Este es un espacio de catequesis en el que encontrarás enseñanzas, noticias, mensajes, y reflexiones que te permitirán conocer la verdadera doctrina y te serán útiles en tu camino de fe.


¡¡¡Gracias por tu visita!!!

30 de abril de 2009

Santa María de Guadalupe:
A ti que nos amas con especial ternura,
velas por nosotros con maternal intercesión
y nos procuras siempre tu eficaz ayuda
suplicamos tu protección y auxilio
para superar pronto esta epidemia
que ha venido a afectar nuestra nación.

Cúbrenos con tu manto,
líbranos de este mal.

Ruega por todas las autoridades
y por quienes tienen poder de decisión
para que sepan establecer medidas y prioridades
para prevenir y ayudar a toda la población,
y en particular a quienes son más vulnerables.

Concédenos prudencia y serenidad
para actuar con mucha responsabilidad
y así evitar ser contagiados o contagiar.

Socorre al personal de salud,
vela por la recuperación de los enfermos
y sé consuelo de quien se encuentran en duelo.
Madre del Verdadero Dios por quien se vive,
Tú que nos has rescatado de otras plagas,
encomiéndanos a la misericordia
de Aquel que nos sanó con Sus llagas
y nos libró de la muerte con Su Resurrección.

Enséñanos a unir nuestro dolor al Suyo
para hallarle sentido redentor
y salir de esta adversidad fortalecidos
en la fe, la esperanza y el amor. Amén.

Oración a la Virgen de Guadalupe para encomendar a México por la epidemia de la Influenza
+Norberto Card. Rivera Carrera
Arzobispo Primado de México
_____________________________

Ver también:

Todo sobre la enfermedad (Información oficial-OMS).
Jesús y los enfermos (Artículo anterior).

25 de abril de 2009

No basta decir ¨Yo creo¨.... (Domingo 3 de Pascua)

(...)
Las apariciones de Jesús son como un proceso de conversión mental, del Jesús de la vida pública al Jesús resucitado. Pero una conversión que no les resulta nada fácil.


Sus mentes aún no están habituadas a la nueva presencia pascual de Jesús.


Y por otra parte, los Evangelios insisten en el hecho de que ellos son “bien tardos en entender las Escrituras”.


Para quien ha leído y entendido la Escritura, el escándalo de la Pasión y de la Pascua debiera ser mínimo. Pero se ve que no basta con leer la Palabra de Dios. Es preciso entenderla y aprender a leerla luego en la realidad de los acontecimientos de la vida.


El proceso de la fe pascual necesita de tiempo. Requiere tiempo y maduración. Es el proceso de toda fe. No basta decir “yo creo”. Se requiere un lento proceso de crecimiento.


Y el caso es que este proceso de maduración de la fe pascual implica dos elementos fundamentales: el conocer y el experimentar.


El conocer la Palabra de Dios. Pero tampoco parece suficiente. Hay que unir al conocer la “visión”, el “ver”, el “experimentar”.


De ahí que, en las apariciones, Jesús insiste en dejarse ver, pero también insiste en la explicación de las Escrituras.


¿Y nosotros qué camino seguimos en nuestro proceso de maduración de nuestra fe?


Nosotros recibimos la fe en el Bautismo. Pero sólo en semilla. Tendrá que crecer. Desarrollarse. Madurar. Una maduración en la que “el saber”, “el conocer”, tendrán que ir acompañados del “ver”, es decir, la “experiencia”. Hablar de fe sin práctica es hablar de nada.


Decir que “yo creo” pero “no practico”, es un engaño. No es suficiente sacar una buena nota en religión, si luego suspendemos en la práctica.


Las apariciones pascuales de Jesús terminan siendo pequeñas catequesis a la comunidad cristiana. Pero hay una que pareciera como una especie de “repaso de la lección”. Por tres veces, de manera explícita, Jesús quiso que entendiesen el misterio de su muerte y resurrección. Ellos se mostraron siempre de cabeza dura para entenderlo. Ahora, sufren las consecuencias. Una de las razones del desconcierto de la Pasión, Muerte y Resurrección estuvo precisamente en no haber querido aceptar las explicaciones con las que Jesús quería hacérselo entender.


Es por ello que, ahora, vuelve constantemente a reiterar la misma explicación. Lo hizo con los dos de Emaús y lo vuelve hacer ahora. “Estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día,....”


