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6 de octubre de 2018

«No está bien que el hombre esté solo; voy a hacerle alguien como él que le ayude» (Gn 2,18).


Domingo 27 del Tiempo Ordinario
Del Santo Evangelio según San Marcos (Mc 10:2-12)

2 Se acercaron unos fariseos que, para ponerle a prueba, preguntaban: «¿Puede el marido repudiar a la mujer?» 3 El les respondió: ¿Qué os prescribió Moisés?» 4 Ellos le dijeron: «Moisés permitió escribir el acta de divorcio y repudiarla.» 5 Jesús les dijo: «Teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón escribió para vosotros este precepto. 6 Pero desde el comienzo de la creación, El los hizo varón y hembra. 7 Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, 8 y los dos se harán una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. 9 Pues bien, lo que Dios unió, no lo separe el hombre.» 10 Y ya en casa, los discípulos le volvían a preguntar sobre esto. 11 El les dijo: «Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquélla; 12 y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio.»  
(Aciprensa.com)



S.S Francisco 
Santa Misa De Apertura De La XIV Asamblea General Ordinaria Del Sínodo De Los Obispos
4 de octubre de 2015


«Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros su amor ha llegado en nosotros a su plenitud» (1 Jn 4,12).

Las lecturas bíblicas de este domingo parecen elegidas a propósito para el acontecimiento de gracia que la Iglesia está viviendo, es decir, la Asamblea Ordinaria del Sínodo de los Obispos sobre el tema de la familia que se inaugura con esta celebración eucarística.

Dichas lecturas se centran en tres aspectos: el drama de la soledad, el amor entre el hombre y la mujer, y la familia.

La soledad

Adán, como leemos en la primera lectura, vivía en el Paraíso, ponía los nombres a las demás creaturas, ejerciendo un dominio que demuestra su indiscutible e incomparable superioridad, pero aun así se sentía solo, porque «no encontraba ninguno como él que lo ayudase» (Gn 2,20) y experimentaba la soledad.

La soledad, el drama que aún aflige a muchos hombres y mujeres. Pienso en los ancianos abandonados incluso por sus seres queridos y sus propios hijos; en los viudos y viudas; en tantos hombres y mujeres dejados por su propia esposa y por su propio marido; en tantas personas que de hecho se sienten solas, no comprendidas y no escuchadas; en los emigrantes y los refugiados que huyen de la guerra y la persecución; y en tantos jóvenes víctimas de la cultura del consumo, del usar y tirar, y de la cultura del descarte.

Hoy se vive la paradoja de un mundo globalizado en el que vemos tantas casas de lujo y edificios de gran altura, pero cada vez menos calor de hogar y de familia;
muchos proyectos ambiciosos, pero poco tiempo para vivir lo que se ha logrado; tantos medios sofisticados de diversión, pero cada vez más un profundo vacío en el corazón; muchos placeres, pero poco amor; tanta libertad, pero poca autonomía… Son cada vez más las personas que se sienten solas, y las que se encierran en el egoísmo, en la melancolía, en la violencia destructiva y en la esclavitud del placer y del dios dinero.

Hoy vivimos en cierto sentido la misma experiencia de Adán: tanto poder acompañado de tanta soledad y vulnerabilidad; y la familia es su imagen. Cada vez menos seriedad en llevar adelante una relación sólida y fecunda de amor: en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, en las buena y en la mala suerte. El amor duradero, fiel, recto, estable, fértil es cada vez más objeto de burla y considerado como algo anticuado. Parecería que las sociedades más avanzadas son precisamente las que tienen el porcentaje más bajo de tasa de natalidad y el mayor promedio de abortos, de divorcios, de suicidios y de contaminación ambiental y social.

El amor entre el hombre y la mujer


Leemos en la primera lectura que el corazón de Dios se entristeció al ver la soledad de Adán y dijo: «No está bien que el hombre esté solo; voy a hacerle alguien como él que le ayude» (Gn 2,18). Estas palabras muestran que nada hace más feliz al hombre que un corazón que se asemeje a él, que le corresponda, que lo ame y que acabe con la soledad y el sentirse solo. Muestran también que Dios no ha creado al ser humano para vivir en la tristeza o para estar solo, sino para la felicidad, para compartir su camino con otra persona que le sea complementaria; para vivir la extraordinaria experiencia del amor: es decir de amar y ser amado; y para ver su amor fecundo en los hijos, como dice el salmo que se ha proclamado hoy (cf. Sal 128).

Este es el sueño de Dios para su criatura predilecta: verla realizada en la unión de amor entre hombre y mujer; feliz en el camino común, fecunda en la donación reciproca. Es el mismo designio que Jesús resume en el Evangelio de hoy con estas palabras: «Al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne» (Mc 10,6-8; cf. Gn 1,27; 2,24).

Jesús, ante la pregunta retórica que le habían dirigido – probablemente como una trampa, para hacerlo quedar mal ante la multitud que lo seguía y que practicaba el divorcio, como realidad consolidada e intangible-, responde de forma sencilla e inesperada: restituye todo al origen, al origen de la creación, para enseñarnos que Dios bendice el amor humano, es él el que une los corazones de un hombre y una mujer que se aman y los une en la unidad y en la indisolubilidad. Esto significa que el objetivo de la vida conyugal no es sólo vivir juntos, sino también amarse para siempre. Jesús restablece así el orden original y originante.

La familia

«Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre» (Mc 10,9). Es una exhortación a los creyentes a superar toda forma de individualismo y de legalismo, que esconde un mezquino egoísmo y el miedo de aceptar el significado autentico de la pareja y de la sexualidad humana en el plan de Dios.

De hecho, sólo a la luz de la locura de la gratuidad del amor pascual de Jesús será comprensible la locura de la gratuidad de un amor conyugal único y usque ad mortem. [hasta la muerte].

Para Dios, el matrimonio no es una utopía de adolescente, sino un sueño sin el cual su creatura estará destinada a la soledad. En efecto el miedo de unirse a este proyecto paraliza el corazón humano.

Paradójicamente también el hombre de hoy –que con frecuencia ridiculiza este plan– permanece atraído y fascinado por todo amor auténtico, por todo amor sólido, por todo amor fecundo, por todo amor fiel y perpetuo. Lo vemos ir tras los amores temporales, pero sueña el amor autentico; corre tras los placeres de la carne, pero desea la entrega total.

En efecto «ahora que hemos probado plenamente las promesas de la libertad ilimitada, empezamos a entender de nuevo la expresión “la tristeza de este mundo”. Los placeres prohibidos perdieron su atractivo cuando han dejado de ser prohibidos. Aunque tiendan a lo extremo y se renueven al infinito, resultan insípidos porque son cosas finitas, y nosotros, en cambio, tenemos sed de infinito» (Joseph Ratzinger, Auf Christus schauen. Einübung in Glaube, Hoffnung, Liebe, Freiburg 1989, p. 73).

En este contexto social y matrimonial bastante difícil, la Iglesia está llamada a vivir su misión en la fidelidad, en la verdad y en la caridad.

Vive su misión en la fidelidad a su Maestro como voz que grita en el desierto, para defender el amor fiel y animar a las numerosas familias que viven su matrimonio como un espacio en el cual se manifiestan el amor divino; para defender la sacralidad de la vida, de toda vida; para defender la unidad y la indisolubilidad del vinculo conyugal como signo de la gracia de Dios y de la capacidad del hombre de amar en serio.

Vivir su misión en la verdad que no cambia según las modas pasajeras o las opiniones dominantes. La verdad que protege al hombre y a la humanidad de las tentaciones de autoreferencialidad y de transformar el amor fecundo en egoísmo estéril, la unión fiel en vinculo temporal. «Sin verdad, la caridad cae en mero sentimentalismo. El amor se convierte en un envoltorio vacío que se rellena arbitrariamente. Éste es el riesgo fatal del amor en una cultura sin verdad» (Benedicto XVI, Enc. Caritas in veritate, 3).

