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11 de julio de 2009

Seguir a Cristo y obrar en su nombre, ¡Tarea de todos! (Domingo 15 del Tiempo Ordinario)


Am 7, 12-15; Ef 1, 3-14; Mc 6, 7-13

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Difundir el mensaje del Evangelio es el objetivo de la vida y acción de los discípulos. Ellos no pueden ocupar su corazón y su tiempo con otras cosas. Por su parte los destinatarios, agradecidos, deben sostener con sus bienes a los mensajeros que les ofrecen el bien máximo: el Evangelio de Cristo, mensaje de la salvación. Es un don absolutamente impagable.

Jesús manda a sus discípulos no sólo a predicar, sino también a obrar como él: curar enfermos, echar demonios, denunciar injusticias de toda clase... Y así lo hacen.

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Y los discípulos siguen hoy la lucha contra el maligno oponiéndose a las grandes enfermedades que amenazan al hombre: egoísmo, injusticia, vicio, violencia, pobreza, hambre, corrupción, explotación, mentira, hipocresía... Donde llega la palabra y la acción del discípulo unido a Cristo, el mal queda al descubierto y retrocede.

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Pero también, ¡cuántas enfermedades evitan de raíz los sacerdotes, consagrados, consagradas, catequistas, misioneros y simples cristianos que con la Palabra de Dios y los sacramentos, el consejo y la orientación eliminan el pecado, causa primera de tanta enfermedad física, moral, psíquica, espiritual y social.

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Seguir a Cristo y obrar en su nombre no es un privilegio del clero, sino competencia, derecho, vocación y responsabilidad de todo bautizado. Teniendo en cuenta que la palabra más eficaz no es la que sale de los labios, sino la que brota de la vida y la unión con Cristo: “Quien está unido a mí produce mucho fruto”, sea sacerdote o laico. Esa forma siempre actual y eficaz de predicar y echar demonios es privilegio de todos, cada cual según su condición.

Por otra parte, todos corremos el peligro de cerrar los oídos, la mente y el corazón a la Palabra de Dios que nos transmiten sus enviados, mereciendo que nos sacudan en la cara el polvo de sus pies, con el riesgo de frustrar la salvación eterna que Cristo nos ofrece.

No cedamos a cómodos pretextos para no escuchar ni vivir la Palabra de Dios, alegando que no nos simpatiza el predicador, que no cumple lo que predica, que no tiene cualidades oratorias… Jesús nos dice bien claro respecto de los predicadores: “Quien los escucha a ustedes, a mí me escucha, y quien los rechaza a ustedes, a mí me rechaza”.

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Lun.: Éx 1,8-14; Sal 123; Mt 10,34-11,1
Mar.: Is 52, 7-10 (o bien: 1Co 1, 18-25); Sal 95; Mc 16, 15-20
Mié.: ÉX 3, 1-6.9-12; sAL 102; mT 11, 25-27
Jue.: Éx 3, 13-20; Sal 104; Mt 11, 28-30
Vie.: Éx 11, 10-12,14; Sal 115; Mt 12, 1-8
Sáb.: Jr 23, 1-6; Sal 22; Ef 2, 13-18; Mc 6, 30-34


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