Hay verdades que son esenciales. Verdades sin las cuales todo el resto carece de sentido. Y en la base de nuestra fe y de nuestra vocación cristiana de Iglesia hay algo que tiene que quedar bien claro: Jesús tenía que morir y resucitar. Si olvidamos esto, o si rechazamos esto, nos quedamos sin piso. Nuestra fe se queda sin una base sólida.


La Iglesia tendrá que repasar constantemente esta lección de Jesús. Se podrán olvidar otros detalles. Pero la Iglesia nunca podrá olvidar ni la muerte ni la resurrección de Jesús. Sin ese fundamento, la Iglesia se debilitaría en su misma consistencia.


Hay olvidos que pueden ser mortales. Hay olvidos que pueden significar la muerte.Y hay recuerdos que son vida. Por eso Jesús mismo nos dejó el gran mandamiento: “Haced esto en memoria mía”. Esto no se puede olvidar, sin exponer a la misma Iglesia a un empobrecimiento de su ser y misión.


(Hechos 3, 13-15.17-19, 1ª carta de san Juan 2, 1-5, Lucas 24, 35-48)


(El subrayado es nuestro).

El proceso de maduración de la fe.

Clemente Sobrado C.P.

http://www.iglesiaquecamina.com/



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Quien dice: «Yo lo conozco», y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él.

Pero quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él. (1 Juan 2, 4-5)



Lun.: IP 5, 5b-14; Sal 88; Mc 16,15-20- Santos Felipe y Santiago, apóstoles.
Jue.: Hch 13, 13-25; sal 88;Jn 13, 16-20
Mar.: Hch 11, 19-26; Sal 86; Jn 10, 22-30
Vie.: Hch 13, 26-33; Sal 2; Jn 14, 1-6
Mié.: Hch 12, 24-13, 5; Sal 66; Jn 12, 44-50
Sáb.: Hch 13, 44-52; Sal 97; Jn 14, 7-14










20 de abril de 2009

México renueva su consagración al Espíritu Santo (Hoy a las 17:00 hrs México-Perú)

(...)
Ante el grave momento que vivimos, marcado por la crisis económica, la violencia generalizada, la invasión del narcotráfico, los secuestros, la pérdida de los valores humanos, etc., el Episcopado Mexicano ha decidido renovar la consagración de nuestra patria al Espíritu Santo. Apreciamos como una verdadera gracia de Dios el hecho de que nuestra patria se haya consagrado entonces al Espíritu Santo y nos parece necesario renovar esa consagración en nuestros días.


Por lo mismo, deseamos vivamente que todos nuestros sacerdotes y fieles se hagan conscientes de la gracia que México recibió hace 84 años, que con nosotros den gracias a Dios y que, en la oración, el estudio y la reflexión personal y comunitaria, se dispongan a renovar, a nivel nacional, su Consagración al Espíritu Santo para que todos seamos verdaderos hijos de Dios, hermanos en Cristo de todos los hombres y actuemos con poder en la proclamación del Evangelio y en la salvación integral de México y el mundo.

Esta Consagración es un acto de fe y esperanza con el que manifestamos nuestra firme confianza en Jesucristo, el señor de la historia, que guía nuestros pasos con la sabiduría y fuerza de su Espíritu, en estos momentos de duras pruebas. Pues creemos, es imposible esperar de los solos esfuerzos humanos la solución a tan grandes problemas; los creyentes estamos anclados en la esperanza que nos produce la Palabra del Señor: “Les daré un corazón nuevo y un Espíritu nuevo. Quitaré de ustedes el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi Espíritu en ustedes y haré que se conduzcan según mis preceptos y observen y practiquen mis normas (Ez 36,25-27)”.

Esto es lo que esperamos de nuestro buen Dios con la Consagración de México al Espíritu Santo. Que a todos nos dé Dios un corazón lleno de amor y de perdón, y nos renueve y guíe con su Espíritu.
(...)

18 de abril de 2009

Cuando nos falta la paz....(Segundo Domingo de Pascua)

¿Cuándo sentimos la vida palpitar en nosotros?... ¿cuándo nos aprieta el miedo o cuándo nos sentimos seguros y sin temor a nada ni a nadie? Recordemos un rato las experiencias vividas y la respuesta sale espontánea, como la risa del niño pequeño en los brazos de su padre.

