En aquel tiempo, Jesús propuso esta otra parábola a la gente: "El Reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno siembra en su huerta; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un arbusto más alto que las hortalizas, y vienen los pájaros a anidar en sus ramas". Les dijo otra parábola: "El Reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina, y basta para que todo fermente". Jesús expuso todo esto a la gente en parábolas, y sin parábolas no les exponía nada. Así se cumplió el oráculo del profeta: "Abriré mi boca diciendo parábolas; anunciaré lo secreto desde la fundación del mundo". (Aciprensa.com)
Meditación de San Juan Crisóstomo
(…)
Otra parábola les propuso diciendo: Es semejante el reino de los cielos a un grano de mostaza. Pues había dicho que de la simiente las tres partes perecieron y sólo una se salvó y que a ésta que se salvó la amenazaban tan grandes y numerosos males, para que no fueran a decir: entonces ¿quiénes y cuántos serán los que permanezcan fieles? Les quita semejante temor, y les vuelve la confianza mediante la parábola del grano de mostaza, y les demuestra que la predicación penetrará por doquier. Tal es el motivo de que traiga al medio la comparación con esa legumbre, que viene siendo tan oportuna en esta materia. Con ser, dice, la más pequeña de todas las semillas, cuando ha crecido es la más grande de todas las hortalizas y llega a hacerse árbol, de manera que las aves del cielo vienen a anidar en sus ramas. Quiso dar así un indicio de su grandeza, diciendo que de igual manera sucedería con la predicación. Los discípulos eran los más débiles de todos los hombres y los más pequeños; mas, por haber en ellos una virtud grande, la predicación se difundió por toda la tierra.
Enseguida de esa comparación, puso la del fermento, diciendo: ¨Es semejante el reino de los cielos al fermento que una mujer toma y pone en tres medidas de harina, hasta que todo fermenta¨. Pues así como el fermento penetra la mucha harina, así vosotros convertiréis a todo el mundo.
-Observa la prudencia. Trae comparaciones de las cosas de la naturaleza para dar a entender que así como en éstas todo sucede por el orden natural, así sucederá en la predicación-
Como si dijera a los apóstoles: ¨No me vayáis a argüir [alegar] diciendo: ¿qué podemos nosotros, doce hombres, metiéndonos entre tan inmensas multitudes? Porque eso mismo hará resplandecer mucho más vuestra virtud: que mezclados con semejante muchedumbre, no temáis ni huyáis.Así como el fermento no fermenta la masa hasta que se mezcla con la harina, y no cuando únicamente se le acerca, sino cuando se mezcla con ella, pues no dice Jesús simplemente puso, sino mezcló, así vosotros, mezclados y juntos con los que os impugnan, los venceréis. Y así como el fermento se mete en la masa, empero no se pierde, sino que lentamente comunica a toda la masa su fuerza y virtud, así sucederá con la predicación¨.
En consecuencia, no temáis por el hecho de haberos yo pre-dicho inmensos trabajos, pues por ese camino brillaréis y superaréis. En cuanto a los tres modios o medidas, tienen aquí muy rico significado. Porque ese número de tres suele usarse para significar muchedumbre.
-Y no te extrañes de que tratando del reino traiga a cuento el trigo y el fermento, pues hablaba a hombres imperitos [no sabios] e ignorantes, a quienes era necesario alentar en esta forma. Eran tan sencillos, que enseguida necesitaron una larga explicación. ¿Dónde están los gentiles [paganos] ? Vengan y conozcan la virtud de Cristo, con ver la verdad de los sucesos. Adórenlo por ambos motivos: por haber predicho cosa tan grande y por haberla realizado. Porque es El quien dio su fuerza al fermento. Para esto mezcló con las multitudes a los que ya creían en El: para que mutuamente nos comuniquemos nuestros conocimientos.-
Que nadie, en consecuencia, acuse su propia debilidad: mucha es la fuerza de la predicación; y lo que una vez ha sido fermentado, se convierte en fermento para los demás. Lo mismo que una chispita de fuego si cae sobre los leños, al quemarlos los convierte en llama y por este medio inflama otros maderos: así sucede con la predicación.
-Sin embargo, Cristo no dijo llama, sino fermento. ¿Por qué?-
Porque en la llama no todo brota de solo el fuego, sino que también algo nace de los leños encendidos, mientras que acá todo lo hace por sí solo el fermento.
