Domingo 32 del Tiempo Ordinario
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron: "Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano. Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella."Jesús les contestó: "En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección.Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor "Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob". No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos."(Aciprensa.com)
Comentario:
Podemos decir que el pasaje que se nos propone para nuestra reflexión constituye una parte central del texto de Lucas 20,20-22,4 y cuyo argumento son las discusiones con los jefes del pueblo. Ya en el comienzo del capítulo 20, Lucas nos presenta algunos conflictos surgidos entre Jesús, los sacerdotes y los escribas (v. 1-19). Aquí Jesús está en conflicto con la escuela filosófica de los Saduceos, que toman su nombre de Zadok, el sacerdote de David (2 Sam 8: 17). Los Saduceos aceptaban como revelación sólo los escritos de Moisés (v. 28) negando así el desarrollo gradual de la revelación bíblica. En este sentido se entiende más la frase “Moisés nos dejó escrito” pronunciada por los Saduceos en este malicioso debate, pensado como una trampa para asechar a Jesús y “sorprenderlo” (v.: 20: 2; 20: 20). Esta escuela filosófica desaparece con la destrucción del templo.
Podemos decir que el pasaje que se nos propone para nuestra reflexión constituye una parte central del texto de Lucas 20,20-22,4 y cuyo argumento son las discusiones con los jefes del pueblo. Ya en el comienzo del capítulo 20, Lucas nos presenta algunos conflictos surgidos entre Jesús, los sacerdotes y los escribas (v. 1-19). Aquí Jesús está en conflicto con la escuela filosófica de los Saduceos, que toman su nombre de Zadok, el sacerdote de David (2 Sam 8: 17). Los Saduceos aceptaban como revelación sólo los escritos de Moisés (v. 28) negando así el desarrollo gradual de la revelación bíblica. En este sentido se entiende más la frase “Moisés nos dejó escrito” pronunciada por los Saduceos en este malicioso debate, pensado como una trampa para asechar a Jesús y “sorprenderlo” (v.: 20: 2; 20: 20). Esta escuela filosófica desaparece con la destrucción del templo.
● La ley del levirato
Los Saduceos niegan, pues, la resurrección de los muertos, porque según ellos, este objeto de fe no formaba parte de la revelación que Moisés se les había dado. Lo mismo dígase de cara a la fe en la existencia de los ángeles. En Israel, la fe en la resurrección de los muertos aparece en el libro de Daniel escrito en el 605-530 a.c. (Dan 12: 2-3). La encontramos asimismo en 2 Mac 7: 9, 11, 14, 23. Para ridiculizar la fe en la resurrección de los muertos, los Saduceos citan la prescripción legal de Moisés sobre el levirato (Dt 25, 5), es decir el antiguo uso de los pueblos semíticos (hebreos inclusive), según el cual el hermano o un pariente cercano de un hombre casado, fallecido sin hijos, tiene que casarse con la viuda, para asegurar (a) al difunto una descendencia (los hijos iban a considerarse legalmente como hijo del difunto), y (b) un marido para la mujer, ya que las mujeres dependían del marido para su sustentamiento. Casos como los arriba citados se citan también en el Antiguo Testamento, en el libro del Génesis y en el libro de Rut.
En el libro del Génesis (38:6-26) se nos dice que “tomó Judá, para Er, su primogénito una mujer llamada Tamar. Er, primogénito de Judá, fue malo a los ojos de Yahvé, y Yahvé le mató. Entonces dijo Judá a Onán: Entra a la mujer de tu hermano y tómala, como cuñado que eres, para suscitar prole a tu hermano.” (Gén 38: 6-8). Pero Onán también es castigado por Dios con la muerte (Gén 38: 10) porque sabiendo Onán “que la prole no sería suya , cuando entraba a la mujer de su hermano, se derramaba en tierra por no dar prole a su hermano” (Gén 38: 9). Viendo esto, Judá envía Tamar a la casa del padre, para no darle como marido Sela, su tercer hijo (Gén 38: 10-11). Tamar entonces, vistiéndose de prostituta, se unió con Judá mismo, y concibió a dos gemelos. Descubierta la verdad, Judá dio razón a Tamar y reconoció que “mejor que yo es ella” (Gén 38: 26).
En el libro de Rut se cuenta la historia de la misma mujer, Rut la moabita, quien se quedó viuda tras haberse casado con uno de los hijos de Elimèlech. Junto con la suegra Noemí, se vio obligada a pedir limosna para sobrevivir, y a recoger en los campos las espigas desechadas por los espigadores, hasta el momento en que se casa con Boaz, pariente de su difunto marido.
En el libro de Rut se cuenta la historia de la misma mujer, Rut la moabita, quien se quedó viuda tras haberse casado con uno de los hijos de Elimèlech. Junto con la suegra Noemí, se vio obligada a pedir limosna para sobrevivir, y a recoger en los campos las espigas desechadas por los espigadores, hasta el momento en que se casa con Boaz, pariente de su difunto marido.
El caso propuesto a Jesús por los Saduceos nos recuerda la historia de Tobías, hijo de Tobit, que se casa con Sara hija de Ragüel, viuda de siete maridos, matados todos por Asmodeo, el demonio de la lujuria, en el momento en que se unían a ella. Tobías tiene derecho a casarse con ella porque era de su tribu (Tob 7-9).