Después de escuchar el anuncio de María Magdalena de que Jesús había resucitado, los discípulos se reúnen y se encierran en una casa por miedo a los judíos para comentar el hecho todavía en dudas ciertamente para la mayoría de ellos.

Dispersos cada uno por su lado después del fatal acontecimiento que dejó truncada su esperanza, sienten la necesidad de comentar los hechos dolorosos y, ciertamente reconocer su cobardía por haberlo abandonado. Es en este instante que Jesús se presenta en medio de ellos abriendo las puertas de sus corazones a una nueva visión de la vida presente y futura. “La paz sea con ustedes,” les dice, haciendo vibrar una novedad en cada uno de ellos. Y les muestra sus manos y su costado con la marca de los clavos y de la lanza, para fortalecer su fe todavía vacilante.


La preocupación de Jesús después de su resurrección se fija en el fortalecimiento de la fe de los discípulos, para que puedan salir a anunciar el Evangelio venciendo los temores que no van a faltar en medio de un mundo que prefiere, muchas veces, llenar su vida con placeres y frivolidades antes que aceptar una vida más fecunda, fruto de su muerte en la cruz y de su resurrección gloriosa.

La incredulidad de Tomás, uno de ellos, es la expresión de las dudas que surgen a menudo en los mismos creyentes de ayer y de hoy, sacudidos por opiniones y actitudes contrarias. “Si no veo la marca de los clavos en sus manos y si no pongo la mano en su costado, no creeré”, dice Tomás a sus compañeros. Más adelante, al escuchar a Tomás decir: “¡Señor mío y Dios mío!”, Jesús le responde: “Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!” Estas palabras de Jesús son fuerza para los creyentes de hoy y nos llaman a todos a descubrir su presencia en la vida cotidiana de otra manera: en las personas que nos rodean, en los pobres marginados, y en los acontecimientos.
(...)
(Hechos 4, 32-35,1ª carta de san Juan 5, 1-6, Juan 20, 19-31)

Lun.: Hch 4, 23-31; Sal 2; Jn 3, 1-8
Mar.: 1P 5, 5b-14; Sal 88, Mc 16, 15-20
Mié.: Hch 5,17-26; Sal 33; Jn 3, 16-21
Jue.: Is 6, 1-8; Sal 116; 1Co 4, 1-5; Mt 28, 16-20
Vie.: Hch 5, 34-42; Sal 26; Jn 6, 1-15
Sáb.: Hch 6, 1-7; Sal 32; Jn 6, 16-21

16 de abril de 2009

Segundo Domingo de Pascua o de la Divina Misericordia

"En nuestros tiempos, muchos son los fieles cristianos de todo el mundo que desean exaltar esa misericordia divina en el culto sagrado y de manera especial en la celebración del misterio pascual, en el que resplandece de manera sublime la bondad de Dios para con todos los hombres.

Acogiendo pues tales deseos, el Sumo Pontífice Juan Pablo II se ha dignado disponer que en el Misal Romano, tras el título del Segundo Domingo de Pascua, se añada la denominación "o de la Divina Misericordia" ..... " (Fragmento del Decreto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, de 5 de mayo de 2000.

Indulgencias en el Segundo Domingo de Pascua o de la Divina Misericordia:

"Se concede la indulgencia plenaria,
(1) con las condiciones habituales (confesión sacramental, comunión eucarística y oración por las intenciones del Sumo Pontífice) al fiel que, en el domingo segundo de Pascua, llamado de la Misericordia divina, en cualquier iglesia u oratorio, con espíritu totalmente alejado del afecto a todo pecado, incluso venial, participe en actos de piedad realizados en honor de la Misericordia divina, o al menos rece, en presencia del santísimo sacramento de la Eucaristía, públicamente expuesto o conservado en el Sagrario, el Padrenuestro y el Credo, añadiendo una invocación piadosa al Señor Jesús misericordioso (por ejemplo, "Jesús misericordioso, confío en ti")".

Catholic.net

(1)"La indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya perdonados, en cuanto a la culpa, que un fiel dispuesto y cumpliendo determinadas condiciones consigue por mediación de la Iglesia, la cual, como administradora de la redención, distribuye y aplica con autoridad el tesoro de las satisfacciones de Cristo y de los santos". (Catecismo de la Iglesia Católica N.1471)


Es plenaria porque perdona totalmente la pena temporal de los pecados.