Y la Iglesia está llamada a vivir su misión en la caridad que no señala con el dedo para juzgar a los demás, sino que –fiel a su naturaleza como madre – se siente en el deber de buscar y curar a las parejas heridas con el aceite de la acogida y de la misericordia; de ser «hospital de campo», con las puertas abiertas para acoger a quien llama pidiendo ayuda y apoyo; aún más, de salir del propio recinto hacia los demás con amor verdadero, para caminar con la humanidad herida, para incluirla y conducirla a la fuente de salvación.

Una Iglesia que enseña y defiende los valores fundamentales,
sin olvidar que «el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado» (Mc 2,27); y que Jesús también dijo: «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar justos, sino pecadores» (Mc 2,17). Una Iglesia que educa al amor auténtico, capaz de alejar de la soledad, sin olvidar su misión de buen samaritano de la humanidad herida.

Recuerdo a san Juan Pablo II cuando decía: «El error y el mal deben ser condenados y combatidos constantemente; pero el hombre que cae o se equivoca debe ser comprendido y amado […] Nosotros debemos amar nuestro tiempo y ayudar al hombre de nuestro tiempo.» (Discurso a la Acción Católica italiana, 30 diciembre 1978, 2 c: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 21 enero 1979, p.9). Y la Iglesia debe buscarlo, acogerlo y acompañarlo, porque una Iglesia con las puertas cerradas se traiciona a sí misma y a su misión, y en vez de ser puente se convierte en barrera: «El santificador y los santificados proceden todos del mismo. Por eso no se avergüenza de llamarlos hermanos» (Hb 2,11).

Con este espíritu, le pedimos al Señor que nos acompañe en el Sínodo y que guíe a su Iglesia a través de la intercesión de la Santísima Virgen María y de San José, su castísimo esposo.


Tomado de la Santa Sede,
La edición y el subrayado son nuestros

4 de octubre de 2015

"....y le preguntaron a Jesús, para ponerlo a prueba¨


Domingo 27 del Tiempo Ordinario
Evangelio: Marcos 10, 2-16

En aquel tiempo, se acercaron unos fariseos y le preguntaron a Jesús, para ponerlo a prueba: "¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?" Él les replicó: "¿Qué os ha mandado Moisés?" Contestaron: "Moisés permitió divorciarse, dándole a la mujer un acta de repudio." Jesús les dijo: "Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de la creación Dios "los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne". De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre." En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. Él les dijo: "Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio." Le acercaban niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban. Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: "Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el reino de Dios como un niño, no entrará en él." Y los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos. (Aciprensa.com)


Comentario:

 Este pasaje es parte de una larga instrucción de Jesús a sus discípulos . La que comienza con la curación del ciego de Betsaida  y termina con la la curación del ciego Bartimeo. En este camino hay tres tres anunciós de la Pasión del Señor, en los que Jesús se revela como el mesías siervo que vino para liberarnos del pecado y de la muerte. Los discípulos, esperaban un libertador glorioso, poderoso militar y político, y por ello eran incapaces de entenderlo. En estos domingos. ya hemos meditado dos anuncios.  

En este pasaje, Jesús da consejos sobre la relación entre el hombre y la mujer y sobre las madres y los niños. En ese entonces como ahora siempre hay un ¨instinto de superioridad¨. En el que unos se colocan por encima de otros por tener algunos privilegios recibidos. Jesús siempre preferirá al excluido, al olvidado, al marginado,  por que quiere mostrarnos que todos somos iguales  ante Dios.  

Los fariseos que quieren poner a prueba al mismo hijo de Dios ignoraban esto, pues ellos como maestros de la ley se  creían con el ¨derecho¨ de calificar y de probar a cualquiera que tentaba ser maestro. Jesús les responde con los mismo que ¨dominan¨, con la Ley.   Y ciertamente la desconocen, pues la Ley de Moisés no les fue dada para dividir al pueblo de Israel entre poderosos y sometidos sino para que se conformen en un sólo pueblo que sea muestra visible del Dios que no se puede ver. Gracias 

Para Profundizar:

Comentario sobre el Génesis 2: 18-24; Hebreos 2: 9-11; Marcos 10: 16.2

a) Contexto:
Nuestro texto (Mc 10,1-16) forma parte de una larga instrucción de Jesús a sus discípulos (Mc 8,27 a 10,45). Al comienzo de esta instrucción, Marcos sitúa la curación del ciego anónimo de Betsaida en Galilea (Mc 8,22-26); al final, la curación del ciego Bartimeo de Jericó en Judea (Mc 10,46-52). Las dos curaciones son símbolo de lo que ocurría entre Jesús y los discípulos. También estaban ciegos los discípulos que “teniendo ojos, no veían” (Mc 8,18). Necesitaban recuperar la vista; debían abandonar la ideología que les impedía ver claro; debían aceptar a Jesús tal como Él era y no como ellos querían que fuese. Esta larga instrucción tiene como objetivo curar la ceguera de los discípulos. Es como una pequeña cartilla, una especia de catecismo, con frases del mismo Jesús. El siguiente gráfico presenta el esquema de la instrucción:

Curación de un ciego 8,22-26
1° anuncio 8,27-38
Instrucciones a los discípulos sobre Mesías Siervo 9,1-29
2º anuncio 9,30-37
Instrucciones a los discípulos sobre la conversión 9,38 a 10,31
3º anuncio 10,32-45
Curación del ciego Bartimeo 10,46-52

Como se puede ver en el gráfico, la instrucción consta de tres anuncios de la Pasión: Mc 8,27-38; 9,30-37; 10,32-45. Entre el primero y el segundo hay una serie de instrucciones para ayudar a comprender que Jesús es el Mesías Siervo (Mc 9,1-29). Entre el segundo y el tercero, una serie de instrucciones que aclaran la conversión que debe darse en los distintos niveles de la vida de los que aceptan a Jesús como Mesías Siervo (Mc 9,38 a 10,31). El conjunto de la instrucción tiene como fondo la marcha desde Galilea hasta Jerusalén. Desde el comienzo hasta el final de esta larga instrucción, Marcos dice que Jesús está en camino hacia Jerusalén (Mc 8,27; 9,30.33; 10,1.17.32), donde encontrará la cruz.

Cada uno de los tres anuncios de la pasión está acompañado de gestos y palabras de incomprensión por parte de los discípulos
(Mc 8,32; 9,32-34; 10,32-37), y de palabras de orientación por parte de Jesús, que comentan la falta de comprensión de los discípulos y enseñan cómo deben comportarse (Mc 8,34-38; 9,35-37; 10,35-45). La comprensión plena del seguimiento de Jesús no se obtiene por la instrucción teórica, sino por un compromiso práctico, caminando con Él por el camino del servicio, desde la Galilea hasta Jerusalén. Áquel que desee mantener la idea de Pedro, esto es, la de un Mesías glorioso sin cruz (Mc 8,32-33), no entenderá nunca, jamás llegará a tener la auténtica actitud del verdadero discípulo. Continuará ciego, viendo a la gente como árboles (Mc 8,24). Sin cruz es imposible comprender quién es Jesús y lo que significa seguir a Jesús. El camino del seguimiento es un camino de entrega, de abandono, de servicio, de disponibilidad, da aceptación del conflicto, sabiendo que habrá una resurrección. La cruz no es un accidente casual, sino una parte de este camino. En un mundo organizado a partir del egoísmo, ¡el amor y el servicio sólo pueden existir crucificados! El que hace de su vida un servicio a los otros, incomoda a los que viven atados a los privilegios, y sufre.


 b) Clave de lectura:
En el texto que la liturgia pone ante nosotros, Jesús da consejos sobre la relación entre el hombre y la mujer y sobre las madres y los niños. En aquel tiempo mucha gente era excluida y marginada.
Por ejemplo, en la relación entre hombre y mujer existía el machismo. La mujer no podía participar, no había igualdad de derecho entre los dos. En la relación con los niños, los “pequeños”, existía un “escándalo” que era la causa de la pérdida de la fe de muchos de ellos (Mc 9,42). En la relación entre hombre y mujer, Jesús pide el máximo de igualdad. En la relación entre las madres y los niños, él pide la máxima acogida y ternura.

c) Comentario:

Marcos 10,1-2: La pregunta de los fariseos sobre el divorcio.
La pregunta es maliciosa. Trata de poner a Jesús a prueba: “¿Es lícito al marido repudiar a su mujer?” Señal de que Jesús tenía una opinión diferente, pues de lo contrario los fariseos no le preguntarían sobre este tema. No preguntan si es lícito a la esposa repudiar al marido. Esto no pasaba por su cabeza. Señal clara de una fuerte dominación masculina y de marginación de la mujer en la convivencia social de aquella época.