-Y si doce hombres fermentaron todo el orbe, piensa cuán grande sea nuestra perversidad, pues siendo en tan gran número no podemos, a pesar de eso, enmendar a ls hombres que pecan, cuando deberíamos bastar para fermentar a mil mundos que hubiera. Objetarás: pero ellos eran apóstoles. Mas esto ¿qué vale? ¿Acaso no eran de tu misma condición? ¿no vivían en medio de las ciudades? ¿no tenían la misma suerte que los demás? ¿no ejercitaban los oficios? ¿eran acaso ángeles? ¿habían bajado del cielo? Alegarás que ellos hacían milagros-.
Pero no fueron los milagros los que los hicieron admirables. ¿Hasta cuándo abusaremos de sus milagros para encubrir nuestra pereza? ¡Atiende al coro de los santos que no hicieron semejantes milagros! Muchos de los que habían arrojado demonios, porque luego obraron la iniquidad, no sólo no fueron admirables, sino que fueron condenados al eterno suplicio.
-Preguntarás: entonces ¿qué fue lo que los hizo grandes?-
El desprecio de las riquezas, el desprecio de la vanagloria, el apartarse de los bienes del siglo [vida no religiosa] . Si esto no hubieran tenido, sino que se hubieran dejado vencer por las enfermedades del alma, aun cuando hubieran resucitado a infinitos muertos, no sólo no habrían sido útiles para nada, sino que se les habría tenido por mentirosos y engañadores. De modo que su manera de vivir es la que por doquiera brilla y lo que les atrajo la gracia del Espíritu Santo.
-¿Qué milagros obró el Bautista, que tantas ciudades se atrajo? Oye al evangelista que afirma no haber hecho milagro alguno: Juan no obró milagros. ¿Por qué fue admirable Elías? ¿Acaso no por la fortaleza con que amonestó al rey? ¿acaso no por el celo de la gloria de Dios? ¿acaso no por su pobreza, su manto de piel de camello, su cueva, sus montes?-
Los milagros fueron a consecuencia y después de esas cosas.
-¿Qué milagros vio el demonio en Job para quedar estupefacto?-
Ningún milagro por cierto, sino una vida excelente y una paciencia más firme que cualquier diamante.
-¿Qué milagro obró David, hijo de Jesé, varón según el corazón de Dios que dijo de él: He hallado a David, hijo de Jesé, varón según mi corazón? ¿Qué muertos resucitaron Abrahán, Isaac, Jacob? ¿a qué leproso limpiaron? ¿Ignoras acaso que los milagros, si no estamos vigilantes, más bien dañan que aprovechan?-
Por ese camino los corintios en gran número sufrieron disensiones; por ése, muchos de los romanos se ensoberbecieron; por ése Simón el Mago fue arrojado de la Iglesia. Y el joven que anhelaba seguir a Cristo fue desechado cuando oyó aquello de: Las zorras tienen madrigueras y las aves del cielo, nidos. Todos ellos porque buscaban o las riquezas o la gloria de hacer milagros cayeron y perecieron. En cambio, la auténtica santidad de vida y el amor a las virtudes, no engendran semejantes codicias, sino que, por el contrario, si las hay las arrojan fuera.
-Cristo mismo, al dar sus leyes a los discípulos ¿qué les decía? ¿Acaso que hicieran milagros a fin de que los hombres los vean?-
¡De ninguna manera!
-Sino ¿que?-:
¨Así ha de lucir vuestra luz ante los hombres que viendo vuestras buenas obras, glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos¨.
Tampoco dijo a Pedro: Si me amas, haz milagros; sino: Apacienta mis ovejas? Lo antepone siempre a los otros, juntamente con Santiago y Juan.
-Pero, pregunto: ¿por qué lo antepone? ¿acaso por los milagros?-
Mas todos los discípulos curaban a los leprosos y resucitaban a los muertos, y a todos por igual les concedió semejante don y poder. Entonces ¿por qué se les anteponían aquellos tres?
A causa de su virtud.
-¿Observas cómo en todos los casos son necesarias la vida virtuosa y las buenas obras?-
Porque dice Jesús: ¨Por sus frutos los conoceréis¨.
-¿Qué es lo que propiamente constituye nuestra vida? ¿Son acaso los milagros o más bien la exactitud de un excelente modo de vivir?
