Domingo XI del Tiempo Ordinario (17 de Junio)
Lecturas
Ez 17, 22-24; S. 91; 2Cor 5,6-10; Mc 4,26-34
Lectura del Santo Evangelio según San Marcos:
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: "El reino de Dios se parece a un
hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche y se levanta
de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La
tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la
espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz,
porque ha llegado la siega."
Dijo también: "¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas." Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.
Autor: P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.
Con la festividad del Corpus Christi el pasado domingo la liturgia concluye la contemplación de los grandes misterios de la fe. Volvemos ahora a la vida, palabras y milagros de Jesús.De esta forma el Señor nos va enseñando el significado de aquellos misterios.
Con la festividad del Corpus Christi el pasado domingo la liturgia concluye la contemplación de los grandes misterios de la fe. Volvemos ahora a la vida, palabras y milagros de Jesús.De esta forma el Señor nos va enseñando el significado de aquellos misterios.
En estos domingos la Iglesia elige como lectura primera un
texto paralelo al del evangelio. Así pone de relieve que lo revelado por Dios
al pueblo judío en el Antiguo Testamento es una primera revelación que prepara
la revelación completa por Jesucristo. Por eso cuando leemos el Antiguo
Testamento, aunque sean cosas importantes, lo más importante no son las
historias de Moisés, David y demás personajes y acontecimientos. Lo más
importante es lo que nos dice sobre Jesucristo.
Todas esas figuras y sucesos simbolizan y predicen la obra
que Dios realizará cuando la historia esté madura para recibir a Jesús. Así
hemos de leer el Antiguo Testamento. Hoy ese ramito cortado del alto cedro es
Jesús, fruto del pueblo judío, elegido por Dios para traérnoslo. La montaña
elevada es el Calvario; Babilonia es la selva de grandes cedros, ha conquistado
la Judea y se ha llevado desterrado al pueblo. La Iglesia es el cedro noble que
surgirá. El Señor ensalza y hace florecer a los árboles humildes y secos. Esto
se cumplió en Jesús y se cumple y cumplirá en nuestra Iglesia. “A través de
todas las palabras de la Sagrada Escritura Dios dice una sola palabra, su Verbo
único –es decir Jesús– en quien Él se dice en plenitud. Por esta razón la
Iglesia ha venerado siempre las divinas Escrituras como venera también el
Cuerpo del Señor. No cesa de presentar a los fieles el Pan de vida –con
mayúscula porque señala a Cristo– que se distribuye en la mesa de la Palabra de
Dios y del Cuerpo de Cristo” (CIC 102-103).
El evangelio de hoy forma parte de un conjunto de
enseñanzas de Jesús sobre esa Palabra de Dios. El pan de la palabra es tan
necesario como el pan de la Eucaristía. La fe, con que se recibe la Eucaristía,
es una respuesta, una acogida de la palabra; por eso para creer y salvarse es
preciso que se predique la palabra. Ésta es la primera obligación de la Iglesia
(Mc 16,16).
Pero, además de necesario, esa palabra, que la Iglesia
proclama es eficaz y cumplirá su misión. Ésta es la enseñanza consoladora de
las parábolas de las semillas del trigo y la mostaza.
El campesino de la parábola siembra la semilla. Ya no hace
más, no necesita preocuparse. El no sabe cómo, pero la semilla germina, crece,
produce la espiga y llega el grano. Tampoco se sabe cómo, pero el diminuto
grano de mostaza, más pequeño que otros, brota y se hace una planta más alta y
frondosa que las otras semillas más voluminosas.
Para entrar en el Reino de Dios, ese conjunto de verdades y
medios que Jesús nos aporta para la salvación, se entra con la fe. Pero la fe
es creer en la palabra de Dios; y para creer es necesario que la palabra sea
predicada (Ro 10,17). Pero si llega, estas parábolas nos garantizan que esa
palabra no se quedará ahí sino que dará su fruto: sacudirá tal vez la
conciencia de pecado; podrá gustar y animar a reflexionar sobre ella y a sacar
consecuencias prácticas; podrá iluminar para descubrir y corregir defectos de
carácter; podrá estimular a la caridad con el prójimo y los más necesitados;
puede manifestar sentidos de la Escritura; puede confortar en el desaliento;
puede encontrar sentido en la cruz que se está sufriendo; puede abrir el alma
al amor total a Dios y decidirla a entregarle la vida entera. Lo que esta
enseñanza de Jesús garantiza es que no pasará desapercibida, sino que nos
llevará a ser mejores discípulos de Cristo.
¿Por qué se permanece a veces años en los mismos defectos y
aun pecados? ¿Por qué no alcanzamos un grado mayor de alguna virtud que vemos
nos es necesaria? Porque esto nos dice el Señor por Isaías: “Como descienden la
nieve y la lluvia de los cielos y no vuelven allá sino que empapan la tierra,
la fecundan y la hacen germinar, para que dé simiente al sembrador y pan para
comer, así será mi palabra, la que salga de mi boca, que no tornará a mí de
vacío sin que haya realizado lo que quise y haya cumplido aquello a que la
envié” (Is 55,10-11). “Ciertamente es viva la palabra de Dios y eficaz, y
más cortante que espada de doble filo. Penetra hasta las fronteras entre el
alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas, y escruta los pensamientos y
sentimientos del corazón” (Heb 4,12). La lectura constante de la palabra de
Dios alimenta el deseo de progreso espiritual y de ver a Dios más de cerca,
sacude la rutina, mantiene el espíritu deportivo de esfuerzo y progreso
constante, superación de defectos y lucha por la virtud. No olvidemos que las
palabras de Dios “son espíritu y vida” (Jn 6,63). “Se presentaban tus palabras
y yo las devoraba; era tu palabra para mí gozo y alegría de corazón, porque se
me llamaba por tu nombre, Señor Dios mío” (Jer 15,16). Tenemos tiempo para leer
y ver otras cosas menos útiles. Demos tiempo a la lectura y escucha de la
palabra. Leamos, meditemos la palabra de Dios. Nuestra fe estará así bien
alimentada.
Debemos testimoniar la fe. Es en la Iglesia su primera obligación. La
palabra de Dios nos da un gran medio. “Les envío como ovejas entre lobos. Pero
no se preocupen de cómo o qué van a hablar. El Espíritu de su Padre hablará en
ustedes” (Mt 10,16.19s). María se hizo madre de Dios y de la Iglesia cuando
aceptó: “hágase en mí según tu palabra”. Es para nosotros la palabra de Jesús:
“Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen”
(Lc 8,21).
El Subrayado es nuestro.
Lecturas tomadas de: http://www.aciprensa.com/calendario/calendario.php?dia=27&mes=5&ano=2012
Meditación tomada del Blog : Formación Pastoral para Laicos (http://formacionpastoralparalaicos.blogspot.com/2012/06/homilia-del-11-domingo-del-to-b-17-de.html)
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