Marcos 10,3-9: La respuesta de Jesús: el hombre no puede repudiar a la mujer.

En vez de responder, Jesús pregunta: “¿Qué dice la Ley de Moisés?” La Ley permitía al hombre escribir una carta de divorcio y repudiar a su mujer (Dt 24,1). Esta permisión revela un machismo. El hombre podía repudiar a su mujer, pero la mujer no tenía este mismo derecho. Jesús explica que Moisés actuó así a causa de la dureza de corazón del pueblo, pero la intención de Dios era otra cuando creó al ser humano. Jesús vuelve al proyecto del Creador (Gén 21,27 y Gén 2,24) y niega al hombre el derecho de repudiar a su mujer. Echa por tierra el derecho del hombre frente a la mujer y pide el máximo de igualdad.

Marcos 10,10-12: Igualdad hombre y mujer.

En casa, los discípulos le hacen preguntas sobre este mismo tema del divorcio. Jesús extrae conclusiones y reafirma la igualdad de derechos y deberes entre el hombre y la mujer. El evangelio de Mateo (cf. Mt 19,10-12) aclara una pregunta de los discípulos sobre este tema. Ellos dicen:“«Si tal es la condición del hombre respecto de su mujer, no trae cuenta casarse”. Prefieren no casarse, antes que casarse sin el privilegio de continuar mandando sobre la mujer. Jesús va hasta el fondo de la cuestión. Pone tres casos en los cuales una persona no se puede casar: (1) impotencia, (2) castración y (3) a causa del Reino. Sin embargo, no casarse porque alguien no quiere perder el dominio sobre la mujer, esto ¡es inadmisible en la Nueva Ley del Amor! Tanto el matrimonio como el celibato, deben estar al servicio del Reino y no al servicio de intereses egoístas. Ninguno de los dos pueden ser un motivo para mantener el dominio machista del hombre sobre la mujer. Jesús propone un nuevo tipo de relación entre los dos. No permite el matrimonio en el que el hombre pueda mandar sobre la mujer, o viceversa.

Marcos 10,13: Los discípulos impiden acercarse a las madres con sus niños.

Algunas personas trajeron a los niños para que Jesús los tocase. Los discípulos tratan de impedírselo. ¿Por qué se lo impiden? El texto no lo aclara. Según las costumbres rituales de la época, los niños pequeños junto con sus madres, vivían en un estado casi permanente de impureza legal. ¡Jesús quedaría impuro si los tocaba! Probablemente, los discípulos quieren impedir que los toque para que Jesús no quede impuro.

Marcos 10,14-16: Jesús reprende a los discípulos y acoge a los niños.

La reacción de Jesús enseña lo contrario: “¡Dejad que los niños vengan a mí. No se lo impidáis!” El abraza a los niños, se los acerca y pone las manos sobre ellos. Cuando se trata de acoger a personas y promover la fraternidad, a Jesús no le importan las leyes de pureza legal, no tiene miedo de transgredirlas. Su gesto nos trae una enseñanza: “Quien no recibe el Reino de Dios como niño, ¡no puede entrar en él!” ¿Qué significa esta frase? 1) Un niño recibe todo de los padres. Él no merece lo que recibe, sino que vive del amor gratuito. 2) Los padres reciben los hijos como un don de Dios y cuidan de ellos con cariño. La preocupación de los padres ¡no es dominar sobre los hijos, sino amarlos y educarlos para que se realicen!


Jesús acoge y defiende la vida de los pequeños
Jesús insiste varias veces en la acogida que se debe dar a los pequeños, a los niños. “Quien acoge a uno de estos pequeños en mi nombre, me acoge a mí” (Mc 9,37). Quien dé un vaso de agua a una de estos pequeños, no perderá su recompensa (Mt 10,42). Él pide no despreciar a los pequeños (Mt 18,10). En el juicio final los justos serán recibidos porque dieron de comer a “uno de estos más pequeños” (Mt 25,40).


En los evangelios, la expresión “pequeños” (en griego se dice elachistoi, mikroi o nepioi), algunas veces indica “niño”, otras, los sectores excluidos de la sociedad. No es fácil discernir. Algunas veces, el que es “pequeño” en el evangelio es el “niño”, y no otro. El niño pertenecía a la categoría de los “pequeños”, de los excluidos. Dicho esto, no siempre es fácil discernir lo que viene del tiempo de Jesús y lo que viene del tiempo de las comunidades para que fuera escrito en los evangelios. A pesar de esto, lo que resulta claro es el contexto de exclusión que regía en la época y la imagen que tenían de Jesús las primeras comunidades: Jesús se coloca del lado de los pequeños, de los excluidos, y asume su defensa. Impresiona cuando se ve todo lo que Jesús hizo en defensa de la vida de los niños, de los pequeños:

Acoger y no escandalizar. Es una de las palabras más duras de Jesús contra aquéllos que causan escándalo a los pequeños, o sea, que sean motivo para que los pequeños dejen de creer en Dios. Para éstos, mejor les sería tener una piedra de molino atada al cuello y ser arrojados a lo profundo del mar (Mc 9,42; Lc 17,2; Mt 18,6).

Acoger y tocar. Las madres con sus niños en brazos se acercan a Jesús para pedir una bendición. Los apóstoles tratan de apartarlas. ¡Tocar significaba contraer impureza! Jesús no se incomoda como ellos. Corrige a los discípulos y acoge a las madres y a los niños. Los toca y les da un abrazo. “¡Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis!” (Mc 10,13-16; Mt 19,13-15).

Identificarse con los pequeños. Jesús se identifica con los niños. El que recibe a un niño, “a mí me recibe” (Mc 9,37). “Todo lo que hiciéreis a uno de estos más pequeños, conmigo lo hicísteis” (Mt 25,40).

Volverse como un niño. Jesús pide que los discípulos se vuelvan como niños y acepten el Reino como un niño. Sin esto, es imposible entrar en el Reino de Dios (Mc 10,15; Mt 18,3; Lc 9,46-48). ¡Hace que un niño sea el profesor de los adultos! Lo que no era normal. Estamos acostumbrados a lo contrario.

Defender el derecho del que grita. Cuando Jesús entró en el templo y derribó las mesas de los cambistas, eran los niños los que más gritaban. “¡Hosanna al Hijo de David!” (Mt 21,15). Criticado por los jefes de los sacerdotes y por los escribas, Jesús los defiende y en su defensa cita las Escrituras (Mt 21,16).

Agradecer por el Reino presente en los pequeños. La alegría de Jesús es grande cuando percibe que los niños, los pequeños, han comprendido las cosas del Reino que él anunciaba al pueblo. “¡Te doy gracias, Padre!” (Mt 11,25-26) ¡Jesús reconoce que los pequeños entienden mejor las cosas del Reino que los doctores!