Es claro ser lo segundo. Los milagros de eso toman ocasión y a eso se encaminan. Quien lleva una vida excelente se atrae la gracia de los milagros; y el que tal gracia recibe, para eso la recibe, para enmendar la vida de los demás. Cristo mismo para eso hizo los milagros, para hacerse digno de fe y atraer así a los hombres e introducir en el mundo el ejercicio de la virtud. Por lo mismo de esto es de lo que sobre todo cuida, pues no se contenta con hacer milagros, sino que amenaza con el infierno y promete el reino; y por este camino establece aquí sus leyes inesperadas, y nada deja por hacer para igualarnos a los ángeles. Pero ¿qué digo que Cristo lo hacía todo por este motivo? Dime, si alguno te diera a escoger entre resucitar a su nombre a los muertos o morir por su nombre ¿qué escogerías? ¿No es cosa clara que optarías por lo segundo? Pues bien: lo primero es milagro; lo segundo, obras buenas. Si alguno te diera el poder de convertir el heno en oro y te pusiera la disyuntiva entre eso y conculcar el oro como si fuera heno ¿acaso no elegirías lo segundo? Y por cierto, con toda justicia, porque esto segundo atraería a todos los hombres. Si vieran el heno convertido en oro, todos querrían tener un poder semejante, como le sucedió a Simón Mago; y así se acrecentaría la codicia de las riquezas. En cambio, si vieran que todos despreciaban el oro como si fuera heno, hace tiempo estarían libres de aquella codicia y enfermedad.
-¿Adviertes cómo la vida virtuosa es lo que más ayuda? Y digo la vida virtuosa. No el ayuno, ni el saco, ni la ceniza por lecho, sino el desprecio de las riquezas en la forma en que es conveniente despreciarlas, el amor del prójimo, la limosna, el suministrar el pan al hambriento, el aplacar la ira, el alejar la vanagloria, el echar fuera la envidia. Esto nos enseñó Cristo cuando decía: Aprended de Mí que soy manso y humilde de corazón.-
No dice: aprended de Mí que he ayunado, aunque podía alegar sus cuarenta días de ayuno. Pero no los alega, sino que dice: que soy manso y humilde de corazón. Y cuando envió a los discípulos a predicar no les dijo ayunad, sino: Comed lo que os fuere servido En cambio, en lo referente a la riqueza, estableció una ley severa diciendo: No os procuréis oro ni plata ni cobre para vuestro cinto.
Y no digo esto en vituperio del ayuno ¡lejos de mí tal cosa! Por el contrario, lo alabo. Pero me aflijo cuando veo que vosotros, dejando a un lado las demás virtudes, creéis que basta con el ayuno para vuestra salvación, siendo así que el ayuno, en el conjunto de las virtudes, ocupa el último lugar. Las virtudes principales son la caridad, la justicia, la limosna, que incluso es superior a la virginidad. De modo que si quieres llegar a ser igual a los apóstoles, nada lo impide. Si semejante vida virtuosa emprendes, eso te basta para que nada tengas menos que aquéllos.
En conclusión: que nadie se detenga esperando milagros. Se entristece el demonio cuando se le arroja de los cuerpos; pero mucho más se entristece cuando ve al alma libre de pecados. Y en esta liberación consiste la mayor virtud del alma. Por el pecado murió Cristo, para destruirlo; porque el pecado introdujo la muerte, y por él vino todo el desorden. Si quitas el pecado habrás quebrantado las fuerzas del demonio, habrás destrozado su cabeza, habrás deshecho toda su fortaleza, habrás dispersado su ejército, habrás hecho el milagro más grande de todos los milagros. No es esto palabra mía sino del bienaventurado Pablo. Porque habiendo él dicho: Aspirad a los mejores dones, pues os he demostrado un camino mejoré no dijo que fuera el de los milagros, sino la caridad, raíz de todos los bienes.
De manera que si ésta ejercitamos y el demás consiguiente ejercicio de la virtud, no necesitamos milagros; así como por el contrario, si no nos ejercitamos en las virtudes, de nada nos servirán los milagros. Considerando todas estas cosas, por las que los apóstoles fueron grandes, imitémoslas. ¿Cómo se hicieron ellos grandes? Oye a Pedro que dice: He aquí que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido: ¿qué tendremos de premio? Oye a Cristo que le responde: Os sentaréis sobre doce tronos; y todo el que dejare hermanos o hermanas o padre o madre o hijos o campos, recibirá el céntuplo en este siglo y heredará la vida eterna.
En consecuencia, apartémonos nosotros de todos los negocios seculares [asuntos que llevan a pecar], consagrémonos a Cristo, para así igualarnos a los apóstoles, según esa sentencia de Cristo; y para así disfrutar de la vida eterna. La cual ojalá que todos alcancemos por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder, por los siglos de los siglos.
Amén.
Amén.
San Juan Crisóstomo, Homilia XLVI (XLVII) (Traducción directa del griego por Rafael Ramírez Torres, S. J - Clerus.org)
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