los errores y debilidades de los demás (y eso no porque sean ingenuos, pues también ellos ven esos errores, pero saben que con su actitud pueden hacerles mejorar o encastillarse en su conducta).

Procuran no etiquetar ni prejuzgar a la gente, sino descubrir los valores positivos que hay en toda persona. Despiertan agradecimiento y gratitud. No son envidiosas. Son agradecidas. Tienden, de forma casi natural, a perdonar y olvidar las ofensas que reciben. Buscan el modo de mejorar su formación. Leen, escuchan, poseen afán de conocer cosas, les interesa lo que interesa a quienes le rodean. En fin, toda una actitud digna de imitar en nuestra vida.


11 de julio de 2009

Seguir a Cristo y obrar en su nombre, ¡Tarea de todos! (Domingo 15 del Tiempo Ordinario)


Am 7, 12-15; Ef 1, 3-14; Mc 6, 7-13

(...)

Difundir el mensaje del Evangelio es el objetivo de la vida y acción de los discípulos. Ellos no pueden ocupar su corazón y su tiempo con otras cosas. Por su parte los destinatarios, agradecidos, deben sostener con sus bienes a los mensajeros que les ofrecen el bien máximo: el Evangelio de Cristo, mensaje de la salvación. Es un don absolutamente impagable.

Jesús manda a sus discípulos no sólo a predicar, sino también a obrar como él: curar enfermos, echar demonios, denunciar injusticias de toda clase... Y así lo hacen.

(...)

Y los discípulos siguen hoy la lucha contra el maligno oponiéndose a las grandes enfermedades que amenazan al hombre: egoísmo, injusticia, vicio, violencia, pobreza, hambre, corrupción, explotación, mentira, hipocresía... Donde llega la palabra y la acción del discípulo unido a Cristo, el mal queda al descubierto y retrocede.

(...)

Pero también, ¡cuántas enfermedades evitan de raíz los sacerdotes, consagrados, consagradas, catequistas, misioneros y simples cristianos que con la Palabra de Dios y los sacramentos, el consejo y la orientación eliminan el pecado, causa primera de tanta enfermedad física, moral, psíquica, espiritual y social.

(...)

Seguir a Cristo y obrar en su nombre no es un privilegio del clero, sino competencia, derecho, vocación y responsabilidad de todo bautizado. Teniendo en cuenta que la palabra más eficaz no es la que sale de los labios, sino la que brota de la vida y la unión con Cristo: “Quien está unido a mí produce mucho fruto”, sea sacerdote o laico. Esa forma siempre actual y eficaz de predicar y echar demonios es privilegio de todos, cada cual según su condición.

Por otra parte, todos corremos el peligro de cerrar los oídos, la mente y el corazón a la Palabra de Dios que nos transmiten sus enviados, mereciendo que nos sacudan en la cara el polvo de sus pies, con el riesgo de frustrar la salvación eterna que Cristo nos ofrece.

No cedamos a cómodos pretextos para no escuchar ni vivir la Palabra de Dios, alegando que no nos simpatiza el predicador, que no cumple lo que predica, que no tiene cualidades oratorias… Jesús nos dice bien claro respecto de los predicadores: “Quien los escucha a ustedes, a mí me escucha, y quien los rechaza a ustedes, a mí me rechaza”.

(...)



Lun.: Éx 1,8-14; Sal 123; Mt 10,34-11,1
Mar.: Is 52, 7-10 (o bien: 1Co 1, 18-25); Sal 95; Mc 16, 15-20
Mié.: ÉX 3, 1-6.9-12; sAL 102; mT 11, 25-27
Jue.: Éx 3, 13-20; Sal 104; Mt 11, 28-30
Vie.: Éx 11, 10-12,14; Sal 115; Mt 12, 1-8
Sáb.: Jr 23, 1-6; Sal 22; Ef 2, 13-18; Mc 6, 30-34


4 de julio de 2009

¨No es éste el carpintero, el hijo de María...¨(Domingo 14 del Tiempo Ordinario)

Ez 2, 2-5; Cor 12, 7b-10; Mc 6, 1-6

(...)