Acoger y curar. Son muchos los niños y jóvenes que Él acoge, cura o resucita: la hija de Jairo de 12 años (Mc 5,41-42), la hija de la mujer cananea (Mc 7,29-30), el hijo de la viuda de Naím (Lc 7, 14-15), el pequeño epiléptico (Mc 9,25-26), el hijo del Centurión (Lc 7,9-10), el hijo del funcionario público (Jn 4,50), el pequeño de los cinco panes y de los peces (Jn 6,9).

10 de noviembre de 2013

¨No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos."

Del Santo Evangelio según San Lucas 20, 27-38
Domingo 32 del Tiempo Ordinario

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron: "Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano. Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella."Jesús les contestó: "En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección.Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor "Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob". No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos."(Aciprensa.com)

Comentario:

Podemos decir que el pasaje que se nos propone para nuestra reflexión constituye una parte central del texto de Lucas 20,20-22,4 y cuyo argumento son las discusiones con los jefes del pueblo. Ya en el comienzo del capítulo 20, Lucas nos presenta algunos conflictos surgidos entre Jesús, los sacerdotes y los escribas (v. 1-19). Aquí Jesús está en conflicto con la escuela filosófica de los Saduceos, que toman su nombre de Zadok, el sacerdote de David (2 Sam 8: 17). Los Saduceos aceptaban como revelación sólo los escritos de Moisés (v. 28) negando así el desarrollo gradual de la revelación bíblica. En este sentido se entiende más la frase “Moisés nos dejó escrito” pronunciada por los Saduceos en este malicioso debate, pensado como una trampa para asechar a Jesús y “sorprenderlo” (v.: 20: 2; 20: 20). Esta escuela filosófica desaparece con la destrucción del templo.

● La ley del levirato
Los Saduceos niegan, pues, la resurrección de los muertos, porque según ellos, este objeto de fe no formaba parte de la revelación que Moisés se les había dado. Lo mismo dígase de cara a la fe en la existencia de los ángeles. En Israel, la fe en la resurrección de los muertos aparece en el libro de Daniel escrito en el 605-530 a.c. (Dan 12: 2-3). La encontramos asimismo en 2 Mac 7: 9, 11, 14, 23. Para ridiculizar la fe en la resurrección de los muertos, los Saduceos citan la prescripción legal de Moisés sobre el levirato (Dt 25, 5), es decir el antiguo uso de los pueblos semíticos (hebreos inclusive), según el cual el hermano o un pariente cercano de un hombre casado, fallecido sin hijos, tiene que casarse con la viuda, para asegurar (a) al difunto una descendencia (los hijos iban a considerarse legalmente como hijo del difunto), y (b) un marido para la mujer, ya que las mujeres dependían del marido para su sustentamiento. Casos como los arriba citados se citan también en el Antiguo Testamento, en el libro del Génesis y en el libro de Rut.

En el libro del Génesis (38:6-26) se nos dice que “tomó Judá, para Er, su primogénito una mujer llamada Tamar. Er, primogénito de Judá, fue malo a los ojos de Yahvé, y Yahvé le mató. Entonces dijo Judá a Onán: Entra a la mujer de tu hermano y tómala, como cuñado que eres, para suscitar prole a tu hermano.” (Gén 38: 6-8). Pero Onán también es castigado por Dios con la muerte (Gén 38: 10) porque sabiendo Onán “que la prole no sería suya , cuando entraba a la mujer de su hermano, se derramaba en tierra por no dar prole a su hermano” (Gén 38: 9). Viendo esto, Judá envía Tamar a la casa del padre, para no darle como marido Sela, su tercer hijo (Gén 38: 10-11). Tamar entonces, vistiéndose de prostituta, se unió con Judá mismo, y concibió a dos gemelos. Descubierta la verdad, Judá dio razón a Tamar y reconoció que “mejor que yo es ella” (Gén 38: 26).

En el libro de Rut se cuenta la historia de la misma mujer, Rut la moabita, quien se quedó viuda tras haberse casado con uno de los hijos de Elimèlech. Junto con la suegra Noemí, se vio obligada a pedir limosna para sobrevivir, y a recoger en los campos las espigas desechadas por los espigadores, hasta el momento en que se casa con Boaz, pariente de su difunto marido.

El caso propuesto a Jesús por los Saduceos nos recuerda la historia de Tobías, hijo de Tobit, que se casa con Sara hija de Ragüel, viuda de siete maridos, matados todos por Asmodeo, el demonio de la lujuria, en el momento en que se unían a ella. Tobías tiene derecho a casarse con ella porque era de su tribu (Tob 7-9).

Jesús hace notar a los Saduceos que el matrimonio provee a la procreación y por consiguiente es necesario para el futuro de la especie humana, ya que ninguno de los “hijos de este mundo” (v. 34) es eterno Pero “los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo” (v. 35) no toman ni marido, ni mujer ya que “ni pueden ya morir ” (v.35-36), viven en Dios: “porque son como los ángeles y son hijos de Dios, por ser hijos de la resurrección” (v. 36). Ya en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, los ángeles son llamados hijos de Dios (véase por ejemplo Gen 6: 2; Sal 29, 1; Lc 10, 6; 16, 8). Esta frase de Jesús nos recuerda la carta de Pablo a los Romanos, donde está escrito que Jesús es el Hijo de Dios por su resurrección, él, el primogénito de entre los muertos, es por excelencia el hijo de la resurrección (Rom 1, 4). Podemos citar aquí también los textos de san Pablo sobre la resurrección de los muertos como evento de salvación cuya naturaleza es espiritual (1 Cor 15: 35-50).

● Yo soy: El Dios de los vivos
Jesús confirma la realidad de la resurrección citando otro pasaje del Éxodo, esta vez del pasaje de la revelación de Dios a Moisés en la zarza ardiendo. Los Saduceos hacen hincapié en su punto de vista, citando a Moisés. Y del mimo modo Jesús rechaza su argumento citando él también a Moisés: “Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob” (v. 37). En el Éxodo, vemos que el Señor se revela a Moisés con estas palabras: “Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob” (Ex 3: 6). El Señor luego sigue revelando a Moisés su nombre divino: “Yo-Soy” (Ex 3: 14). La palabra hebraica ehjeh, cuya raíz es Hei-Yod-Hei, usada para indicar el nombre divino en Ex 3: 14, significa Yo soy aquel que es; Yo soy aquel que existe. La raíz puede significar asimismo vida, existencia. Por ello, Jesús puede concluir: “No es un Dios de muertos, sino de vivos” (v. 38). En este mismo verso Jesús especifica que “para él todos viven”. Al reflexionar sobre la muerte de Jesús, en la carta a los Romanos, Pablo escribe: “Porque muriendo, murió al pecado una vez para siempre: pero viviendo, vive para Dios. Así, pues, haced cuenta de que estáis muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús” (Rom 6:10).

Podemos decir que Jesús, una vez más, hace ver a los Saduceos que la fidelidad de Dios para su pueblo, para la persona individual, no se basa en la existencia o no de un reino político (en el caso de la fidelidad de Dios al pueblo), y tampoco en el tener o no prosperidad y descendencia en esta vida. La esperanza del verdadero creyente no estriba en las cosas de este mundo, sino en el Dios vivo. Por ello, los discípulos de Jesús están llamados a vivir como los hijos de la resurrección, es decir como los hijos de la vida en Dios, como el Maestro y Señor, “como quienes han sido engendrados no de semilla corruptible, sino incorruptible, por la palabra viva y permanente de Dios” (1 Pe 1: 23).


La edición y el subrayado son nuestros
Tomado del Sitio Oficial de los Carmelitas


Descubramos que la esperanza del verdadero creyente no recae en las cosas de este mundo, sino en el Dios vivo. Por ello, los discípulos de Jesús están llamados a vivir como los hijos de la resurrección, es decir como los hijos de la vida en Dios, como su Maestro y Señor. 