Jesús hace notar a los Saduceos que el matrimonio provee a la procreación y por consiguiente es necesario para el futuro de la especie humana, ya que ninguno de los “hijos de este mundo” (v. 34) es eterno Pero “los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo” (v. 35) no toman ni marido, ni mujer ya que “ni pueden ya morir ” (v.35-36), viven en Dios: “porque son como los ángeles y son hijos de Dios, por ser hijos de la resurrección” (v. 36). Ya en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, los ángeles son llamados hijos de Dios (véase por ejemplo Gen 6: 2; Sal 29, 1; Lc 10, 6; 16, 8). Esta frase de Jesús nos recuerda la carta de Pablo a los Romanos, donde está escrito que Jesús es el Hijo de Dios por su resurrección, él, el primogénito de entre los muertos, es por excelencia el hijo de la resurrección (Rom 1, 4). Podemos citar aquí también los textos de san Pablo sobre la resurrección de los muertos como evento de salvación cuya naturaleza es espiritual (1 Cor 15: 35-50).
● Yo soy: El Dios de los vivos
Jesús hace notar a los Saduceos que el matrimonio provee a la procreación y por consiguiente es necesario para el futuro de la especie humana, ya que ninguno de los “hijos de este mundo” (v. 34) es eterno Pero “los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo” (v. 35) no toman ni marido, ni mujer ya que “ni pueden ya morir ” (v.35-36), viven en Dios: “porque son como los ángeles y son hijos de Dios, por ser hijos de la resurrección” (v. 36). Ya en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, los ángeles son llamados hijos de Dios (véase por ejemplo Gen 6: 2; Sal 29, 1; Lc 10, 6; 16, 8). Esta frase de Jesús nos recuerda la carta de Pablo a los Romanos, donde está escrito que Jesús es el Hijo de Dios por su resurrección, él, el primogénito de entre los muertos, es por excelencia el hijo de la resurrección (Rom 1, 4). Podemos citar aquí también los textos de san Pablo sobre la resurrección de los muertos como evento de salvación cuya naturaleza es espiritual (1 Cor 15: 35-50).
● Yo soy: El Dios de los vivos
Jesús confirma la realidad de la resurrección citando otro pasaje del Éxodo, esta vez del pasaje de la revelación de Dios a Moisés en la zarza ardiendo. Los Saduceos hacen hincapié en su punto de vista, citando a Moisés. Y del mimo modo Jesús rechaza su argumento citando él también a Moisés: “Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob” (v. 37). En el Éxodo, vemos que el Señor se revela a Moisés con estas palabras: “Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob” (Ex 3: 6). El Señor luego sigue revelando a Moisés su nombre divino: “Yo-Soy” (Ex 3: 14). La palabra hebraica ehjeh, cuya raíz es Hei-Yod-Hei, usada para indicar el nombre divino en Ex 3: 14, significa Yo soy aquel que es; Yo soy aquel que existe. La raíz puede significar asimismo vida, existencia. Por ello, Jesús puede concluir: “No es un Dios de muertos, sino de vivos” (v. 38). En este mismo verso Jesús especifica que “para él todos viven”. Al reflexionar sobre la muerte de Jesús, en la carta a los Romanos, Pablo escribe: “Porque muriendo, murió al pecado una vez para siempre: pero viviendo, vive para Dios. Así, pues, haced cuenta de que estáis muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús” (Rom 6:10).
Podemos decir que Jesús, una vez más, hace ver a los Saduceos que la fidelidad de Dios para su pueblo, para la persona individual, no se basa en la existencia o no de un reino político (en el caso de la fidelidad de Dios al pueblo), y tampoco en el tener o no prosperidad y descendencia en esta vida. La esperanza del verdadero creyente no estriba en las cosas de este mundo, sino en el Dios vivo. Por ello, los discípulos de Jesús están llamados a vivir como los hijos de la resurrección, es decir como los hijos de la vida en Dios, como el Maestro y Señor, “como quienes han sido engendrados no de semilla corruptible, sino incorruptible, por la palabra viva y permanente de Dios” (1 Pe 1: 23).
La edición y el subrayado son nuestros
Tomado del Sitio Oficial de los Carmelitas
Podemos decir que Jesús, una vez más, hace ver a los Saduceos que la fidelidad de Dios para su pueblo, para la persona individual, no se basa en la existencia o no de un reino político (en el caso de la fidelidad de Dios al pueblo), y tampoco en el tener o no prosperidad y descendencia en esta vida. La esperanza del verdadero creyente no estriba en las cosas de este mundo, sino en el Dios vivo. Por ello, los discípulos de Jesús están llamados a vivir como los hijos de la resurrección, es decir como los hijos de la vida en Dios, como el Maestro y Señor, “como quienes han sido engendrados no de semilla corruptible, sino incorruptible, por la palabra viva y permanente de Dios” (1 Pe 1: 23).
La edición y el subrayado son nuestros
Tomado del Sitio Oficial de los Carmelitas
Descubramos que la esperanza del verdadero creyente no recae en las cosas de este mundo, sino en el Dios vivo. Por ello, los discípulos de Jesús están llamados a vivir como los hijos de la resurrección, es decir como los hijos de la vida en Dios, como su Maestro y Señor.
Que la misericordia y la confianza en el Señor no les falte.
Gracias
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