Dios empeñado en rebajarse hasta hacerse hombre y carpintero. Y nosotros empeñados en elevar a Dios tan alto que ni lo podemos ver. Dios empeñado en hacerse uno de nosotros y como nosotros. Y nosotros empeñados en hacerlo distinto a nosotros.

Eso de rebajarse como que no nos va.

¿Quién quiere vaciarse de sus títulos o dignidades?

¿O al menos, no exhibirlas como un trofeo?

Todos queremos subir, aunque sea a cuenta de los demás.

Todos sacamos nuestros pergaminos para que la gente nos considere que somos alguien.

Todos queremos que delante de nuestros nombres pongan: Don, Su Eminencia, Su excelencia, Reverendísimo, Ilustrísimo.

Es que esos títulos lucen, a uno le dan brillo.

Uno puede ser un don nadie, pero con uno de esos títulos por delante, todo el mundo se te rinde.

Si Jesús hubiese sido Ingeniero, Arquitecto, Senador, Presidente de la República, Obispo o aunque no sea más que Párroco o Superior de una Comunidad o Presidente de alguna entidad pública, o algo así, todos le creerían. Pero, como era “hijo del carpintero” y su familia no era de renombre en el pueblo, “se escandalizaban de él”.

Por eso Dios nos suele resultar desconcertante, porque camina en siempre en dirección contraria a nosotros.

El queriendo acercarse al hombre y nosotros empeñados en verlo desde lejos.

El queriendo parecerse a nosotros y nosotros empeñados en hacerlo distinto.

El queriendo familiarizarse con nosotros y nosotros empeñados en sentirlo extraño.

El queriendo hacerse sencillo y nosotros empeñados en hacerlo complicado.

El queriendo que le tratemos de tú y nosotros tercos en llamarle “Señor”.

El queriendo hacerse ¨débil¨ y nosotros seguimos tercos con eso de “omnipotente”.

El queriendo hacerse pobre por nosotros y nosotros tercos en querer verlo rico.

El queriendo inspirarnos confianza y nosotros tercos en tratarlo siempre con grave reverencia: “Señor”.

Y el caso es que, con esas, nuestras actitudes, le impedimos hacer su obra en nosotros. “Y no pudo hacer allí ningún milagro”. “Y se extrañó de su falta de fe”.

Porque es fácil creer en un Dios que nosotros hacemos y creamos a la medida de nuestras mentalidades.

Pero la fe no consiste en creer en el Dios que nosotros nos inventamos sino en el Dios que se nos revela tal y cual quiere que le conozcamos.

Dios no quiere imponerse por su poder sino por su amor.

Dios no quiere que le amemos por su grandeza sino por su sencillez.

Dios no quiere que le temamos por su omnipotencia, sino que le amemos por hacerse como nosotros.

Dios quiso ser carpintero, arregla sillas, arregla patas de mesa.

Dios quiso ser carpintero para oler a viruta y aserrín.

Dios quiso ser carpintero para oler a madera.

Y esto lo transferimos luego a la realidad de la vida. Un amigo mío era socio de una empresa. Su otro socio decidió retirarse y él le compró su parte. Pero le dio un consejo: “Oye, supongo que tirarás ese “Wolksvaguen” y te comprarás un “Mercedes” aunque sea de segunda mano, porque ¿qué banco te va a prestar dinero si te ven con ese carro?

Es que para nosotros las apariencias valen mucho, aunque sea de segunda mano. Pero que sea de los que suenan alto. Lo mismito le pasó a Jesús: habla bonito, dice cosas extraordinarias, tiene una sabiduría única, pero no tiene carro, es un simple carpintero.

(...)

Los carpinteros no sirven para Dios
P. Clemente Sobrado C.P.


Lun.: Gn 28,10-22a; Sal 90; Mt 9, 18-26
Mar.: Gn 32, 22-32; Sal 16; Mt 9, 32-38
Mié.: Gn 41, 55-57; 42, 5-7.17-24a, Sal 32; Mt 10, 1-7
Jue.: Gn 44, 18-21.23b-29; 45,1-5; sal 104; Mt 10, 7-15
Vie.: Gn 46, 1-7.28-30; Sal 36; Mt 10, 16-23
Sáb.: Gn 49, 29-32; 50, 15-26a; Sal 104; Mt 10, 24-33