Que la misericordia y la confianza en el Señor no les falte.

Gracias

24 de noviembre de 2012

"En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán¨

Del Santo Evangelio según San Lucas 20, 27-40

En aquel tiempo se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron: "Maestro, Moisés nos dejó escrito: "Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano". Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella". Jesús les contestó: "En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor "Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob". No es Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos están vivos". Intervinieron unos letrados: "Bien dicho, Maestro". Y no se atrevían a hacerle más preguntas. (Aciprensa.com)

Comentario:

El evangelio de hoy nos informa sobre la discusión de los Saduceos con Jesús acerca de la fe en la resurrección.

Lucas 20,27: La ideología de los Saduceos. 

El evangelio de hoy comienza con esta afirmación: “Los saduceos sostienen que no hay resurrección¨. Los saduceos eran una élite aristocrática de latifundistas y comerciantes. Eran conservadores. No aceptaban la fe en la resurrección. En aquel tiempo esta fe comenzaba a ser valorada por los fariseos y por la piedad popular. Animaba a la resistencia de la gente en contra de la dominación tanto de los romanos como de los sacerdotes, de los ancianos y de los saduceos. Para los saduceos, el reino mesiánico estaba ya presente en la situación de bienestar que ellos estaban viviendo. Así seguían la llamada “Teología de la Retribución” que distorsiona la realidad. Según esta teología, Dios retribuye con riqueza y bienestar los que observan la ley de Dios, y castiga con el sufrimiento y la pobreza a los que practican el mal. Así, se entiende que los saduceos no querían mudanzas. Querían que la religión permaneciera tal y como era, inmutable como Dios mismo. Por esto, para criticar y ridiculizar la fe en la resurrección, contaban casos ficticios para mostrar que la fe en la resurrección llevaría a la persona al absurdo.
 
Lucas 20,28-33: El caso ficticio de la mujer que se casó siete veces.  

Según la ley de la época, si el marido muere sin hijos, su hermano tiene que casarse con la viuda del fallecido. Era para evitar que, en caso de que alguien muriera sin descendencia, su propiedad pasara a otra familia (Dt 25,5-6). Los saduceos inventaron la historia de una mujer que enterró a siete maridos, hermanos entre sí, y ella misma acabó muriendo sin hijos. Y le preguntaron a Jesús. “Ésta, pues, ¿de cuál de ellos será mujer en la resurrección? Porque fue mujer de los siete.” Caso inventado para mostrar que la fe en la resurrección crea situaciones absurdas.

Lucas 20,34-38: La respuesta de Jesús que no deja dudas. 

En la respuesta de Jesús aflora la irritación de aquel que no aguanta el fingimiento. Jesús no aguanta la hipocresía de la élite que manipula y ridiculiza la fe en Dios para legitimar y defender sus propios intereses. Su respuesta tiene dos partes: 

(a) vosotros no entendéis nada de la resurrección: "Los hijos de este mundo toman mujer o marido; pero los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, ni pueden ya morir, porque son como ángeles, y son hijos de Dios por ser hijos de la resurrección.” (vv. 34-36). Jesús explica que la condición de las personas después de la muerte será totalmente diferente de la condición actual. Después de la muerte no habrá bodas, todos serán como ángeles en el cielo. Los saduceos imaginaban la vida en el cielo igual a la vida aquí en la tierra. 

(b) Vosotros no entendéis nada de Dios: “Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob”. Y al final concluye: “¡No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven!” Los discípulos y las discípulas, que estén alerta y aprendan. Quien está del lado de estos saduceos, estará del lado opuesto a Dios. 

Lucas 20,39-40: La reacción de los otros ante la respuesta de Jesús. 
“Algunos de los escribas le dijeron: «Maestro, has hablado bien.» Pues ya no se atrevían a preguntarle nada”. Muy probablemente estos doctores de la ley eran fariseos, pues los fariseos creían en la resurrección (Cf. Hechos 23,6).
 
La edición y el subrayado son nuestros

Tomado del Sitio Oficial de los Carmelitas

El matrimonio es para esta vida, para ayudarse mutuamente. :
El hombre y la mujer están hechos "el uno para el otro": no que Dios los haya hecho "a medias" e "incompletos"; los ha creado para una comunión de personas, en la que cada uno puede ser "ayuda" para el otro porque son a la vez iguales en cuanto personas ("hueso de mis huesos...") y complementarios en cuanto masculino y femenino. En el matrimonio, Dios los une de manera que, formando "una sola carne" (Gn 2,24), puedan transmitir la vida humana: "Sed fecundos y multiplicaos y llenad la tierra" (Gn 1,28). Al trasmitir a sus descendientes la vida humana, el hombre y la mujer, como esposos y padres, cooperan de una manera única en la obra del Creador (cf. GS 50,1). (Catecismo 372)


En este día, descubramos que el el hombre y la mujer han sido creados para ayudarse mutuamente en esta vida y que en el matrimonio, Dios los une para que formando ¨una sola carne¨, puedan colaborar con Él transmitiendo la vida.

Que la misericordia y la confianza en el Señor no les falte.

Gracias.

7 de octubre de 2012

Jesús que muestra al Padre, acoje al débil, al indefenso y al pobre

Del santo Evangelio según San Marcos 10, 2-16
Domingo 27 del tiempo ordinario

En aquel tiempo, se acercaron unos fariseos y le preguntaron a Jesús, para ponerlo a prueba: "¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?" Él les replicó: "¿Qué os ha mandado Moisés?" Contestaron:"Moisés permitió divorciarse, dándole a la mujer un acta de repudio." Jesús les dijo: "Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de la creación Dios "los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne". De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre." En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. Él les dijo: "Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio."

Le acercaban niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban. Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: "Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el reino de Dios como un niño, no entrará en él." Y los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos. (Aciprensa.com)


Comentario: 

Jesús da consejos sobre la relación entre el hombre y la mujer y sobre las madres y los niños. En aquel tiempo mucha gente era excluida y marginada. Por ejemplo, en la relación entre hombre y mujer existía el machismo. La mujer no podía participar, no había igualdad de derecho entre los dos. En la relación con los niños, los “pequeños”, existía un “escándalo” que era la causa de la pérdida de la fe de muchos de ellos (Mc 9,42). En la relación entre hombre y mujer, Jesús pide el máximo de igualdad. En la relación entre las madres y los niños, él pide la máxima acogida y ternura.

Marcos 10,1-2: La pregunta de los fariseos sobre el divorcio. La pregunta es maliciosa. Trata de poner a Jesús a prueba: “¿Es lícito al marido repudiar a su mujer?” Señal de que Jesús tenía una opinión diferente, pues de lo contrario los fariseos no le preguntarían sobre este tema. No preguntan si es lícito a la esposa repudiar al marido. Esto no pasaba por su cabeza. Señal clara de una fuerte dominación masculina y de marginación de la mujer en la convivencia social de aquella época.

Marcos 10,3-9: La respuesta de Jesús: el hombre no puede repudiar a la mujer. En vez de responder, Jesús pregunta: “¿Qué dice la Ley de Moisés?” La Ley permitía al hombre escribir una carta de divorcio y repudiar a su mujer (Dt 24,1). Esta permisión revela un machismo. El hombre podía repudiar a su mujer, pero la mujer no tenía este mismo derecho. Jesús explica que Moisés actuó así a causa de la dureza de corazón del pueblo, pero la intención de Dios era otra cuando creó al ser humano. Jesús vuelve al proyecto del Creador (Gén 21,27 y Gén 2,24) y niega al hombre el derecho de repudiar a su mujer. Echa por tierra el derecho del hombre frente a la mujer y pide el máximo de igualdad.