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Ver también:

Decreto de Indulgencias el Día de la Divina Misericordia

Sor Faustina y la Divina Misericoridia

Las Indulgencias

Un regalo para ti. Gracias por acojerme

13 de abril de 2009

Celebremos la Pascua... con los panes ázimos de la sinceridad y la verdad.

(...)En su pasión y muerte, Jesús se revela como el Cordero de Dios «inmolado» [sacrificado] en la cruz para quitar los pecados del mundo; fue muerto justamente en la hora en que se acostumbraba a inmolar los corderos en el Templo de Jerusalén. El sentido de este sacrificio suyo, lo había anticipado Él mismo durante la Última Cena, poniéndose en el lugar – bajo las especies del pan y el vino – de los elementos rituales de la cena de la Pascua. Así, podemos decir que Jesús, realmente, ha llevado a cumplimiento la tradición de la antigua Pascua y la ha transformado en su Pascua.

A partir de este nuevo sentido de la fiesta pascual, se comprende también la interpretación de san Pablo sobre los «ázimos». (...) eran un símbolo de purificación: eliminar lo viejo para dejar espacio a lo nuevo. Ahora, como explica san Pablo, también esta antigua tradición adquiere un nuevo sentido, precisamente a partir del nuevo «éxodo» que es el paso de Jesús de la muerte a la vida eterna. Y puesto que Cristo, como el verdadero Cordero, se ha sacrificado a sí mismo por nosotros, también nosotros, sus discípulos – gracias a Él y por medio de Él – podemos y debemos ser «masa nueva», «ázimos», liberados de todo residuo del viejo fermento del pecado: ya no más malicia y perversidad en nuestro corazón.

«Así, pues, celebremos la Pascua... con los panes ázimos de la sinceridad y la verdad». Esta exhortación de san Pablo con que termina la breve lectura que se ha proclamado hace poco, resuena aún más intensamente en el contexto del Año Paulino. Queridos hermanos y hermanas, acojamos la invitación del Apóstol; abramos el corazón a Cristo muerto y resucitado para que nos renueve, para que nos limpie del veneno del pecado y de la muerte y nos infunda la savia vital del Espíritu Santo: la vida divina y eterna. En la secuencia pascual, como haciendo eco a las palabras del Apóstol, hemos cantado: «Scimus Christum surrexisse / a mortuis vere» – sabemos que estás resucitado, la muerte en ti no manda. Sí, éste es precisamente el núcleo fundamental de nuestra profesión de fe; éste es hoy el grito de victoria que nos une a todos. Y si Jesús ha resucitado, y por tanto está vivo, ¿quién podrá jamás separarnos de Él? ¿Quién podrá privarnos de su amor que ha vencido al odio y ha derrotado la muerte? Que el anuncio de la Pascua se propague por el mundo con el jubiloso canto del aleluya. Cantémoslo con la boca, cantémoslo sobre todo con el corazón y con la vida, con un estilo de vida «ázimo», simple, humilde, y fecundo de buenas obras. «Surrexit Christus spes mea: / precedet suos in Galileam» - ¡Resucitó de veras mi esperanza! Venid a Galilea, el Señor allí aguarda. El Resucitado nos precede y nos acompaña por las vías del mundo. Él es nuestra esperanza, Él es la verdadera paz del mundo. Amén.


La Biblia de cada día.

Lun.: Hch 2, 14.22-33; Sal 15; Mt 28,8-15 Jue.: Hch 3, 11-26; Sal 8; Lc 24,35-48
Mar.: Hch 2, 36-41; Sal 32; Jn20,11-18 Vie.: Hch 4,1-12; Sal 117; Jn 21,1-14
Mié.: Hch 3,1-10; Sal 104; Lc 24, 13-35 Sáb.: Hch 4,13-21; Sal 117; Mc 16,9-15

Conferencia Episcopal Peruana


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Ver también:


Tiempo Pascual.

Preparación para el próximo domingo, día de la Divina Misericordia.

10 de abril de 2009

Meditaciones del Vía Crucis del Viernes Santo en el Coliseo

Queridos hermanos y hermanas, hemos venido a cantar juntos un "himno de esperanza". Queremos decirnos a nosotros mismos que todo no está perdido en los momentos de dificultad. Cuando las malas noticias se suceden, nos oprime la ansiedad. Cuando la desgracia nos afecta más de cerca, nos desanimamos. Cuando una calamidad hace de nosotros sus víctimas, la confianza en nosotros mismos se tambalea y nuestra fe es puesta a prueba. Pero todo no está perdido aún. Como Job, estamos en búsqueda de sentido (Cf. 1, 13 - 2, 10). En este esfuerzo tenemos un ejemplo: "Abraham creyó contra toda esperanza" (Romanos 4, 18). En verdad, en tiempos difíciles no vemos ningún motivo para creer y esperar. Y sin embargo creemos. Y sin embargo esperamos. Esto puede suceder en la vida de cada uno de nosotros. Esto sucede en el más amplio contexto social.

Con el Salmista nos preguntamos: "¿Por qué, alma mía, desfalleces, y te agitas por mí? Espera en Dios" (Salmo 42, 6). Renovemos y reforcemos nuestra fe, y sigamos confiando en el Señor. Porque él salva a aquellos que han perdido toda esperanza (Salmo 34, 19). Y ésta al final no defrauda (Romanos 5, 5). Es verdaderamente en Cristo en quien comprendemos el pleno significado del sufrimiento. Durante esta meditación, mientras contemplemos con angustia el aspecto doloroso del sufrimiento de Jesús, pondremos también atención a su valor redentor. Según el proyecto de Dios, el "Mesías tendría que sufrir (Hechos 3,18; 26, 23), y estos sufrimientos deberían ser por nosotros (1 Pedro 2, 21). La conciencia de esto nos llena de una viva esperanza (1 Pedro 1, 3). Y esta esperanza nos mantiene alegres y constantes en la tribulación (Romanos 12, 12). Un camino de fe y esperanza es un largo camino espiritual, atento al más profundo diseño de Dios en los procesos cósmicos y en los acontecimientos de la historia humana. Porque bajo la superficie de calamidades naturales, guerras, revoluciones y conflictos de todo tipo, hay una presencia silenciosa, hay una acción divina dirigida. Él permanece escondido en el mundo, en la sociedad, en el universo. La ciencia y la tecnología revelan que las maravillas de su grandeza y de su amor: "sin lenguaje, sin palabras, sin que se oiga su voz, a toda la tierra alcanza su pregón, y hasta los límites del orbe su lenguaje" (Salmo 19, 3). Él respira esperanza. Revela sus planes a través de su "Palabra", mostrando cómo saca el bien del mal, sea en los pequeños acontecimientos de nuestras vidas personales, sea en los grandes acontecimientos de la historia humana. Su "Palabra" muestra la "gloriosa riqueza" del plan de Dios, que dice que él nos libra de nuestros pecados y que Cristo es en vosotros, esperanza de la gloria (Colosenses 1, 27). Que este mensaje de esperanza pueda resonar desde Huang-Ho a Colorado, desde el Himalaya a los Alpes y a los Andes, desde el Mississippi al Brahmaputra. Dice: ‘‘Sed fuertes, mantened firme el corazón, vosotros que esperáis en el Señor" (Salmo 31, 25).(...)

ORACIÓN:

Mira, Dios omnipotente,

a la humanidad agotada por su debilidad mortal,

y haz que recobre la vida por la pasión de tu único Hijo.

Él es Dios y vive y reina contigo,

en la unidad del Espíritu Santo,

por los siglos de los siglos.

Amén.




9 de abril de 2009

La Eucaristía, sacramento del Amor. Jueves Santo

(...)
Habrá sido un día como hoy, cuando Jesús con sus discípulos celebró la Pascua judía, es decir, el recuerdo de la salida de Egipto. Y fue durante esa conmemoración en que Él instituyó el sacramento de la Eucaristía. Les dijo a sus discípulos: “ESTO ES MI CUERPO, QUE SERÁ ENTREGADO POR VOSOTROS. ESTA ES MI SANGRE QUE SERÁ DERRAMADA POR VOSOTROS”. Sabemos que esa entrega Jesús la realizó después en la cruz. Y la hacemos presente en cada misa.

La Eucaristía es el sacramento del amor, de la entrega, de la donación de Jesús a nosotros. Entregarse y derramarse es olvidarse de sí mismo, es vivir y morir por los demás.

La Eucaristía es también el sacramento de la unidad y comunión fraterna. La comunión con Cristo nos está uniendo, más y más, entre nosotros y con todas las personas que nos rodean.La Eucaristía nos compromete para hacer la unidad entre los hermanos, nos hace portadores de una comunidad fraterna. Por eso, nuestro corazón tiene que abrirse a los demás en la medida en que entra el pan de la unidad y fraternidad.