Marcos 10,10-12: Igualdad hombre y mujer.
En casa, los discípulos le hacen preguntas sobre este mismo tema del divorcio. Jesús extrae conclusiones y reafirma la igualdad de derechos y deberes entre el hombre y la mujer. El evangelio de Mateo (cf. Mt 19,10-12) aclara una pregunta de los discípulos sobre este tema. Ellos dicen:“«Si tal es la condición del hombre respecto de su mujer, no trae cuenta casarse”. Prefieren no casarse, antes que casarse sin el privilegio de continuar mandando sobre la mujer. Jesús va hasta el fondo de la cuestión. Pone tres casos en los cuales una persona no se puede casar: (1) impotencia, (2) castración y (3) a causa del Reino. Sin embargo, no casarse porque alguien no quiere perder el dominio sobre la mujer, esto ¡es inadmisible en la Nueva Ley del Amor! Tanto el matrimonio como el celibato, deben estar al servicio del Reino y no al servicio de intereses egoístas. Ninguno de los dos pueden ser un motivo para mantener el dominio machista del hombre sobre la mujer. Jesús propone un nuevo tipo de relación entre los dos. No permite el matrimonio en el que el hombre pueda mandar sobre la mujer, o viceversa.


 Marcos 10,13: Los discípulos impiden acercarse a las madres con sus niños.Algunas personas trajeron a los niños para que Jesús los tocase. Los discípulos tratan de impedírselo. ¿Por qué se lo impiden? El texto no lo aclara. Según las costumbres rituales de la época, los niños pequeños junto con sus madres, vivían en un estado casi permanente de impureza legal. ¡Jesús quedaría impuro si los tocaba! Probablemente, los discípulos quieren impedir que los toque para que Jesús no quede impuro. 

 Marcos 10,14-16: Jesús reprende a los discípulos y acoge a los niños. La reacción de Jesús enseña lo contrario: “¡Dejad que los niños vengan a mí. No se lo impidáis!” El abraza a los niños, se los acerca y pone las manos sobre ellos. Cuando se trata de acoger a personas y promover la fraternidad, a Jesús no le importan las leyes de pureza legal, no tiene miedo de transgredirlas. Su gesto nos trae una enseñanza: “Quien no recibe el Reino de Dios como niño, ¡no puede entrar en él!” ¿Qué significa esta frase? 1) Un niño recibe todo de los padres. Él no merece lo que recibe, sino que vive del amor gratuito. 2) Los padres reciben los hijos como un don de Dios y cuidan de ellos con cariño. La preocupación de los padres ¡no es dominar sobre los hijos, sino amarlos y educarlos para que se realicen!

En los evangelios, la expresión “pequeños” (en griego se dice elachistoi, mikroi o nepioi), algunas veces indica “niño”, otras, los sectores excluidos de la sociedad. No es fácil discernir. Algunas veces, el que es “pequeño” en el evangelio es el “niño”, y no otro. El niño pertenecía a la categoría de los “pequeños”, de los excluidos. Dicho esto, no siempre es fácil discernir lo que viene del tiempo de Jesús y lo que viene del tiempo de las comunidades para que fuera escrito en los evangelios. A pesar de esto, lo que resulta claro es el contexto de exclusión que regía en la época y la imagen que tenían de Jesús las primeras comunidades: Jesús se coloca del lado de los pequeños, de los excluidos, y asume su defensa. Impresiona cuando se ve todo lo que Jesús hizo en defensa de la vida de los niños, de los pequeños.



La edición y el subrayado son nuestros
Tomado del Sitio Oficial de los Carmelitas

En este dia, reconozcamos nuestras debilidades y sintamos la protección amorosa del Señor.

Que la misericordia y la confianza en el Señor no les falte.

Gracias

17 de agosto de 2012

¨Abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne¨


Del Santo Evangelio según San Mateo Mateo 19, 3-12 
En aquel tiempo se acercaron a Jesús unos fariseos y le preguntaron para ponerlo a prueba: "¿Es lícito a uno despedir a su mujer por cualquier motivo?" El les respondió: "¿No habéis leído que el Creador en el principio los creó hombre y mujer, y dijo: "Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne? De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre"". Ellos insistieron: "¿Y por qué mandó Moisés darle acta de repudio y divorciarse?" El les contestó: "Por lo tercos que sois os permitió Moisés divorciaros de vuestras mujeres; pero al principio no era así. Ahora os digo yo que si uno se divorcia de su mujer -no hablo de prostitución- y se casa con otra, comete adulterio". Los discípulos le replicaron: "Si ésa es la situación del hombre con la mujer, no trae cuenta casarse". Pero él les dijo: "No todos pueden con eso, sólo los que han recibido ese don. Hay eunucos que salieron así del vientre de su madre, a otros los hicieron los hombres, y hay quienes se hacen eunucos por el Reino de los cielos. El que pueda con esto, que lo haga". 

Comentario:
En Mateo vemos La llamada de Jesús, que ha atraído a sus discípulos, sigue avanzando hasta la elección definitiva: la acogida o el rechazo de su persona. Esta fase tiene lugar a lo largo del camino que lleva a Jerusalén (cap.19-20) y al templo, después de llegar finalmente a la ciudad (cap.21-23). Todos los encuentros que Jesús efectúa en estos capítulos tienen lugar a lo largo del recorrido de Galilea a Jerusalén.

• El encuentro con los fariseos. Así tiene Jesús el primer encuentro con los fariseos, y el tema de la discusión con ellos es motivo de reflexión para el grupo de los discípulos. La pregunta de los fariseos se refiere al divorcio, pretende acusar la enseñanza de Jesús.  y de manera particular quiere ponerlo en ¨apuros¨ acerca del amor dentro del matrimonio, que es la realidad más sólida y estable para la comunidad judía.  

La pregunta es ciertamente crucial: “¿Es lícito a un hombre repudiar a la propia mujer por cualquier motivo?” (19,3). Al lector no se le escapa la torcida intención de los fariseos al interpretar el texto de Dt 24,1: ¨Si un hombre toma una mujer y se casa con ella, puede ser que le encuentre algún defecto y ya no la quiera. En ese caso, escribirá un certificado de divorcio que le entregará antes de despedirla de su casa ¨.A lo largo de los siglos, este texto había dado lugar a numerosas discusiones: admitir el divorcio por cualquier motivo; requerir un mínimo de mala conducta, o un verdadero adulterio.

• Es Dios el que une. Jesús responde a los fariseos citando Gn 1,17: 2,24 y remitiendo la cuestión a la voluntad primigenia de Dios creador. El amor que une al hombre y a la mujer viene de Dios, y por este origen, une y no puede separar.  

Si Jesús cita Gn 2,24 “El hombre abandonará a su padre y a su madre y se unirá a su esposa y serán los dos una sola carne”, (19,5) es porque quiere subrayar un principio singular y absoluto: la voluntad creadora de Dios es unir al hombre y a la mujer. Cuando un hombre y una mujer se unen en matrimonio, es Dios el que los une; el término “cónyuges” viene del verbo congiungere, coniugare, es decir, la unión de los dos esposos que conlleva trato sexual es efecto de la palabra creadora de Dios. La respuesta de Jesús a los fariseos alcanza su culmen: el matrimonio es indisoluble en su constitución originaria. Ahora prosigue Jesús citando a Mal 2, 13-16: repudiar a la propia mujer es romper la alianza con Dios, alianza que, según los profetas, los esposos la viven sobre todo en su unión conyugal (Os 1-3; Is 1,21-26; Jr 2,2;3,1.6-12; Ez 16; 23; Is 54,6-10;60-62). 

La respuesta de Jesús aparece en contradicción con la ley de Moisés que concede la posibilidad de dar un certificado de divorcio. Dando razón de su respuesta, Jesús recuerda a los fariseos: si Moisés decidió esta posibilidad, es por la dureza de vuestro corazón (v.8), más concretamente, por vuestra indocilidad a la Palabra de Dios. La ley de Gn 1,26; 2,24 no se ha modificado jamás, pero Moisés se vio obligado a adaptarla a una actitud de indocilidad. El primer matrimonio no es anulado por el adulterio.
 
La reacción de los discípulos no se hace esperar: “Si tal es la condición del hombre respecto de su mujer, no trae cuenta casarse” (v.10). La respuesta de Jesús sigue manteniendo la indisolubilidad del matrimonio, imposible para la mentalidad humana pero posible para Dios. El eunuco del que habla Jesús no es el que no puede engendrar, sino el que, una vez separado de la propia mujer, continúa viviendo en la continencia y permaneciendo fiel al primer vínculo matrimonial: es eunuco con relación a todas las demás mujeres.

La palabra de Jesús dice claramente al hombre de hoy, y de modo particular a la comunidad eclesial, que no ha de haber divorcios, y sin embargo observamos que existen; en la vida pastoral, los divorciados son acogidos y para ellos está siempre abierta la posibilidad de entrar en el reino. 

La edición y el subrayado son nuestros  

Tomado del Sitio oficial de los carmelitas



El matrimonio es sacramento, porque es sagrado, Dios lo da: El catecismo nos dice: ¨La alianza matrimonial, por la que un hombre y una mujer constituyen una íntima comunidad de vida y de amor, fue fundada y dotada de sus leyes propias por el Creador. Por su naturaleza está ordenada al bien de los cónyuges así como a la generación y educación de los hijos. Entre bautizados, el matrimonio ha sido elevado por Cristo Señor a la dignidad de sacramento (cf. GS 48,1; CIC, can. 1055,1).

El sacramento del matrimonio significa la unión de Cristo con la Iglesia. Da a los esposos la gracia de amarse con el amor con que Cristo amó a su Iglesia; la gracia del sacramento perfecciona así el amor humano de los esposos, reafirma su unidad indisoluble y los santifica en el camino de la vida eterna (cf. Cc. de Trento: DS 1799).

El matrimonio se funda en el consentimiento de los contrayentes, es decir, en la voluntad de darse mutua y definitivamente con el fin de vivir una alianza de amor fiel y fecundo. ¨ (catecismo 1660-1662). 

Como vemos el matrimonio, tiene sus propias leyes o principios que han sido dados por Dios, tiene como fines principales: el bien de los esposos y el tener y educar a los hijos. Esta alianza se ¨compara¨ a la unión de Cristo con la Iglesia. No es una ¨tarea¨ imposible pues Dios mismo da la ayuda necesaria para cumplirla. Fundamento esencial para que exista: el libre consentimiento de los novios, el ¨querer¨ darse mutuamente y para toda la vida.
 
En este día, descubramos la belleza y santidad del matrimonio, y reconozcamos al Señor Jesús presente aunque invisible, en él.
Que la misericordia y la confianza en el Señor, no les falte.
Gracias

2 de agosto de 2012

Del Santo Evangelio Según San Mateo 13, 47-53


En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: "El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran. Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Entendéis bien todo esto?" Ellos le contestaron: "Sí." Él les dijo: "Ya veis, un escriba que entiende del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo bueno y lo antiguo."  Cuando Jesús acabó estas parábolas, partió de allí.(Aciprensa.com)


Homilía del Beato Juan Pablo II


1."El reino de Dios es semejante a una red..." (Mt 13, 47). (…)

Este Reino de Dios se encuentra en medio de nosotros (cf. Lc 17, 21), del mismo modo como lo ha estado en todas las generaciones de vuestros padres y antepasados. Como ellos, también nosotros rezamos cada día en el Padrenuestro: "Venga tu reino". Estas palabras testimonian que el Reino de Dios está siempre delante de nosotros, que nosotros caminamos a su encuentro y que, por ello, vamos madurando en medio de ese camino intrincado, e incluso a veces errado, de nuestra existencia mundana. Nosotros testimoniamos con esas palabras que el Reino de Dios se va realizando y se nos va acercando constantemente, aun cuando con tanta frecuencia lo perdamos de vista y ya no percibamos la figura concreta que de él nos presenta el Evangelio. A menudo parece como si la única y exclusiva dimensión de nuestra existencia fuera "este mundo", "el reino de este mundo" con su figura visible, con su sofocante progreso en ciencia y técnica, en cultura y economía..., sofocante y no pocas veces exasperante. Sin embargo, cuando cada día o al menos de vez en cuando nos hincamos de rodillas para rezar, siempre repetimos, en medio de esa atmósfera en que vivimos, las mismas palabras: "Venga a nosotros tu reino". 
 
Queridos hermanos y hermanas: Estas horas en las que aquí se desarrolla nuestro encuentro, este tiempo que yo puedo pasar entre vosotros, gracias a vuestra invitación y hospitalidad, es el tiempo del Reino de Dios: del reino que ya "está aquí" y a la vez de ese reino que todavía "viene". Por ello, todo lo esencial de esta visita tenemos que explicarlo con la ayuda de esa parábola que en el Evangelio de hoy hemos escuchado: "El reino de Dios es semejante...". 

2. ¿A quién se asemeja? 

Según las palabras de Jesús, tal cómo nos las han transmitido los cuatro Evangelistas, este Reino de Dios viene esclarecido a través de múltiples parábolas y comparaciones. La comparación de hoy es una de ellas. Nos parece unida de un modo singularmente estrecho a aquel trabajo que desempeñaban los Apóstoles de Cristo, entre ellos Pedro, y muchos de sus oyentes a la orilla del mar de Genesaret. Cristo dice: el reino de los cielos es semejante "a una red barredera, que se echa en el mar y recoge peces de toda suerte" (Mt 13, 47). Estas sencillas palabras transforman por completo la imagen del mundo, la imagen de nuestro mundo de hombres, tal como nosotros lo forjamos con nuestra experiencia y nuestra ciencia. Pero experiencia y ciencia no pueden traspasar en modo alguno esas fronteras inherentes al "mundo" y a la existencia humana, esas fronteras necesariamente unidas al "mar del tiempo", las fronteras de un mundo en el que el hombre nace y muere, de acuerdo con las palabras del Génesis: "polvo eres, y al polvo volverás" (Gén 3, 19). La comparación de Cristo habla, por el contrario, del traspaso del hombre a un "mundo" distinto, a una nueva dimensión de su existencia. El Reino de los cielos es precisamente esa nueva dimensión que se abre sobre el "mar del tiempo" y es, simultáneamente, la "red" que actúa en ese mar para conseguir el definitivo destino del hombre y de todos los hombres en Dios. 

Nuestra parábola de hoy nos invita a reconocer el Reino de los cielos como la definitiva realización de esa justicia a la que el hombre aspira con el incesante deseo que el Señor ha puesto en su corazón, de esa justicia que el mismo Jesús obró y anunció, de esa justicia, por fin, que Cristo selló con su propia sangre en la cruz. 

En el Reino de los cielos, el "reino de la justicia, del amor y la paz" (Prefacio de la fiesta de Cristo Rey), el hombre se encontrará también a sí mismo realizado, pues el hombre es el ser que, surgiendo de la profundidad de Dios, esconde en sí una profundidad tal que sólo Dios puede colmar. El, el hombre, es con todo su ser una imagen y semejanza de Dios. 

3. Jesús ha fundamentado su Iglesia sobre los doce Apóstoles, de los que la mayoría eran pescadores. La imagen de la red les era bien familiar. Jesús quería hacerlos pescadores de hombres. También la Iglesia es una red, una red ensamblada por el Espíritu, entretejida por la misión apostólica, operante por la unidad en la fe, vida y amor. 

Pienso en estos momentos en la espaciosa red de toda la Iglesia universal. Ante mis ojos está al mismo tiempo cada una de las Iglesias de vuestro país, especialmente la gran Iglesia en Colonia y los obispados circundantes. Ante mis ojos tengo, finalmente, la más pequeña de las Iglesias, la "Ecclesiola", la iglesia doméstica, a la que el reciente Sínodo de los Obispos en Roma ha prestado tan profunda atención en el tema sobré la " Misión de la familia cristiana".