Por eso elegimos para nuestra celebración de hoy el símbolo del pan. Compartir el pan del Señor es compartir su amor generoso, desinteresado y sin límites, con nuestros seres queridos y con todos nuestros hermanos.

Una característica del cristianismo es que soy responsable no sólo de la propia perfección y salvación, sino también de la perfección y salvación de todos los míos, de todas las personas que están cerca de mí: mí cónyuge, mis hijos, mis hermanos.

Por eso, la Eucaristía es el sacramento de la solidaridad, disponibilidad y apertura para con los demás. Y hemos de preguntarnos: ¿En qué medida va creciendo, por medio de la participación en la Eucaristía, nuestro amor a los hermanos?

(...)











Lecturas para meditar:
Ex 12, 1-8. 11-14; Sal 115; 1Co 11, 23-26; Jn 13, 1-15.
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Otro artículo de interés:




7 de abril de 2009

A solas con Dios

A veces cuando queremos hacer oración nada nos satisface, las oraciones que conocemos no nos dicen nada, y tendemos a desanimarnos creyendo que no vale la pena seguir.

Ahora en estos días santos en el que nuestro ser, mente, corazón y voluntad deben estar con el Señor, no sólo por que es un deber si no una necesidad, es vital hacerlo.
Si el cuerpo necesita el aire para vivir, nuestra alma necesita el amor para seguir, y para recibir ese amor es que se hace necesaria la oración.

Hay diversos métodos para hacer oración, uno de ellos y muy recomendado por los jesuitas es la composición del lugar, La cual consiste principalmente en recrear con la imaginación y los sentidos un texto que se medite. Si la usamos para meditar la palabra de Dios descubriremos un mar de experiencias, tanto de conocimiento y sentires, que el corazón no podrá dejar de realizar.

Para evitar errores, debe realizarse siempre centradas en nuestro Señor Jesucristo, si Cristo no es el centro de lo que hacemos o vivimos, lo que tenemos no es cristiano. Además si en nuestra experiencia surgen temores, dudas o miedos deben confirmarse prontamente con alguien de nuestra Santa Iglesia, si es religioso mucho mejor.

1. SERENARSE
(Me detengo, me calmo y respiro).
Para orar hay que descender a lo hondo del corazón, donde se encuentran las cumbres del amor. Para eso hace falta silencio, calma. Lejos de toda prisa, de todo ruido, respiro hondamente, tomo la postura que mejor me vaya, oigo y veo la vida que me invade.

2. PRESENCIA DE DIOS. (Me doy cuenta que estoy ante Dios, mi creador y con el respeto que le debo, hago la señal de la cruz ).
Orar no es pensar mucho sino amar mucho. Amar al Dios trinitario que habita en nosotros. El corazón, en el fondo de nuestro ser, en nuestro yo profundo, allí en la hondura, se acoge humildemente a Dios. Así, en este vaivén de amar y dejarse amar, está la esencia de la oración.

3. COMPOSICIÓN DE LUGAR.
Hago una primera lectura, en ella me fijó en los detalles si es en el campo o en una ciudad, de día o de noche, quien es el personaje principal, qué hace , qué dice, cuándo lo hace , cómo lo hace. Luego, tomo un lugar en la historia, soy un discípulo, un pastor que labra el campo, un soldado que espera la orden, etc.

4. PETICIÓN.
Hago una petición personal sobre un fruto o logro que deseo alcanzar con esta meditacíon. Por ejemplo: “Señor Jesús, Virgen María, dadme gracia y ayuda para que guarde todos los días de mi vida los diez mandamientos” (San Francisco Javier).

5. ORACIÓN-CONTEMPLACIÓN.
Vuelvo a leer el texto, poniendo todo de mi, usando lo que conozco previamente de la historia, uso mis sentidos y toda mi imaginación (el tacto que puede sentir el viento, la vista que ve lo que ocurre, o el olfato que siente las aromas) de tal modo que me deje sorprender por el Señor. Cuando sea tocado por Él, me detengo y dejo que el Señor me guié en ese descubrimiento.