La familia: Iglesia doméstica, comunidad única e irreemplazable de personas, sobre la que San Pablo nos hablaba en la segunda lectura de hoy. El tiene presente, naturalmente, el aspecto de la familia cristiana de su tiempo; lo que él dice tenemos, pues, que aplicarlo nosotros a los intereses de las familias en nuestro tiempo: lo que dice a los maridos, lo que dice a las mujeres, a los hijos, a los padres y, finalmente, lo que él nos dice a todos: "Vosotros, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de entrañas de misericordia, bondad, humildad, mansedumbre y longanimidad, soportándoos y perdonándoos mutuamente... Pero por encima de todo esto, vestíos de la caridad, que es vínculo de perfección. Y la paz de Cristo reine en vuestros corazones, pues a ella habéis sido llamados en un solo cuerpo. Sed agradecidos" (Col 3, 12-15); ¡Qué gran lección para la espiritualidad matrimonial y familiar! 

Nosotros, sin embargo, no debemos cerrar los ojos al otro aspecto; los padres sinodales se han ocupado de él muy en serio: estoy pensando en las dificultades que hoy supone el alto ideal de la comprensión y del comportamiento cristiano de la familia. La moderna sociedad industrial ha modificado básicamente las condiciones de vida del matrimonio y de la familia. Matrimonio y familia eran antes no sólo comunidad de vida, sino también comunidad de producción y economía. Vivían desplazados de las múltiples funciones públicas. El clima de hoy, abierto al exterior, no siempre resulta acogedor para el matrimonio y la familia. En nuestra anónima civilización de masas, ellos aparecen sin embargo como el lugar de refugio ante la búsqueda constante de seguridad y felicidad. Matrimonio y familia son hoy, pues, más importantes que nunca: célula germinal para la renovación de la sociedad; fuente de energía por la que la vida se hace más humana y, tomando de nuevo la imagen, red que da firmeza y unidad, emergiendo de las corrientes del abismo.

No permitamos que esta red se destroce. El Estado y la sociedad inician su propia ruina en el momento en que no promuevan ya activamente el matrimonio y la familia, en el momento en que no los protejan, equiparándolos a otras comunidades de vida no matrimoniales. Todos los hombres de buena voluntad, especialmente nosotros, los cristianos, estamos llamados a descubrir de nuevo la dignidad y el valor del matrimonio y de la familia, viviendo ante los demás de una manera que convenza. La Iglesia ofrece desde la luz de la fe su consejo y su servicio espiritual

5. El matrimonio y la familia están profundamente, vinculados a la dignidad personal del hombre. Nacen no sólo del impulso instintivo y la pasión, no sólo del afecto; nacen ante todo de una libre decisión de voluntad, de un amor personal, por el que los cónyuges llegan a ser no sólo una misma carne, sino también un único corazón y una sola alma. La unión corporal y sexual es algo grande y hermoso. Pero solamente es digna del hombre si ella es integrada en una vinculación personal, reconocida por la sociedad civil y eclesiástica. Toda unión carnal entre hombre y mujer tiene, por tanto, su legítimo lugar sólo dentro del recinto de fidelidad personal, exclusiva y definitiva, en el matrimonio. El carácter definitivo de la fidelidad matrimonial, que muchos hoy parecen no comprender ya, es igualmente una expresión de la dignidad incondicional del hombre. No se puede vivir solamente de prueba; no se puede morir solamente de prueba. 

No se puede amar sólo de prueba, aceptar a una persona sólo de prueba y por un tiempo determinado. 

6. Así, pues, el matrimonio está orientado hacia la permanencia, hacia el futuro. Mira siempre hacia adelante. Es el único lugar adecuado para la procreación y educación de los hijos. El amor cristiano está, por tanto, orientado esencialmente también a la fecundidad. En esta tarea de transmitir la vida humana, los esposos son colaboradores del amor de Dios creador. Yo sé que también aquí las dificultades son grandes en la sociedad actual. Cargas sobre todo para la mujer, viviendas reducidas, problemas económicos e higiénicos, inconvenientes que se crean, a veces ex profeso, a las familias numerosas, todo esto constituye un obstáculo para un mayor número de hijos. Yo apelo a todos los que tienen responsabilidad y poder en la sociedad: haced cuanto sea posible para crear recursos. Pero apelo sobre todo a vuestra propia conciencia y a vuestra responsabilidad personal, queridos hermanos y hermanas. En vuestra conciencia tenéis que tomar la decisión ante Dios sobre el número de vuestros hijos. 

Como esposos, estáis llamados a una paternidad responsable. Pero esto significa que vuestra planificación familiar debe ser tal que respete las normas y criterios éticos. Es lo que ha subrayado el último Sínodo de los Obispos. Con gran vehemencia quisiera recordaros hoy especialmente, dentro de este contexto, las siguientes palabras: Eliminar una vida que aún está por nacer, no es un medio legitimo de planificación familiar. Os repito lo que dije a los trabajadores, el 31 de mayo del presente año, en el suburbio parisiense de Saint-Denis: "El primer derecho del hombre es el derecho a la vida. Hemos de defender este derecho y este valor. De lo contrario, toda la lógica de la fe en el hombre, todo el programa del progreso verdaderamente humano, se tambaleará y se vendrá abajo". Se trata, en efecto, de servir a la vida (L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 8 de junio de 1980, pág. 7).

7. Queridos hermanos y hermanas: Sobre la base y el presupuesto indispensable de lo dicho hasta aquí tornemos ahora al profundo misterio del matrimonio y la familia. El matrimonio es, en la perspectiva de nuestra fe, un sacramento de Jesucristo. El amor y la fidelidad matrimonial son protegidos y encauzados por el amor y la fidelidad de Dios en Jesucristo. La fuerza de su cruz y su resurrección guía y santifica el matrimonio cristiano. 

Como ha puesto de relieve el reciente Sínodo de los Obispos en su mensaje a las familias cristianas en el mundo contemporáneo, la familia cristiana está llamada de un modo singular a colaborar en el plan salvífico de Dios ayudando a sus miembros "a ser, a su vez, agentes de la historia de la salvación y signos vivos del plan amoroso de Dios sobre el mundo" (L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 2 de noviembre de 1980, pág. 10).
El matrimonio y la familia, constituidos por el sacramento en una "iglesia en pequeño" o iglesia doméstica, tienen que ser una escuela de fe y un lugar de oración común. Yo confiero precisamente una gran importancia a la oración en la familia. Ella da fortaleza para superar los múltiples problemas y dificultades. En el matrimonio y la familia tienen que crecer y madurar las principales virtudes humanas y cristianas, sin las cuales no puede subsistir ni la Iglesia ni la sociedad. Aquí se encuentra el primer espacio del apostolado laico-cristiano y del sacerdocio común de todos los bautizados. Tales matrimonios y familias, impregnados de espíritu cristiano, son también los auténticos seminarios, es decir, el lugar donde se siembra la llamada espiritual al estado sacerdotal y religioso. 

Queridos esposos y padres, queridas familias: En este encuentro eucarístico de hoy, ¡nada podría desearos yo con más afecto que el que todos vosotros y todas y cada una de las familias forméis una "iglesia doméstica" de esa índole, una iglesia en pequeño; que se realice en vosotros la parábola del Reino de Dios; que experimentéis la presencia del Reino de Dios, siendo vosotros mismos una "red" viva que unifica, que lleva y que da seguridad —seguridad para vosotros y para cuantos se encuentren en vuestro entorno—!
Esta es mi bendición, la bendición que yo os expreso como vuestro invitado y peregrino, como servidor de vuestra salvación.


(…)

La edición y el subrayado son nuestros.