6. COLOQUIO.
Tengo una plática personal con el Señor acerca de lo que he meditado, con palabras sencillas que simplemente me nazcan

7. PADRE NUESTRO.
Finalizo dándole gracias a Dios por haberme guiado y por acompañarme constantemente en mi vida.


L.V.R


Bibliografía: Compañia de Jesús - España

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Lunes Santo: Is 42, 1-7; Sal 26; Jn 12, 1-11
Martes Santo: Is 49,1-6; Sal 70; Jn 13,21-33.36-38
Miércoles Santo: Is 50, 4-9a; Sal 68; Mt 26, 14-25
Jueves Santo: (Misa Crismal) Is 61, l-3a. 6a. 8b-9; Sal 88;Ap 1,5-8; Lc 4,16-21
(Noche de la Cena del Señor) Ex 12, 1-8. 11-14; Sal 115; 1Co 11, 23-26; Jn 13, 1-15
Viernes Santo: (Celebración de la Pasión del Señor) Is 52, 13-53,12; Sal 30; Hb 4, 14-16; 5,7-9; Jn 8, 1-19, 42
Sábado Santo: Vigilia Pascual Gn 1, 1-2,2; Sal 103 (o bien: Sal 32); Gn 22, 1-18; Sal 15; Ex 14, 15-15, 1; Sal: Ex 15, 1-6. 17-18; Is 54,5-14; Sal 29; Is 55, 1-11; Sal: Is 12, 2-3.4bcd. 5-6; Ba 3,9-15.32-4,4; Sal 18; Ez 36,16-28; Sal 41 (o bien: Sal 50); Rm 6,3-11; Sal 117; Lc 24, 1-12

Conferencia episcopal Peruana.

5 de abril de 2009

La entrada de Cristo a Jerusalén.

¿Qué tanto soy capaz de seguir a este Cristo, que como rey, va a ser sacrificado por mí?
(...)

Para Cristo, el signo de la entrada de Jerusalén, es el signo que le lleva a la cruz; para nosotros cristianos, nuestro Bautismo es un signo que nos indica, necesariamente, la presencia de la cruz de Cristo. Se trata de ser seguidor de Cristo, marcado con el signo indeleble de la cruz en el corazón y en la vida. El cristiano ha de ser capaz, como Cristo, de recoger los frutos de vida eterna del árbol fecundo de la cruz, para uno mismo y para sus hermanos.

Para quien juzga según Dios, la abnegación es Sabiduría Divina envuelta en el misterio de Cristo crucificado. No existe otro camino para ser seguidor de Aquél que no ha venido para ser servido sino para servir y dar su vida en rescate por muchos.

Toda la vida de Cristo, y particularmente su pasión, tiene un profundo significado de servicio para la gloria del Padre y para la salvación de los hombres. El Primogénito de toda criatura —al cual corresponde el primado sobre todas las cosas que son en el cielo y en la tierra—, el que viene en el nombre del Señor, el rey de srael, se ha hecho siervo de todos los hombres y dado a muerte en rescate de sus pecados.

Cristo entra en Jerusalén; Cristo nos habla del grano de trigo, nos habla de ser exaltados en la cruz, y nos hace una pregunta que tenemos que responder: “¿Puedes beber del cáliz que yo beberé?”.

1 de abril de 2009

La Semana Santa

La Semana Santa es el momento litúrgico más intenso
de todo el año. Sin embargo, para muchos católicos se ha convertido sólo en una ocasión de descanso y diversión. Se olvidan de lo esencial: esta semana la debemos dedicar a la oración y la reflexión en los misterios de la Pasión y Muerte de Jesús para aprovechar todas las gracias que esto nos trae.

Para vivir la Semana Santa, debemos darle a Dios el primer lugar y participar en toda la riqueza de las celebraciones propias de este tiempo litúrgico. A la Semana Santa se le llamaba en un principio “La Gran Semana”. Ahora se le llama Semana Santa o Semana Mayor y a sus días se les dice días santos. Esta semana comienza con el Domingo de Ramos y termina con el Domingo de Pascua.

Vivir la Semana Santa es acompañar a Jesús con nuestra oración, sacrificios y el arrepentimiento de nuestros pecados. Asistir al Sacramento de la Penitencia en estos días para morir al pecado y resucitar con Cristo el día de Pascua. Lo importante de este tiempo no es el recordar con tristeza lo que Cristo padeció, sino entender por qué murió y resucitó.

Es celebrar y revivir su entrega a la muerte por amor a nosotros y el poder de su Resurrección, que es primicia de la nuestra.La Semana Santa fue la última semana de Cristo en la tierra. Su Resurrección nos recuerda que los hombres fuimos creados para vivir eternamente junto a Dios.